Надія – Nadia

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 Nadia, nombre que traducido en estas tierras es Esperanza, mecía sus añosos huesos en el sillón de madera, junto a su loro. Con él, respiraba los aromas de su patria lejana. Cuando era una niña, junto a Ana y Andrés, sus padres, habían emigrado desde Ucrania, huyendo de los horrores de la guerra. 

Cuando las campanas del reloj en el comedor anunciaban el mediodía, el loro con su plumaje verde esmeralda y ojos brillantes, repetía con chillidos agudos:

—¡La papa! Juan quiere la papa.                     

 Esperanza se sentaba cerca de él y lo alimentaba, afirmando con crudeza:

—Todo tiene solución, Juan, menos la muerte.

 Lo cierto es que Juan, pasado un tiempo moría, y ella lo reemplazaba sin que nadie lo notara, como si intentara engañar al tiempo de su soledad.

Pronto comenzaría su novela, esa historia de la tarde que se sumía en ecos en la galería, entre el sol y las plantas de colores vivaces del frondoso jardín.

Arrastrando sus pantuflas, encendió el televisor, y el vaivén de sus recuerdos, cubiertos por el pañuelo de su madre, se desvaneció con otras voces de esta patria. Su cabello plateado brillaba bajo los rayos que entraban por las altas puertas. Se acomodó y durmió una hora. Al despertar miró a Juan, quien no daba señales de vida, y murmuró con mucha tristeza:

—Todo tiene solución, Juan, menos la muerte.

La mañana siguiente, con un nuevo Juan de compañero, se hundió en su mecedora. Sin embargo, ese mediodía, Esperanza no despertó. Yacía en su sillón, con el rostro sereno, los ojos cerrados y una leve sonrisa, que parecía disfrutar de un profundo sueño.

Juan insistente demandaba:

—¡La papa!

y agregaba:

—¡Todo tiene solución menos la muerte!

 

 

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