Habla la antorcha

Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin,
yo le daré autoridad sobre las naciones,
y las regirá con vara de hierro,
y serán quebradas como vaso de alfarero.

Apocalipsis 2:26-27

¿No es apasionado nuestro beso? ¿No te abrasan mis caricias?
¿No sentís mi fuego en cada intimidad de tu cuerpo?
Oh Roma,
hincaste tus dientes en nuestra carne,
ahora sentí la lengua de nuestros leones,
ahora asfixiate con el soplo de nuestro odio.

Sos toda vos un Coliseo,
y no es nuestra sangre la que bebe la arena.
Son tus hijos, Roma, y quién sabe
qué engendro crecerá en tu suelo
cuando hayamos acabado tu prole.
En vez de sal usamos ceniza; ¡mirá si somos
piadosos, más que tus legiones! Sin elefantes
aplastamos tus templos, escupimos tu circo.
¡Quedás vengado, Aníbal, aunque fueras pagano,
como estos que quemamos un apóstata!

¿Seremos soberbios? Lo confieso,
no sabría, Padre de la lluvia,
guiar a la Osa Mayor con sus hijos,
nuestra fuerza no domaría al Leviatán
ni al mar profundo que arde como un horno,
y no truena nuestra voz como la tuya,
pero mirá si el ardor de nuestra ira
abate todo esto con soberbia y humíllalo.
Confío te plazca nuestra obra, pues si no estuvimos
ahí cuando creaste la tierra, henos aquí
para destruir una parte de ella, y privar de tu luz
a quienes descreen de Vos; más que eso,
para cerrar los ojos a nuestros tiranos
sin dejarles monedas para el barquero.

Corran, sí.
¡Cada uno una antorcha, llevando más y más ruina!
Corran, porque mi espada busca su espalda,
y a falta de ella la clavaré en la espalda de su madre,
la que los parió a todos (oh hijos de tan gran puta),
dándoles el estigma que hoy reconoce mi acero
con un deleite no menor al del gladiador.
Prescindan de la sangre de cordero:
no salvará sus casas, y ya las llamas
tienen combustible suficiente con sus cuerpos.

Vení acá, centurión… vos también, pequeño,
y vos, estimada matrona. ¿No ven acaso
que mi hoja busca sus gargantas
como una serpiente su presa,
que los siento alrededor mío podridos
como si nunca hubiesen vivido,
como si este hierro cortando hacia atrás
segara sus vidas desde la raíz?
¡Si fuera eso, si pudiésemos borrarte entera!
¡Hija de Babilonia! ¡Ramera de la creación!
¡Empezar de nuevo, cómo si nunca
hubieras existido sin que sientan tus garras
las Galias, o apreses en tu puño al Mediterráneo!

Te miro, Palatino. Con el humo
sacaremos de su cueva a Rómulo y su loba
para presentarles cortantes tributos.
¿Está el Emperador? ¿Gusta de nuestro espectáculo?
No más de lo que disfruté yo al ver
a los míos protagonistas en su Coliseo.
¿Por qué no salís, das la cara? No están
tus legiones. Serías vos nada más,
vos, nuestra espada y tu ciudad en llamas.
Pero el Palatino está solo. Y sola la ciudad.
Casi la compadezco, pobre loca corriendo.
Su cabello arde, lleva un reptil en su vientre.

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