Me refugio en su presencia como si fuera un lugar, y no importa el espacio que ocupemos, sé que es capaz de abarcarme y disociarme de mí.

Quisiera esconder ese lugar del tiempo, que no pase a nuestro alrededor ese río que se lleva todo, que erosiona las horas de piedra y diluye los segundos de arena ingrávida.

Pero el tiempo nos hunde, nos sacude y, de a poco, casi sin notarlo, carcome las murallas que nos protegían.

Entonces quedamos a la deriva, cada quien por su lado, volvemos a la corriente rutinaria, al curso habitual de los días, días de soledad y de añoranza, por eso que se llevaron, y que podría no volver.

Estar en su refugio me da confianza porque sé que, durante ese momento, nos tenemos, y puede llegar la deriva, y puede quedar en ruinas lo que armamos, pero, durante ese momento, lo estamos evitando, durante ese momento, dilatamos la entropía que hubiera separado nuestras moléculas ya convertidas en un mismo todo, un nido para descansar del mundo.