Infernaliana 7: Niñas malas, mujeres perversas

Debía de haber sido la obra maestra de un artesano anónimo fallecido hacía mucho tiempo y, sin embargo no fue más que una estructura peculiar hasta que el profesor tocó sus cuerdas, pues fue él quien la llenó de vigor necroromántico. Le transmitió una abundancia de vida que él mismo parecía poseer de un modo muy tenue, y, cuando ella se movía no parecía una mujer simulada con habilidad sino una diosa monstruosa, al mismo tiempo ridícula y magnífica, que trascendía la idea de depender de sus manos y aparecía completamente real, pero totalmente sobrenatural. Sus acciones no eran tanto una imitación como un destilado y una intensificación de las de una mujer de carne y hueso, por lo que era capaz de convertirse en la quinta esencia del erotismo, ya que ninguna mujer de carne y hueso se hubiera atrevido a mostrarse tan descaradamente seductora

   Este fragmento pertenece a uno de mis cuentos favoritos: Los amoríos de Lady Purple de Angela Carter. Allí, una muñeca utilizada para los shows eróticos de un titiritero cobra vida a partir del calor y la electricidad (como Frankestein) y por un beso no consentido (como la Bella Durmiente). La diosa monstruosa, como describe quien narra, transforma ese beso en un ataque, mordiendo y chupando la sangre de su creador, para escapar. Las fantasías malditas alrededor del mundo de los juguetes es muy explorado por la autora en distintas obras. Este relato surge, por primera vez, en su libro Fireworks: nine profane pieces (1974) y, en español, con el título Fuegos de artificio. No menciono la traducción por causas aleatorias. También vuelve a publicarse incluido en una antología maravillosa de cuentos de otrxs autorxs (en su mayoría, mujeres) seleccionados por ella: Wayward Girls & Wicked Women: an Anthology of Subversive Stories (1986). Se ha traducido, como el título de esta Infernaliana, Niñas malas, mujeres perversas. Aunque no me parece que esa decisión sea incorrecta, desplaza un poco el criterio de la selección. Un aspecto que encuentra su continuidad en los diseños de las distintas ediciones. De igual manera, se recupera en la lectura del prólogo, de los cuentos e, incluso, del orden de aparición. Angela Carter reúne escritos donde las voces y los personajes femeninos tienen la posibilidad de ser leídos como malvados, sin embargo, no son juzgados como tales por sus narradorxs. Entonces, pueden realizar asesinatos sangrientos, como susurrar un deseo inmoral en el oído confidente. Así lo explica en el prólogo, donde dice que Wicked Women está pensando como una forma irónica. Como se presentaba originalmente, sería más cercano Chicas rebeldes que Niñas malas: personajes que no cumplen con las normas, tanto desde un compromiso político como desde un desinterés frente al mundo, que fugan o anhelan hacerlo, que se transforman, que no son simpáticas o sociables, que tienen vicios, que odian niños, que hacen preguntas. Muchas veces, se trata de jóvenes encontrándose con otras mayores que les enseñan, a partir de gestos, formas sutiles de subversión. Muy en línea con el propósito de esta serie de escritos, hay un subrayado sobre una poética monstruosa: un devenir grotesca-anormal-perversa que se presenta en el detalle, más allá del género al que pertenezca esa lectura.

   Encontré este libro en la Biblioteca Popular José Ingenieros de mi ciudad. A mis freaks aledañxs, les comento que hay unas ediciones de El exorcista y Psicosis que son alucinantes*. Más allá de eso, es una experiencia interesante llevarse un libro sin saber qué hay ahí dentro. La biblioteca pública más cercana resulta ideal para tal aventura. Hasta aquel momento, debo confesar, no solía elegir antologías de distintxs autorxs para leer. Un prejuicio que continúa rompiéndose. Las bibliotecas de las amigas también son buenas para estos propósitos. Una de ellas me prestó ¿Hay alguien ahí? de Peter Orner sin decirme qué esperar y fue sumamente placentero. Allí, el autor habla sobre la escritura y la lectura, nombra a varixs autorxs. Me hizo leer cuentos que no conocía de Nikolai Gogol, Franz Kafka y Juan Rulfo, entre otros (si pienso que otras lecturas siempre llevan a otras lecturas, ¿qué me pasaba con las antologías?). También nombra a Angela Carter. Orner habla de Fall River Axe Murders, un relato donde esta autora toma un caso famoso de un parricidio y, a partir de los detalles cotidianos, la narración acerca más a esa asesina como una persona y menos como una patologización. Él dice es un cuento, no un diagnóstico. Carter deja espacio para que lo digiramos, para que recreemos esa locura en nuestras mentes, que estemos ahí. Y más allá de esto, creo que logra algo que nadie pudo lograr antes: mostrar a Lizzie Borden como mujer. Esto va más allá de la empatía. Quizás demasiado más allá. Esta impresión me recordó que la había leído y me despertó ganas de volver a ella. Fui a buscar otro libro, esta antología** y la releí casi de un tirón, esta vez con otras ideas alrededor que cuando sólo era un tesoro secreto entre tanto material.

   En el prólogo, Carter agrega otra característica además de la maldad en un estado de potencia. Explica que la mayoría de los castigos que se ejercen sobre las mujeres son de índole sexual, entonces cuando se plantea una maldad femenina no se trata de una ética que profundiza en torno a la humanidad, sino sólo una moral sexual. Entonces, su búsqueda también se funde en relatos donde la malicia esté vinculada a otras cosas. Esto me hacía pensar en la anterior Infernaliana, donde atendía a cómo lo sexual podía seguir interpelándonos mediante el tabú: ¿cómo sería un movimiento inverso? Con esto, la autora no intenta ocultar unas prácticas por poner en valor otras, ni las entiende como humillantes, ni siquiera tiene el propósito de esquivar una mirada que sexualiza. Al contrario, mostrar a las mujeres atravesando otras problemáticas, habilita ubicar al sexo al nivel de otras actividades, quitándole la dimensión de un acontecimiento y, por lo tanto, la de pecado. Es una cuestión que abre en ese paratexto, pero también en un libro que publica en 1978: The sadeian woman. Frente a un feminismo radical, enuncia que la noción de universalidad femenina es un fraude y rastrea la importancia de Sade, salvándolo de la censura: El trabajo de Sade, con su compulsiva atracción por delinquir la imaginación de los románticos, ha sido un instrumento para darle forma a los aspectos de la sensibilidad moderna; su paranoia, su desesperación, sus terrores sexuales, su egocentrismo omnívoro, su tolerancia a la masacre, al holocausto, a la aniquilación. Carter no deja de entender como misóginas ciertas representaciones, pero propone leerlas como una desacralización de la figura de la mujer. En esa apropiación, da cuenta de una perspectiva en relación a la mujer-víctima. Establece que, ante la imposibilidad e inutilidad de la censura de lo pornográfico, hay que observar los usos. Además, en su antología, como decía, quienes narran no juzgan, por lo tanto tampoco revictimizan.

   Después de conocer la apreciación de Orner y el libro sobre Sade, entiendo también que un interés recurrente en la obra de Carter es la desmitificación: tomar un lugar común y ampliarlo, cuestionarlo, desde las herramientas de la literatura. Es más: desde las herramientas de la literatura de terror. Las convenciones del terror habilitan que pueda hablarse de las contradicciones que, en general, la sociedad tiende a disimular o no animarse a imaginarlas conviviendo. De esta manera, puede mostrarse la violencia desmedida, que ocurre por fuera de los libros, pero dentro de ellos puede mirarse su continuidad, de cerca, hasta dónde puede llegar. Pero tampoco se celebra. Si quienes sufren no son puras víctimas, quienes hacen daño no son heroínas. Como lectorxs, siempre estamos en la incómoda ambigüedad: seguimos leyendo. En ese sentido, hay que volver a mirar a la muñeca maldita. Carter comenta que decide que este personaje sí esté relacionado con lo sexual porque no es del todo mujer en su condición Prometeo Prostituta. Por otro lado, agregaría que su cuento forma parte del criterio que afirma, en tanto que hay una dimensión ética en ese personaje que se transforma, vinculado más allá de la diferencia sexual, hacia el cuestionamiento de lo humano, como buena heredera de Mary Shelley: 

Pero, renovada o renacida, volviendo a la vida o empezando a vivir, despertando de un sueño o integrándose en una forma de fantasía generado en su cráneo de madera por la mera repetición invariable de las mismas acciones tantas y tantas veces, el cerebro que yacía bajo el floreciente cabello contenía tan sólo una ligerísima idea de las posibilidades que se le abrían. Todo lo que se había infiltrado en la madera era la noción de que podía interpretar formas de vida, no tanto gracias a la habilidad de otro, sino a su propio deseo de hacerlo, y no estaba preparada para comprender la compleja circularidad de la lógica que inspiraba pues no había sido más que una marioneta. Pero aun no pudiendo percibirlo, no podía sustraerse a la paradoja tautológica en la que estaba atrapada; ¿acaso había parodiado la vida, o era ella, ahora viva, la que parodiaría su propia interpretación de marioneta? 

  En la lectura de este libro, también es posible pensar qué procedimientos están en juego cuando unx autorx emprende la actividad de hacer un recorte y organizar una antología. Todx escritor tiene una biblioteca, algunxs una filmoteca. Hacer público un recorrido es una forma de comunicar cómo quiere ser leídx. En este eje que marca Carter, ingresan autorxs de varios países, con distintos estilos y búsquedas. Hay un cuento de la surrealista,  entre londinense y mexicana, Leonora Carrington en el que una mujer no quiere asistir a una fiesta, entonces cambia lugar con una hiena que termina devorándose su máscara humana horrorizando a los invitados. Hay un texto de la africana Ama Ata Aidoo, que intercala memorias con poemas, con diálogos, con interpelaciones de denuncia antirracista y anticolonial. Hay cuentos de madres, abuelas e hijas. El relato que abre el libro, La última cosecha de Elizabeth Jolley, tiene una narradora que deja la escuela y empieza a trabajar con la madre, una empleada doméstica. Escuchándola va conociendo sus deseos más intímos: imagina escribir un libro en el que los ricos hagan cosas horribles. Observándola descubre sus secretos inconfesables: anhela que su padre muera para poder acceder a un terreno que él no ha decidido vender. Por otro lado, el que cierra el libro, a modo de espejo, nos muestra a una chica que reconstruye la memoria de su infancia a partir de las huellas en el cuerpo de quien había sido la empleada doméstica. En una conversación, ella pregunta, por cortesía, si estaba bien, si su pareja la golpeaba, a lo que la señora le responde con un gesto sutil, interpretado como diciendo ¿acaso tu padre no le pega a también a tu madre? Nuevamente, el detalle brutal en los códigos que sólo comparten las chicas rebeldes y las mujeres perversas que, cada tanto, se dejan ver y obligan a prestarles atención.

Fotografía de Angela Carter riendo 

*Recuerden que la Biblioteca vuelve a abrir en Febrero. Para entonces, podrán retirar la antología de la que hablo acá.

** Agradecimiento especial a Lucía Ruiz

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#Infernaliana es una serie de escritos vinculados a un proyecto de difusión de poéticas monstruosas. Se trata de visibilizar autorxs, revisar el canon, comentar lecturas actuales. Sale cada dos semanas en Trafkintu. 

1 comentario en “Infernaliana 7: Niñas malas, mujeres perversas”

  1. Qué buena que es Carter. Su literatura desmitifica o invierte imágenes cristalizadas de la mujer y del deseo pero también cede al cliché, lo toma con una intención no siempre paródica creo. Me refiero a los cuentos de La cámara sangrienta que son muy intertextuales. Es lo que leí de ella. Lo transgresor sería la «degeneración» de un escritura (ausencia de género por exceso de estos) que no se estabiliza en ninguna identidad textual, en todo caso. No sé cómo aparece esto en el resto de su obra. Saludos

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