Un tango de Piazzola para una Buenos Aires helada como una mañana de julio en Esmeralda. Una ventana opaca oculta el olor agrio del humo del tabaco. Y yo estoy sentado esperando que venga el mozo a atenderme.

Una tarde marrón como las hojas muertas que alfombran la vereda.

Un hombre caminando por Boedo, lento, y los balcones fríos, sin nadie que se asome. Vuelve a la escalera, que sube a oscuras, tanteando las paredes. El ascensor no anda. Lo esperan el vacío, los muebles solitarios, el moho en los rincones. Una tetera hirviendo y un mate cocido y a dormir cansado.