Nota: se hace más fácil entender este artículo si antes se leyeron las partes I y II, que también se publicaron en TFK.

En fin, que el compañero Lars hace un esfuerzo por desplazar a lo pornográfico de su marcadísimo uso genérico contemporáneo y no le sale bien, porque ese desliz consiste en no mucho más que una metáfora cruda: seducción=pesca. Y cuando él mismo sospecha que no le sale el truco pone algo que no se puede entender, o algo ruidoso, porque mucha gente cree -dado el recuerdo del exacerbado éxito publicitario de las primeras vanguardias del siglo XX- que lo que no se entiende y lo ruidoso es arte.

Hace falta mucha buscapina convencional para digerir la verosimilitud de una peli porno: ningún polvo dura tanto, aunque nos gustaría que así fuera; nadie está inconmoviblemente peinado y maquillado after such pleasures, aunque quedaría muy bien; ninguna pija es tan grande como esa, aunque no estaría mal tenerla; tener sexo consiste más en hablar que en coger, cosa que se elude en tales relatos; etc. La pornografía es antierótica porque pretende que no hay secreto, y mucho menos misterio: el fetichismo del encuadre vaginal pertenece más a la retórica de la medicina decimonónica que a la de la sensualidad.

De hecho, el mercado porno se ha ido transfomando en un corpus didáctico que educa al mundo en cierta sanata filonewage: depilarse es higiénico, coger es una necesidad humana, la gente que coje mucho es más libre, se puede vivir sin tabúes, todos somos poliamorosos potenciales. En su tráfico ideológico de banalidades, la pornografía se parece bastante a la publicidad y a los noticieros. No hay duda de que su objetivo es la paja ajena, la paja neoliberal del narcisismo sin fin. Para volver a lo metafórico, un pequeño desafío: ¿donde están las metáforas en el material pornográfico?, ¿dónde lo connotativo, lo simbólico, lo gracioso? Sospecho que, pobremente, en la mano del consumidor.

La muerte definitiva del recurso de la metáfora tradicional se formalizó el 12 de junio de 1972. Ese día se estrenó la cinta porno Garganta prufunda, una película exitosísima que se convertiría además en una ineludible referencia política: la expresión “deep throat” fue desde entonces adoptada por el periodismo como sinónimo de “informante”. A los 29 minutos 55 segundos del film un orgasmo masculino es hiperbólicamente puesto en metáforas sucesivas: poderosas campanadas, explosivos fuegos artificiales, cohetes gigantes despegando interminablemente y máquinas rítmicas extrayendo petróleo. Tal vez, aquella parodia haya sido la señal del agotamiento de un recurso. Las metáforas nunca más pudieron ser dichas en serio.

Entonces, la relativización del uso de la metáfora se produce más fácilmente cuando se la pone en un contexto kitsch entendido como cursilería, “degradación” o paso de comedia. Medio mundo conoce esa idea que está al principio del 18 Brumario de Marx: esa figura retórica de la doble aparición de los fenómenos, primero con ropajes augustos y luego con disfraces ajados.

“Soy entonces dos sujetos a la vez: quiero la maternidad y la genitalidad”. La metáfora es por lo menos dual, y el lenguaje es un acto desesperadamente amoroso, que busca el alivio de las dualidades. En medio del asunto, Barthes nunca estuvo más cerca de la literatura que cuando escribió los Fragmentos de un discurso amoroso. En el ejercicio de evitar aquello que lo metafórico pudiera tener de didáctico, Rolando queda felizmente estampado contra la obscenidad de la escena, del acto patético.

(continuará)