Todo lo que es representación implica inevitablemente ficción. Todas las news son fake, porque todas son un acontecimiento construido para ser comunicado. En función del recorte, de cuándo, cómo y en qué contexto se comunique, cambiará el sentido inevitablemente ideológico que ese discurso tenga. Por eso a la prensa le sirve hoy hablar de “fake news”: quiere que la gente siga creyendo en que hay otra cosa posible: la quimera de la objetividad de la industria periodística.

Más parecido a “la verdad” sería mostrar siempre la elección ideológica implícita, las herramientas políticas con las que se construyó un relato, pero eso nunca se hace porque propondría al público la posibilidad de pensar más de lo que el mercado neoliberal requiere. Los documentales también son una construcción como todas ideologizada, incluso la mayoría suele ser más claramente ficcional que lo que se rotula habitualmente así.

Algunas de las herramientas ideológicas, en este caso, están a la vista si se observa la producción en la industria de medios contemporánea. Se trata de obedecer instrucciones estéticas pobres y homogéneas, las de una empresa de entretenimiento: gastemos lo menos posible, polemicemos lo menos posible, juntemos publicitariamente unas cuantas reproducciones.

A propósito, el responsable de la serie, un tal Justin Webster, miente lo siguiente: “No es una historia contada que te diga qué pensar. Pero espero que los espectadores tengan más claridad tras verla. Y eso significa que tienen que participar. Tienen que razonar. Observar y darle la atención necesaria”. Obviamente, no hay historias que no te digan en qué pensar (incluso cómo hacerlo). Trátase de una declaración ingenua, cínica o ignorante.

Así, el punto de partida de la supuesta tragedia de la muerte de Nisman implica una elección: ¿sobre qué nos está informando quién nos dice que hay que mirar eso cuando de la causa AMIA no se sabe nada y además el muerto -mientras acumulaba cuentas off shore- no averiguó nada en muchos años? Nos dice que nos ocupemos de eso y no de lo importante.

Esta pastillita convencional disfrazada de historia es posible porque mucha gente comió mierda y la sigue comiendo. Eso suele ser el periodismo, y el periodismo es de derecha por definición aunque haya excepciones. ¿Y si la pregunta implícita en el docu, en vez de ser “¿quién mató a Nisman?” fuera “¿por qué la gente come mierda?”

“Nisman: el fiscal, la presidenta y el espía” es un documental muy convencional, estirado, con recursos mínimos para las posibilidades con las que hoy cuenta el formato, sin ningún juego propio, sin ninguna información que no sea consabida, medio bastante aburrido. Sería aburrido del todo si uno no fuera tan argento.

Para recordar, un par de cosas: la bosta de la Side que masticamos por la necesidad de negociar al principio de la época K, el interesante rol de Gustavo Beliz (¿la iglesia?), Alberto tan mesurado por entonces (hace poco).

Para observar: los malabares de los guionistas para hacer del tarado de Nisman algo un poquitito interesante, y parecer así como imparciales a pesar del asesoramiento progre. Para despreciar: su espantosa y obvia sobremusicalización y los planos con drones que hacen que Retiro parezca Manhatan, dejame de joder.

Entiendo que no es posible que las series (aunque sean “documentales”) se parezcan a los acontecimientos, pero hay una sola manera de ver a Nisman: como un pobre idiota con botox que pagaba por putas y que escribió un alegato contra el gobierno de Cristina que nadie con medio cerebro podría considerar serio. Un boludín casi sin alma, visiblemente sin inteligencia y sin gracia, que se mató por creer en el Pro y en los medios, lo que deja muy mal parados a los demás suicidas. Que lo haya nombrado Néstor es todo un detalle con el que no sé qué hacer.

ps: Me dio angustia ver a Timerman tan deteriorado.

ACATÁ

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