El avión se alineó con la pista de aterrizaje y Avatar vio la ciudad, brillante al sol de la mañana mientras se le acercaba. Las torres se habían esparcido por esta, comparó con su última visita, también habían crecido en altura. En contraste, de la red de arroyos se extendía una alfombra verdinegra, que cubría las calles hundidas y los parques arbolados, que se abrían entre las minas, fábricas y edificios sobre los que descendía.
Aunque la Alianza Ambiental era minoría en la Junta de Municipios de Katanga, igual le habían propuesto que encabezara el Festival de Reparación en representación del Ministerio. La Unión de Trabajadores se había unido al pedido ya que buscaban apoyo para sus proyectos de infraestructura. Avatar había aceptado por lo mismo, más la oportunidad de una aparición en Lubumbashi.
Las ruedas del avión tocaron el suelo y, tras el impacto, este hizo un rodeo hasta frenar en la terminal del aeropuerto. Cuando la pasarela se conectó, las señales de desembarco sonaron y la comitiva del ministro se levantó de sus asientos. Se despidieron de él la tripulación del avión y algunos pasajeros, entre ellos con quienes se había fotografiado al despegar de Luena.
Apenas llegaron al área de arribos se encontraron con la recepción oficial, un grupo de periodistas y simpatizantes que habían llenado el vestíbulo del aeropuerto. Saludó a una hilera de alcaldes, jefes, intendentes, concejales y responsables; muchos no eran de la Alianza, pero querían algo más que un recuerdo. Las imágenes serían parte de su campaña para la construcción del ferrocarril bioceánico, que incluía a la ciudad en el recorrido.
Era un punto de encuentro entre los movimientos, aunque tenían diferentes interpretaciones del objetivo y la construcción del mismo. Nada de eso surgió en el sorteo de preguntas que se hizo, solo una confirmación de que el ministro inauguraría la estación cuando llegaran las vías. Tras darla con una sonrisa, la siguiente fue sobre el programa de reciclaje de minas, su pie para reclamar al Congreso Africano por más oficiales y herramientas.
La última fue acerca del Ejército de Defensa Planetario, algo recurrente desde su escisión del ELH. Era un tema áspero por los vínculos entre la Alianza y este, pero la repetición había limado la respuesta. A la última denuncia de colaboracionismo le contestaba que la liberación humana era la del ambiente también, por eso la construcción de la independencia en las decisiones era prioritaria a la destrucción de quienes más contaminaban.
Con eso concluyó la recepción, a lo cual le siguió una ronda de saludos con quienes se habían aproximado al aeropuerto mientras salían hacia el tranvía. La seguridad del lugar los instó a no demorarse, era un momento de vulnerabilidad para algún grupo enemigo, por lo que solo lo hicieron al paso. Tras varias presentaciones, felicitaciones y solicitudes, se subieron al tren y partieron rumbo a la Universidad de Lubumbashi.
La calle bajo las vías estaba repleta de camiones en su rutina diaria; en las veredas, a las huestes de fieles, con su orquesta y coro, se le sumaban las mineras que presenciaban la algarabía al pasar. En el vagón, la conversación con los miembros de la Junta la manejaban los oficiales de Avatar, quien se encontraba en silencio junto a la ventana; en su mente, rezaba a la hora de siempre en agradecimiento de lo sucedido y por integridad en el devenir.
Cuando finalizó, hablaban del torneo de fútbol local, que estaba por decidir representantes para la Copa Africana. Se hizo el distraído y miró a la gran avenida, parte de la red federal de carreteras, donde las gradas se estaban montando para la procesión. La gente se diseminaba por esta, aunque la mayoría que seguía la música se mantuvo tras el tranvía, que se salteó las paradas hasta llegar al predio universitario.
Allí, los camiones estacionados se mezclaban con las carrozas en preparación, los frutos del trabajo de sindicatos y municipios que participarían del Festival. Los visitaron mientras la banda iba rumbo al escenario, y se demoraron tras la insistencia de Avatar en oír testimonios de la gente presente. Puso sus mejores caras para ellas y los medios de comunicación que participaban de la jornada.
Cuando les avisaron que estaban listos para el comienzo, interrumpieron el recorrido y se dirigieron al pabellón ceremonial de la Universidad. La audiencia de estudiantes y docentes esperaba la premiación de los trabajos elegidos por la Junta de Rectores, quienes estaban en el escenario con la banda de fondo. El desfile de autoridades subió a este y, tras los saludos protocolares, dieron inicio a la entrega.
El primero en hablar fue el rector presidente, enfundado en unas prendas tradicionales. Dio la bienvenida y agradeció la presencia diaria de la Federación Africana, representada por el ministro Avatar de Yad en aquella ocasión. Ella le había posibilitado a la Junta la transformación de la región, con la reparación de daños centenarios y la liberación de cuerpos y mentes de los males terrenales.
Tras una fanfarria y aplausos, le cedió la palabra al ministro. Este se levantó de la silla y su capa de seda flameó con el movimiento. Las luces que recorrían su cuerpo apenas se notaban con el reflejo del sol, salvo las que decoraban su rostro. Se colocó en el podio y devolvió las gracias a la Junta, ya que eran quienes efectuaban el trabajo. Destacó el de la Universidad, que llevaba desde las guarderías infantiles hasta los cursos de formación sindical.
El conocimiento, continuó, era la base de la reparación, también su camino y objetivo. El inicio en la observación del otro y del yo daba lugar al campo de acción que llevaba a la armonía duradera; con el estudio de este se manifestaba lo que había sido y podía ser, el sustento del cambio y el ánimo de la conservación; y esa estela descrita no era otra cosa que el fragmento de eternidad que las presentes, con sus actos, podían reclamar.
Llamó a las personas premiadas una por una, los motivos eran varios. Estaban quienes habían mejorado estructuras y procesos cotidianos, como una membrana para filtros de agua o el revestimiento interno de las herramientas. Otras personas habían encontrado nuevas técnicas de investigación: la metalografía tetradimensional le parecía la más interesante. También lo era la recopilación de la historia de los ecosistemas de Katanga y sus habitantes, otra premiada.
Subieron al escenario hasta volverse una multitud entusiasmada, en especial ante las cámaras que volaban. Cuando terminó el llamado, pasaron en orden a recibir el premio: el crédito de parte del presidente y el reconocimiento de parte del ministro. Tras las fotografías, el presidente invitó al público a la procesión, ya fuera tras la carroza de la Universidad o con quién quisieran participar, y dio por cerrado el acto.
Avatar se despidió de las autoridades municipales y de la Universidad, ya que marcharía en la columna del Ministerio. Quedaron en reunirse en Lukuni para el evento y el Ministro partió con sus oficiales hacia la carroza. Esta se encontraba cubierta por árboles, arbustos y pimpollos para la mina, todo salvo una plataforma con sillones. Revisaron los camiones con ofrendas y bienes detrás y, cuando dieron inicio al desfile, treparon a la carroza.
Las posiciones en este se habían sorteado y así se habían ubicado para la salida del predio. La carroza del Ministerio estuvo parada un rato hasta su turno, las sombrillas desplegadas para dar algo de sombra en la plataforma. Cuando se desplazaron debieron quitarlas y arrojarlas a un lado, por lo que la procesión la harían bajo el sol del mediodía. No habían salido del predio y los enfriadores trabajaban a su máxima potencia, Avatar resplandeciente como lámpara.
Una de las oficiales tuvo la genialidad de tirar de uno de los árboles que, atado al resto, se inclinó para darles algo de alivio. El tronco se quedó en posición cuando ingresaron a la carretera federal y festejaron de que no se calcinarían en el trayecto. Las gradas ya se encontraban repletas, también el espacio entre estas, con gente que se acercaba a disfrutar del festival.
Se movían a paso lento y caían sobre la plataforma mensajes de papel y radio, pedidos y agradecimientos del pueblo de Lubumbashi. Avatar saludaba y recibía todo lo que era hecho con respeto. La entrega de ofrendas se aceleró a medida que se movieron, cuando encontraron gente que todavía no había recibido nada y los camiones se frenaron para las fotografías, ya que nadie podía recibir más de una canasta federal.
Cuando la procesión llegó a la guarnición del norte, que custodiaba el camino en las afueras de la ciudad, un espectáculo de salvas y colores comenzó en el cielo. Los pájaros en su vuelo formaron paisajes y escenas de reparación, mientras las tropas del Ejército de Liberación Humana saludaban a quienes dignificaban la realidad. Cuando cruzó la carroza del Ministerio frente a ellas, Avatar devolvió el gesto desde su plataforma.
Para entonces, la procesión había entrado a Lukuni, donde el santuario al sur de la ciudad alojaba el escenario, la escuela y los juegos. Gente de toda la región se había congregado allí para participar en las actividades, trabajar en los proyectos de reparación a cambio de crédito, o intercambiar lo que habían traído en los puestos de feria. Gran parte de los camiones terminó junto a la carretera como uno más de esta.
Las carrozas, en cambio, se dirigieron al escenario, donde se colocaron alrededor para terminar la marcha. Bajaron de la plataforma y se dividieron: un grupo de oficiales organizó la descarga del material para la mina mientras el ministro visitaba los proyectos con su guardia. El público frente al escenario era poco, unos artistas locales hacían un espectáculo de canto, por lo que Avatar decidió volver más tarde al lugar.
La competencia deportiva había comenzado, observaron a lo lejos, y se dirigieron a la escuela. Los talleres eran abiertos y había tanto de difusión como prácticos. Los pabellones eran de temáticas diversas: científicas, publicitarias, artísticas, espirituales, políticas. En el de sanidad encontró a su amigo Sic Sat, antiguo compañero de universidad, a cargo de una clase como jefe de hospital en el batallón médico regional.
Sus seis patas bailaban de un lado a otro para que se viera bien el proyector montado en su dorso, donde solía llevar una camilla. Explicaba la vacunación de mosquitos que había desplomado los nuevos casos de malaria, la forma en que esparcían el agente antiplasmodial sobre sus criaderos y cómo este atacaba la reproducción del parásito dentro del insecto. Cuando lo notó, Avatar le mandó un mensaje para que se vieran luego y siguió de largo.
Un séquito de personas se había reunido alrededor suyo y no quería interrumpirlo. Estas eran contenidas por sus oficiales, una fotografía o unas palabras, pero el alboroto era demasiado. Descomprimieron la situación saliendo del lugar, rumbo a las obras de reparación. Inspeccionó las zanjas donde instalaban la red de servicios, la construcción de viviendas nuevas, la mejora de calles y parques; en cada una dejó gente que se sumaba al trabajo.
Le avisaron por radio que estaba todo preparado en la mina y hacia ahí fue, con la guardia, la multitud y los algunos medios que lo habían reencontrado. Esta era enorme, la mitad del tamaño que ocupaba Lukuni, y desde allí partían los materiales que conformaban los cuerpos secos y la maquinaria de la civilización. Caminaron por el borde, observando sus pozos escalonados, sus depósitos radiactivos, la cicatriz de nacimiento de la humanidad.
Llegaron al edificio principal de esta y había otra aglomeración que esperaba. Todavía descargaban los árboles hibridados con hongos metalíferos, pero habían acumulado suficientes para que empezara la excavación. Sus oficiales lo esperaban frente a la entrada con un ejemplar y una pala manual, así rompía el suelo yermo y lo plantaba como inicio de la obra. Hacia ellos fue mientras las multitudes se fundían en una.
Avatar tomó la herramienta y golpeó con su punta la tierra, que se hundió para remover un montículo de polvo. Repitió la tarea un par de veces hasta que el hoyo fue lo suficientemente hondo para tener al árbol. Se lo pasaron y rompió el sello de las raíces, que hundió en lo oscuro para cubrirlas con la tierra removida. Se apoyó en el árbol y posó para las fotografías, primero con la pala y luego con un fruto relleno de cobre, cosechado de un árbol maduro.
Tras los aplausos, las excavadoras se encendieron y abrieron sendos surcos en el suelo cuando se adentraron en la mina. Las personas tomaron los híbridos y los fueron colocando en estos de la misma manera, en el orden que el sindicato minero había dispuesto para la plantación. Había distintas especies, una para cada metal a ser cosechado, por lo que se habían cuidado con la superposición.
Avatar admiró como el verde cubría la herida tóxica y realizó una plegaria en honor a la reparación. Una de sus oficiales temió en interrumpirlo, y cuando notó que abría los párpados, lo llamó. La milicia de Kundelungu había hecho contacto minutos atrás con las tropas del ELH, buscaban llegar al festival con una misión diplomática. Sus cabecillas querían que la Federación inscribiera sus bienes en los libros y mediara una disputa con la milicia de Upemba.
El ministro preguntó qué respuesta habían dado y le informaron que las habían trasladado a un hotel en Lukuni. Allí se dirigían los miembros de la Junta de Municipios, quienes solicitaban su presencia de manera inmediata para la negociación. Avatar ordenó que trajeran un coche y se río cuando se quejaron de que no disfrutarían del festival. Al contrario, les dijo mientras se marchaban a toda prisa, el regocijo era mucho más fuerte cuando este se presentaba imprevisto.