Se duerme mal, muy mal.
Milanesa a las tres de la mañana, cereal
a las cuatro de la tarde, cerrar los ojos
dos horas o doce, ir cavando,
con vueltas interminables, la trinchera
que entre las sábanas servirá de tumba
―artillería o gas tóxico,
la verdad nadie lo sabe.
Afuera, un murciélago. La compañía
se aprecia pero no se acepta, ciertas cosas
las tiene que enfrentar uno solo, como
diría un abuelo (aunque no el mío).
¿Cuánto costará un vicio, cualquiera?
Un enfisema pulmonar, el hígado
podrido de cirrosis. Tal vez
lo sepa Caronte, pero cobra
tan caras las consultas.
Pero se duerme mal, muy mal.
Al despertar duelen los huesos,
todos, y quién sabe qué cabalgatas,
o por qué desiertos. Mis ojos buscan
la última luz del día, y son
los postes de la calle
los que dilatan el ocaso.
William Blake, The Book of Urizen, lámina 17
Nací en Costa Rica, ahora vivo frente al Palacio Barolo