Percy Shelley — Canción de Apolo, Canción de Pan

En honor a los 200 años de la muerte de Shelley, comparto mi versión de dos poemas que abordan el clásico duelo entre Apolo y Pan. El sátiro Pan presumió de ser mejor músico que Apolo, lo que llevó a un combate musical donde el viejo Tmolo hizo de juez. En la tradición, Apolo triunfa y Pan es desollado; acá no vemos el final, pero resulta significativo que Shelley le dé la última palabra a Pan. Es notable el juego de opuestos entre las dos figuras: si bien ambos poemas tienen 36 versos, en el caso de Apolo son 36 versos regulares repartidos en seis estrofas simétricas; la voz lírica es altanera y desprecia todo lo que no abarca. En el caso de Pan, los 36 versos están repartidos en tres tiradas de doce y se van alargando progresivamente; se trata de una poesía más nocturna y humana. Queda en manos del lector otorgar la palma de la victoria.

Cancion de Apolo

Las Horas que insomnes me miran yacer,
oculto del cielo y la luz de la luna
por la vasta cortina de estrellas, y ventilan
los sueños de mis ojos entornados,
me despiertan cuando su madre, la gris Aurora,
les dice que los Sueños y la luna se han ido.

Es entonces que asciendo el domo azul del cielo,
caminando por sobre las olas y los cerros
tras arrojar mi túnica a la espuma del mar.
Mis pasos cubren las nubes con fuego, las cuevas
se llenan de mi brillante presencia, y el aire
deja la Tierra verde desnuda a mis abrazos.

Son los rayos del sol saetas con que mato
la Falsedad, que ama la noche y teme el día.
Todos los que hacen o siquiera imaginan mal
me huyen; y de la gloria de mi rayo toman
las buenas mentes y acciones limpias nuevos bríos
hasta que el reino de la noche las disminuye.

Yo alimento las nubes, los arcoiris y flores
con colores etéreos; al globo de la luna
y las estrellas puras las ciñe mi poder
en sus enramadas eternas como un vestido;
y cualesquiera lámparas que en Tierra o Cielo brillen
son porciones de un solo espíritu, que es el mío.

Yo paro al mediodía en la cima del Cielo;
luego sigo con pasos reacios, y me demoro
entre las nubes vespertinas del mar Atlántico.
Apenadas sollozan y me fruncen el ceño;
¿qué paisaje más delicioso que la sonrisa
con que desde occidente las consuelo?

Yo soy el ojo con que el Universo
se contempla a sí mismo, y sabe que es divino.
Toda armonía de instrumento y verso
y toda profecía y medicina son mías,
toda luz de arte o de natura: a mi canción
victoria y encomio con justicia pertenecen.

Canción de Pan

De los bosques y de los valles
venimos, sí, venimos,
de islas rodeadas de ríos
donde olas ruidosas cesaron
oyendo mi dulce flautar.
El viento entre juncos y cañas,
las abejas sobre el tomillo,
las aves en el arrayán,
la cigarra en el limonero,
las lagartijas bajo el pasto,
callaban, como vos, viejo Tmolo,
oyendo mi dulce flautar.

El Peneo fluía líquido,
toda oscura yacía Tempe
bajo la sombra del Olimpo, que superaba
la luz del día agonizante,
veloz por mi dulce flautar.
Silenos y silvos y faunos
las ninfas de los bosques y las olas,
hasta el borde de los húmedos cauces
de las cuevas cubiertas de rocío,
y todos los que entonces atentos me siguieron
callaron por amor, como ahora hacés vos, Apolo,
por envidia de mi dulce flautar.

Yo canté a las estrellas danzarinas,
yo canté de la Tierra enmarañada,
del Cielo, de las guerras de gigantes,
y del Amor y Muerte y Nacimiento,
y entonces cambié mi flautar,
y canté cómo, por esos valles del Menalo,
perseguí una doncella y capturé una caña.
Hombres y dioses, somos todos engañados:
se nos rompe en el pecho y ahí sangramos.
Todos lloraron como, creo, harían ustedes,
si no estuviesen congelados por la envidia o la edad,
escuchando la pena de mi dulce flautar.

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