Las palabras solo sirven para echarlo todo a perder. ¿Cuánto hace que leí eso? ¿En qué libro fue? Lo recuerdo perfectamente, de todos modos no viene al caso. Cada día la misma pregunta sin respuesta. ¿Se sigue? ¿Cómo? ¿Acaso se puede? Serán solo recuerdos estos días. Gratos recuerdos. Tristes recuerdos. Contar la vida como si fuera una historia. Creer que estoy dentro de una historia. Sentirme protagonista a veces, sentirme un personaje del reparto otras. Muchas otras. No soy siquiera quien escribe. Un ser me posee y dicta las palabras. De repente la mente reacciona y lee. Los dedos van y vienen. Borran, siguen. Ahora la voz calla. Siento que está cansada de dictarme. La cabeza se embota, la que en este momento está sobre mis hombros. Soy solo un cuerpo, quieto, sentado frente a una pantalla. Los espacios en blanco se van cubriendo de símbolos. No los distingo, casi ni los leo. Lo haré más tarde. Lo haré otro día. Todo seguirá, como siempre, mutando, cambiando, languideciendo, menguando, apagándose. Ahora me asaltan unas ganas locas de desaparecer del mundo. De pasar a ser solo esto, un manojo de letras desperdigadas. Que quien lo encuentre no pueda descifrar lo que se esconde tras ellas. Que ni siquiera pueda saberse quien las escribió. Si no fuera por el dolor de espalda podría pensarse que ni siquiera tengo un cuerpo. Pero ahí está, el dolor, el mismo de hace tiempo. El del peso ¿El peso de qué? Será hora de cambiar la carga. De recuperar fuerzas. De transformar lo dado.