1
Una vez fui a conocer a una chica a un café. Por chat mandaba unas fotos hermosas: era una morocha de rulitos jetona, culona, jovencita. Cuando llegué a la mesa vi que la chica era el doble de gruesa y tenía el doble de años que en sus fotos. No me molestaba tanto esa diferencia, lo me que daba miedo era que ella creía que era la de las fotos.
2
Una vez fui a conocer a una chica a su casa, todo se había resuelto por chat en media hora. Enseguida nos dimos muchos besos como si fuéramos novios que se extrañan. Ella tenía el pelo rubio con reflejos violetas. Cuando le vi las yemas de los dedos medio azules me morí de ternura. Cuando entré al baño y vi la bañera chorreada de violeta y pedacitos de papel crepe, casi me enamoro.
3
Una vez estaba chateando con dos chicas a la vez y las dos querían hacer algo así como un trío. Asique las invité a mi casa. Entusiasmado, estiré las sábanas y vacié a las apuradas un cenicero lleno de puchos en el tacho de basura. Primero llegó una, después la otra y los tres nos desvestimos y nos revolcamos en el sillón amarillo. Apenas empezábamos cuando todo se llenó de un humo negrísimo. Salimos corriendo al pasillo. Babeábamos y tosíamos como cuando el gato se atraganta con sus propios pelos. Al rato tiré unos baldes de agua al fuego mientras las chicas se vestían y se iban.
4
Una vez conocí a una chica por chat y quedamos en vernos al rato en un café. La verdá que le mentí la edad: me puse cinco años menos. A veces hacía eso, de coqueto. En la puerta del café, antes de saludar, lo primero que me dice es: tenés más años de lo que me dijiste. Tomamos café con leche y yo me sentía muy incómodo. Después fuimos caminando como media hora hasta el centro y hablamos de artes marciales.
5
Una vez conocí por chat una chica que me dijo que era sumisa. Ese no era mi palo pero bueno, era como linda. Yo le dije que ese no era mi palo pero que podía ser. Entonces ella en cuatro días me mando un montón de libros en pdf que explicaban como ser un amo: la historia de las gueishas en dos tomos, cosas de psicoanalistas arrepentidos que decían que las perversiones no existen, manuales para pegar sin herir y un glosario con palabras horribles. Ahí fue cuando me di cuenta de que la frontera entre el masoquista y su amo es muy difusa. Al quinto día vino y yo ya me había ojeado casi todo, pero cuando le serví la cerveza medio tibia se fue.
6
Una noche chateando una chica me invitó a su casa con la promesa de un vino. Fui caminando. Cuando abríó la puerta tenía una sonrisa hermosísima y estaba en camisón. Había dos copas verdes en la mesa. Tomamos el vino que era rico y nos encontramos cada tanto durante un año seguido. Pasábamos el día entero juntos, cojíamos casi como los dioses, charlábamos mucho, escuchábamos música de Oregon y andábamos desnudos por el jardín. Ella me dijo el piropo más lindo que me dijeron en mi vida, pero no lo puedo contar porque me da vergüenza.
7
Esa mujer tenía en el Badoo una foto que podía ser inocente: un cachorrito con el hocico muy cerca del pecho casi desnudo. Cuando vino a la tarde hacía mucho calor, puse dos ventiladores de esos cuadrados. Ella usaba un vestido liviano con flores anaranjadas y era toda negra. Yo colgué conque era muy bello mirar cómo la transpiración se le evaporaba de la piel, y pensaba que las flores del vestido tenían perfume de verdad. No paraba de decirle esas cosas como un mal poeta, estaba perico. Su culo me trajo a la tierra de un sopapo y dije: ¡dios mío! ¡qué culo más precioso que tenés! Entonces habló despacito con acento carioca y dijo: dejá de hablar.
8
A la tarde agarré el Google y busqué un electricista que viniera pronto. Al rato el tipo estaba arreglando algo y me aceptó un whisky. Al otro día le hice algunas consultas eléctricas por chat y hablamos de mujeres. Me contó que lo que lo calentaba era convencerlas para cojer con otro y me preguntó si yo quería, sin compromiso, si acaso me gustaban. Vino una noche, trajo alcohol y una mujer flaquita y pálida de unos treinta años vino con él: bonita, parecía muy tímida. El electricista dejó las botellas en la barra, dijo que si quería después le contaba los detalles y se fue. La chica cojía con ganas y falta de experiencia, yo tenía dudas. Ella me dijo que no había nada raro, que lo hacía para darle el gusto a él. Yo pensaba en descubrir algún tipo de extorsión. Otro día vino con otra mujer parecida pero más linda, de pestañas grandotas. Luego no supe nada más de él. La chica de las pestañas seguía viniendo a veces; su comida favorita era la sopa de avena con caldo de pollo y se olvidaba los corpiños.
Escritor, periodista, guionista y docente. Coorrdina talleres de escritura literaria y académica y hace cada tanto programas de radio.
No creo que sea testimonial, pero parece.