VII
Disculpame, ¿vos no sos de acá, no?
Sí, mi acento es extranjero. Puedo decirles
muchas cosas. Puedo inventar orígenes,
puedo hablarles de tierras que no imaginan.
Sí, se te nota. ¿De dónde venís?
Sé que no van a entender qué me trajo acá,
pero basta con suponerlo: hubo un valle
y no lo no acepté, pues aun allí era extranjero.
Mirá qué lindo. ¿Y qué hacés acá?
¿No te estás medio cagando de frío?
Basta con aceptar que vine, de algún modo,
por caminos de humo o trillos embarrados,
por sinuosidades que abrazan cordilleras,
por pistas que avanzan a lo que creo será
la sima que temían los barcos antiguos
y que se halla en la frontera del océano.
Ah, ya. ¿Y después para dónde vas?
Aquí estoy, entre el viento de occidente
y un sol que apenas levanta, sobre el filo
que gustoso cortaría mi carne, ante
lo anhelado que debiera permanecer irreal,
y que obstinado en ser piedra, asfalto, arena
y sobre todo agua, entra por mis ojos
sin importarle desgarrar mis pupilas.
Nací en Costa Rica, ahora vivo frente al Palacio Barolo