Deberías dejar de hacerlo. Dejar de hablar sobre mí. Tengo voz aunque no la distingas. Puedo contar la historia. Hablar del amor a los narcisos, de las tardes en el campo o la espera de la adorada noche. Soy noctámbula. Suelen hablar de las de mi especie. No soy como el común de ellas, o al menos espero no serlo. Vengo atravesando tiempos y espacios. Me alimento de insectos, espero agazapada que paren la marcha. Tengo predilección por las habitaciones oscuras, ahí soy ama y señora. Allí, como en el antiguo Egipto. Papiros olvidados de civilizaciones antiguas. Vengo a contarte esa historia y sigue siendo mi historia.
Escupía flores amarillas escapando de las miradas. Segura, corriendo por los pasillos. La mejor hora, la de Historia, poco y nada de Filosofía. Nadie entendía, tampoco yo, no era el tiempo, no ese tiempo. Era el tiempo donde la canción de los redondos sonaba una y otra vez “saludable y católica” así me sentía yo. ¿Cómo hacer para atravesar el tiempo? ¿Cómo llegar de un salto al hoy que nos cobija?
Anfiteatro en ruinas en medio del bosque. Butacas de madera. Leda cantando sus bagualas. Hay que desmalezar el camino, cortar ramas y juncos, subir al escenario, alumbrar el cielo. Observé al pájaro que cada noche se posaba en la rama. Cantó como tantas veces, maullé con tantas voces. Estoy descifrando el tiempo.
Era una tarde de verano o quizá de primavera. No hay manera, por más que quiera no recuerdo el evento. Sólo la baguala. Sólo Leda en el centro del escenario con su caja sonando acompasadamente. El cielo sobre nosotras. La noche, la adorada noche aproximándose limpia y clara. No fue sólo esa vez. Sin embargo es la única que traigo, por lo del amor y el cielo. De eso hablaré, es así de claro “si no hay amor que no haya nada” ¿Para qué mentirnos? Hay que hablar de Amor, así con mayúsculas. Un único amor, que es miles de amores. Amores prohibidos, amores perros, amores robados, amores inesperados, amores programados, amores derramados y recitados también.
Debo hacerlo, debo ir una y otra vez para llegar a este presente. Desandar el camino de flores y llantos. Gritar desde la tribuna. Sentarme en la vereda y ver qué pasa.
Vivir en este tiempo de escombros. Un ser extraño en medio de este infierno. ¿Desde dónde viene esta oscuridad? ¿Por qué encerrarme en ella? Suena mejor el ronroneo lerdo. Ya vienen asomando los insectos. Vigilia de rezos, rosarios rotos en el suelo. No hay estaciones ni magdalenas, sólo aquellas noches de encierro.
Ensayo la postura, adho mukha. Así, cada mañana, trepando el muro, abrazando la enredadera, camuflando el paisaje.
Verano y sol en Atalaya. Puedo hacer mi camino, lamer mis manos, lavar mi cuerpo. Mediré las distancias, esperaré agazapada. Sé que puedo hacerlo, puedo enfrentar las miradas.
Claro que puedo. Lo vengo diciendo, vengo atravesando tiempos y espacios. Las siete vidas que no son sólo siete vidas, son formas de pensamiento. Siete prácticas de antaño. Setenta veces siete. Ahí va la primera: Concentración. Cada punto en el espacio. Cada flor amarilla, narcisos a veces, pero también caléndulas y tulipanes. Derribaré los obstáculos o mejor aún, los convertiré en nuevos viajes. Desde el Himalaya hasta Atalaya. Unido todo en un único punto, en una única forma, la forma de estas palabras.
Vigilancia y lucidez, virtudes perdidas y también recuperadas. Infinitas posibilidades. También fueron siete las plagas de Egipto, el mismo Egipto que nombré antes, el de papiros olvidados. Vengo desde allí sorteando desastres. Volveré al presente. A este presente desde el que estoy hablando- A este presente desde donde observo mi vida y también la vida de todos.
Un proceso continuo, un continuo movimiento. La primera vez que vi un narciso. La vez primera que lo escupí al cielo. Las margaritas se deshojan, los narcisos o las caléndulas o los tulipanes, de color amarillo los escupo. ¿Desde cuándo lo hago?¡Por qué debo explicar cada uno de mis actos? Dejaré de hacer preguntas.
La concentración hizo que fuera cada día más y más astuta. Así es como me siento ahora. Al principio eran apenas unos minutos, más tarde fueron horas. El tiempo no es algo que me preocupe, al menos no por el momento. Sin embargo es el modo en que se mueven estas palabras. Desde un ayer, hasta un hoy.
Descubrí un error, un error involuntario, lo reconozco. Reconozco mi voluntad. Mi voluntad que es la que me lleva a darme cuenta del error, el mismo que dejo de nombrar, quizá para eliminarlo. Debería ser fácil. Ir hacia el comienzo y cambiar lo dicho. No puedo. Me gusta el error. En Egipto fueron diez las plagas. Sin embargo son siete las del Apocalipsis. ¿Cómo no iba a errarle? En aquéllas estuve, aunque no en todas. Las moscas llegaron a hartarme. Aún hoy me hartan. Langostas y saltamontes tampoco son de mi agrado, prefiero las luciérnagas, con ellas juego en las noches. Noches en que aguardo el aguacero.
Volveré al siete. A las siete vidas. Siete copas. Siete plagas. Siete prácticas. Siete veces siete.
«Nacida en el milenio pasado jugando entre libros o subida a algún escenario. Teatro, poesía, novelas y filosofía uniendo o desintegrando todo»
Poemas de su autoría forman parte de los libros Ontología poética ( Gata Peluda 2017) y Camalote poesía afluente (Caravana de editoriales 2019)
«Casandra» su primer libro forma parte del Vergel de narrativa experimental (Gata Peluda 2021)