Teníamos que ir con mi jefe a dejar unas drogas en el desierto. Esperaba traicionarlo e irme con la carga para desaparecer, pero él sabía que había algún problema. Se anticipó y emboscaron a todos los policías que yo creía que venían a rescatarme. Cuando me tenían rodeado, llegaron unas camionetas que chocaron a la gente de mi jefe y se escaparon, entonces los policías se escaparon y, como todos salieron a perseguirlos, me dejaron solo.
Cuando volvió mi jefe, tenía la cara lastimada, como si estuviera todo rasguñado, y su asistente igual. Me dijeron que se habían hecho eso para estar igual de lastimados que yo, porque en las malas estábamos todos juntos. Eso me conmovió así que me fui con ellos. Subí en la cajuela de la camioneta, y nos fuimos.
Después mi jefe quiso que lo ayude a destilar vinos, pero tenía un vino medio rancio que no se podía fermentar. Me obligó y tuve que ir a buscar un método.
Termine en un sótano que parecía la entrada de una cloaca. Ahí abajo todo se volvía como una animación stop motion, y había unos perros que estaban en hilera, trabajando. Cada perro besaba una moneda y se la pasaba al de al lado. Cuando besaban la moneda, decían cosas serviles, como alabando a mi jefe. Ese servilismo me causó rechazo, me dieron lástima esos perros tan sometidos.
Entonces apareció una mujercita. Primero se abrió un paraguas y debajo de ese paraguas se asomó ella, que era chiquita y parecía muy frágil. Me dijo que la acompañara a otra parte donde se hacían los destilados. Ahí tenían como una bodega con fuentes para destilar. Yo vi el vino y dije que se tenía que desinfectar para fermentarlo, entonces abrí una botella de mistela añejo y vacié 1/4 de la botella con un chorro de lavandina. La mujercita me retó y me dijo que estaba mal, así que perdí todo ese barril de vino. Después eché el resto en un tanque inmenso, como para hacerlo bien. Creía que ahí sí iba a poder destilarlo al fin.