¿Cómo se hace para aclarar, delimitar, pensar, comprender, ejercer, habitar un género literario? Un género es un problema propio de lo artístico y por lo tanto de la literatura. Porque la literatura –si tal cosa es lo que entendemos por tal cosa- vendría a tratar al lenguaje y por lo tanto a los géneros, justamente, como un problema.
Negar ese problema es una forma de lidiar con él, claro. Pero es una forma cagona, conformista y pasota. Y sucede que tal cobardía sucede. Es que hay muchos textos etiquetados como poesía que se distraen y nos distraen del corte de verso.
Menos puede ser más, sí. Aunque en este caso no se trata de menos ruido y menos curvas al pedo, sino de la sustracción de un elemento pertinente, es decir de un empobrecimiento que evita los problemas y su consiguiente elaboración. Como si se quisiera hacer música casi sin melodía y sin armonía (Caramba, ¿no es algo así lo que ponen para bailar en las discos?)
Borronear el corte de verso, sustituyéndolo por ejemplo por una mera sucesión de orden sintáctico o nada más escribiendo en líneas cortadas para abajo y sin gracia para que parezca poesía, es negar la poesía. Porque es negar su tradición cantante, su vocación de intervención pública y política, su carácter polémico.
El trabajo artístico, se ha dicho consiste en“ponerle estilo al caos”. Intentar –vanamente tal vez, pero intentar y sobre todo decir que es necesario intentar- que se incluya en ese caos la huella de otro orden humano posible. Algo parecido a la homeostasis a la que tendería el deseo. Si el deseo no dibuja sus ordenamientos posibles, si no se hace un lugar con su presencia temblorosa, entonces se confunde en el basural, se olvida que puede ser un hermoso basural.
Los poetas que niegan su oficio no ven ese basural ni de reojo, como decía Laiseca que se ven las verdaderas cosas. Y, lo que es peor, están diciendo a todos que mirar, que prestar atención a los problemas propios de una cosa, no es necesario. De ahí a votar a Macri y ser un despojo resignado hay un pasito.