Los cubos de hielo chocaron con ruido cuando Niko apoyó el vaso en la bandeja, señal que tomó para volver a echarle ron. La tarde caía hermosa sobre el mar y el día estaba perdido, se lamentó, pero no elegía con quienes trabajaba aquella ocasión. Había sido el primer convocado en llegar a la mansión, y en su ilusión de que el resto fuese puntual, había ideado un entrenamiento de buceo en las ruinas sumergidas de la antigua costanera.

Fue aprobado por el capitán Bilal, quien no se demoró en aparecer junto a James, el dueño del complejo turístico, y su hijo Thomas. El resto del equipo sí, cada quien había gestionado su propio vuelo hasta la isla, por lo que había aprovechado para conocer el lugar. Vacío si no era por ellos, James les agradeció su presencia. Entre la Internacional Maquinista y la extensión de la temporada de huracanes, estaban en plena crisis.

Después del mediodía se presentó Malee, la ingeniera en electrónica, quien los saludó al pasar y se instaló con sus aparatos en uno de los balcones de la mansión. Todavía estaba allí, batallando de manera remota con quién sabe qué problemas le pagaban por solucionar. Había bromeado con que tendría que matarlo si le contaba, pero al menos se había mostrado abierta a la idea del buceo.

No sabían mucho de la misión, sí que tendrían que navegar cuevas submarinas, por lo que Malee quería toda la práctica posible. En cuanto a los otros dos miembros, Bilal y James habían ido a buscarlos pero no llegarían a bajar el bote antes del anochecer. Mañana, pensó mientras mojaba sus labios en ron, tendrían varios días en ese paraíso tropical y quería ver como le quedaba el traje a ella.

Un grito del capitán lo devolvió a la realidad, habían llegado y comenzaba la introducción. Levantó su mano en reconocimiento, el cuerpo tardó un momento más en alzarse. La explanada sobre el mar estaba separada de la mansión por un jardín de arbustos y flores bellísimas, el cual cruzó por un camino bajo árboles frondosos. La vista en saltos de una cosa a la otra, se conmovió y relajó al mismo tiempo hasta que llegó a la entrada.

Bilal hablaba con James sobre el alojamiento, mientras su hijo y los recién llegados bajaban cajas reforzadas de la camioneta al garaje. Thomas quiso tomar una pero uno de los hombres puso su mano encima de ella.

—Un mal movimiento y vuela medio kilómetro por los aires— advirtió. —Yo me encargo.

El capitán interrumpió su conversación al oír eso y, cuando giró, vio a Niko parado a un costado del camino, botella en mano.

—Ahí estás, ya trajimos el resto de los insumos— mencionó cuando se le acercó y los presentó: —este es Niko, el buzo que nos va a infiltrar en la base. Él es Tarkan, el ingeniero en explosivos, y ese que viene es Pablo, el seguridad.

Los dos eran más bajo que él, y mientras que Tarkan le hizo un saludo militar, Pablo levantó su puño con el pulgar arriba.
 
 —Buenas tardes— le dijo mientras tomaba otra caja, —¿bajás las balas para que te salve el culo o vas a seguir ahí como poste de práctica?

—No recibí la invitación—respondió con las cejas en alto y las comisuras tensadas, —seguro.
 
—Ignoralo— le sugirió Bilal, —estaba con la nariz enterrada en una raya empolvada cuando lo buscamos en el garito. Termino con James y me sumo.

Niko se asomó a la caja de la camioneta y tomó uno de los cofres con armas. Desde granadas hasta rifles de francotirador, el surtido que habían traído prometía diversión en el viaje. Había más en el garaje, donde lo apiló junto a otros similares. Tarkan revisaba la integridad de los contenedores mientras Pablo ensamblaba los fusiles a gran velocidad. Se dio vuelta mientras Niko iba a buscar más cajas y lo frenó con una pregunta:

—¿Sabés manejar un arma de verdad, patitas de rana?

—Sí, armame uno ya que estás en eso— le devolvió mientras le rehuía.

Thomas venía con otra de las valijas, su mirada en el piso que tenía al frente, y en la camioneta encontró que Bilal y James seguían hablando. Quedaba poco igual, por lo que acumuló un par de bultos para acelerar el proceso. El capitán lo vio y dio por finalizada la conversación para descargar junto a él, a lo que James se subió al vehículo. Su hijo se quedaría en el sitio como casero, se despidió, cualquier cosa la podían consultar con él.

Tarkan y Pablo salieron y, junto a ellos, se llevaron lo último que quedaba al garaje. James encendió la camioneta y se dirigió hacia el gran portón del complejo, que se abrió de manera automática para dejarlo marchar. Thomas quiso cubrir las cajas guardadas con unas lonas, pero le dijeron que no se molestara y fueron para la mansión con la selección de Pablo. Este le compartió ron directo de la botella que había dejado Niko.

—¿Terminaste la escuela, no?— se río cuando tosió por el trago.

—Sí, el año pasado— respondió con algo de vergüenza.

—Tu padre me dijo que sabés cocinar— le dijo Bilal, —¿estás interesado en un dinero extra? La comida será un tema difícil de manejar. Tarkan y yo tenemos algunas restricciones, Malee directamente no come carne.

—Yo como cualquier cosa con patas que haya gritado antes de matarla— aclaró Pablo.

—Nada del mar para mí— se sumó Niko y, cuando todos lo miraron, agregó: —estás mucho tiempo ahí abajo y entendés que es todo veneno o basura.

—Con mi papá compramos varias cosas, veo qué puedo armar— aceptó Thomas mientras entraban a la mansión.

—Perfecto, nosotros tenemos cosas qué hacer ahora, avisanos cuando esté— le ordenó el capitán y gritó: —¡Malee, reunión!

—¡Vengan arriba!— se la escuchó a lo lejos, con lo que se resignaron y subieron la escalera hasta la habitación donde estaba.

Ubicada al contrafrente, la arboleda tropical se observaba majestuosa entre las tres pantallas, antenas y cables que había dispuesto por el balcón. Los pájaros volaban ruidosos sobre las plantas en el cielo de la tarde, y sus rayos teñían la piel de Malee. Ella tipeaba recostada con un jugo de frutas preparado por Thomas, mientras hablaba al micrófono usando términos incomprensibles.

—Belleza asiática, esto se pone cada vez mejor— se relamió Pablo cuando la vio estirada, sus piernas en el aire.

Ella notó que estaban en su cuarto, pidió un segundo con el dedo y los tuvo en espera hasta que finalizó el encargo.

—Ahora sí—  les hablo cuando cortó la llamada, —sepan que no estoy para reuniones inútiles ni gente que me haga perder el tiempo. Mi nombre es Malee y yo soy su única misión, ¿me entienden? Ahora, el alto es Niko, que me va a guiar, y el de bigote es Bilal, el que los tiene que controlar. ¿Ustedes dos para qué están?

—Me llamo Tarkan y el objetivo que me dieron es demoler la base de la Internacional.

—Eso cuando yo te dé la orden, antes tengo trabajo que hacer— le remarcó Malee. —Esta es una base logística, podemos destruir toda la red antes de que juegues con tus petardos. Vos, calentón, ¿estás para hacerme masajes de pies y llenarme el vaso?

—Pablo, el responsable de la seguridad— le dijo inflando el pecho, —así que voy a estar muy ocupado cubriéndote el culo como para eso.

—Me sirve, y tal vez si me canso de caminar puedas cargarme— respondió ella con una sonrisa. —Bueno, si eso es todo, tengo cosas qué hacer.

—Momento—intervino Bilal, —planifiquemos nuestras actividades antes. Niko señaló que hay un sitio cerca donde podemos practicar maniobras submarinas, quiero que todos se sientan cómodos con el equipo antes de zarpar. Nos subimos al bote mañana a primera hora de la mañana, nada de quedarse hasta tarde o se despiertan con el agua. ¿Alguna pregunta?

—Sí, ¿qué más sabemos del objetivo?— preguntó Tarkan.

—No tengo muchos detalles, la ubicación exacta nos las van a dar cuando estemos en el barco. La isla estaría despoblada salvo por la base, que está en unas cuevas sumergidas. Por eso sospechamos que podemos tomarla por sorpresa y, como dijo Malee, ubicar todas las bases de la Internacional que se comunican con esta. No sabemos cuánta gente habrá en las cuevas, ni siquiera como para estimarlo, ese es el principal interrogante.

—Eso es serio— dijo Pablo. —También si nos ven llegar, va a ser una balacera o van a borrar todo lo útil. Ya desde acá tenemos que cuidarnos, absoluta discreción. Que estés en el balcón es mucho, Malee, nos estás exponiendo.

—¿Qué te pasa?— le contestó ella y señaló una pantalla. —El predio es enorme, tiene alarmas y Thomas me pasó las cámaras de seguridad. Nada en todo el día.

—Calma— se río Niko, tocándose la nariz mientras veía a los otros tres, —la única persona que sabe algo es James y odia a la Internacional Maquinista más que nosotros.

—No es ese el problema, patitas— dijo ofendido Pablo. —Conozco todo el Caribe, a esta isla vine tres veces y dejame decirte como es: estos negros saben que llegaron un par de gringos con cosas caras. Hay gente que está vendiendo a sus hijos por culpa de esta crisis, ¿creen que no van a venir a ver que nos pueden sacar? Eso me preocupa más que un par de máquinas desconfiguradas o algún jipi descarriado.

—Tenemos balas para todo el pueblo, si es necesario— lo tranquilizó Tarkan.

—Sí, pero entonces sabrían que la Fundación está acá— le dio la razón Bilal. —Evitemos salir del predio, no mostremos armas ni aparatos fuera, ¿queda claro? Por lo que me dijo James, la zona es muy tranquila. La patrullan los vecinos, que protegen a los turistas, así que no deberíamos tener intrusos.

—Acá nadie hace nada si no le pagan— le remarcó Pablo, —seguro les contribuía con algo. Yo no me confiaría, voy a ponerme con las cámaras mientras ustedes van a hacer lo suyo.

Tomó una silla de la habitación y la puso junto a Malee, quien se colocó los auriculares y lo  ignoró lo más posible. Él se sentó igual y expandió las cámaras una por una, mientras los otros tres lo miraron un segundo y se retiraron del lugar. Bilal fue a ver como avanzaba Thomas con la cena, Tarkan buscó un cuarto donde instalarse y Niko tuvo ganas de ir al baño y, tal vez, darse una ducha.

Pablo chequeaba de reojo los gestos de concentración de ella, tan encantadores. Fue en la cuarta cámara que notó el patrón repetitivo, ese pájaro que cruzaba por la misma zona del cielo. Se levantó tan rápido que asustó a Malee, más cuando tomó el fusil con las dos manos y se acercó a la baranda del balcón. Buscó al ave y la encontró volando en círculo, donde debía. Se alivió con que no era una grabación solo para alertarse al darse cuenta que era un dron.

—¡A…!— gritó Pablo antes que una ametralladora escondida entre la vegetación arrasara el balcón, partiéndolo en trozos rosas junto a los aparatos centelleantes.

Niko se subió los pantalones y abrió la puerta del baño para encontrar que las balas perforaban las paredes y la destrucción se extendía por la mansión. Malee escapó a los tumbos de la habitación atacada, un agujero en donde estaba su bazo dejaba una estela de sangre. Cruzaron miradas, ella de dolor y resignación, él de terror y confusión, hasta que un llamado de Bilal lo devolvió a la batalla.

—¡Vienen por el flanco este, los estoy demorando!— se escuchó desde la cocina entre los disparos.

Tomó el fusil y, cuando la ametralladora se detuvo, corrió por las escaleras hacia la planta baja al igual que Tarkan. Este se dirigió hacia donde estaba el capitán, mientras que Niko fue hacia el otro extremo a cubrir el flanco oeste. Tomó posición en una de las ventanas del comedor y disparó sobre tres figuras que avanzaban por la mansión lindera. Estas devolvieron el fuego y la ametralladora volvió a arremeter con furia.

Los muebles saltaban y se quebraban en la lluvia de escombros, pronto estarían rodeados en una posición indefendible. Cuerpo al piso, Niko avanzó lo más rápido posible hasta la puerta, la resistencia encarnizada pero fútil de Bilal y Tarkan como sonido que lo hizo avergonzarse. Lo útil, se recordó mientras se levantaba y corría ya afuera, era llegar a James y avisar del ataque. Ya volvería para tomar venganza por ellos.

El ruido de sierras eléctricas lo frenó en el camino al portón, que se recubrió de chispas mientras lo derribaban. Dudó un segundo si arrojarse y dar su última pelea, pero soltó el fusil y se escabulló entre los arbustos del jardín. Debía llegar al mar, se repetía mientras empujaba las ramas y se agarraba de las raíces, nadaría hasta un lugar seguro. Una detonación se escuchó sobre los disparos, luego una explosión más fuerte en la mansión, luego nada.

Niko no se detuvo por esto, su mente enfocada en la orilla. La vegetación era espesa y se sentía cubierto, les sería difícil detectar sus movimientos aunque lo hubiesen visto escapar. La Internacional los había encontrado, ¿pero quién los había delatado? Tal vez ese lengua floja de Pablo, quien sabe que se les podría haber escapado en el garito. O James los había entregado quién sabe por qué. Debía tener cuidado si iba a acudir a él.

Algo se movió frente a él, no tan rápido como para no embestirlo a la carrera. Tropezó y sintió tanto un puntazo en sus entrañas como un plástico que se rompía y lo dejaba con una vara en su mano. Una caja negra se aferraba a la cuchilla y sus botas; uno de sus brazos, roto. Niko desenfundó la pistola para rematarla, pero se sobresaltó cuando una sombra gigante corrió detrás de él, el filo del machete cayendo sobre su cráneo ahora destrozado.

—Julia, ¿estás bien?— le preguntó el hombre a la caja

—¡Esta mierda me chocó y me rompió el brazo! Mirá cómo gira, Anton, ¡no sirve!— le mostró mientras movía una pieza en falso.

—¡Médico!—gritó Anton mientras se paraba para que lo vea el resto de la milicia.

 —Las comunicaciones ya están habilitadas— le contestó su comandante por la radio, —¿qué sucede?

—Julia interceptó a uno que quería escapar, pero le quebró un brazo en el proceso y casi la mata. Ella necesita atención, él murió.

—Que no se mueva, ahí va el equipo. El resto que traiga el cuerpo hasta el camino.

El comandante Brooks volvió a la reunión del tribunal frente a la mansión en ruinas. Su fachada, llena de huecos y grietas dejadas por las balas, sus ventanas hechas añicos por las granadas. Escapaba el humo de objetos chamuscados con las explosiones y un desfile de hormigas que era la milicia sacando todo lo que podía ser reciclado y las bajas del operativo que iban encontrando.

—Una operación exitosa— felicitó la comandante Gumbs, —buena coordinación para la envolvente y ni una baja propia. Un bautismo de fuego auspicioso para la milicia de Anguila.

—Las congregaciones de West End tendrán bastante con lo que trabajar en las próximas semanas— notó Brooks al ver como aparecía más gente para llevarse cosas reciclables.

—Y con qué defendernos— añadió le comandante Brown. —La denuncia no exageraba, hallamos un arsenal tremendo en el garaje. Menos mal que pudimos tomarlos por sorpresa o hubiese sido una masacre.

—Sí, debemos extremar precauciones ahora que estamos en el camino del daño— se lamentó la comandante Hazell mientras tomaba las notas del Tribunal. —Las personas rescatadas son potenciales enemigas hasta que no conozcamos más de ellas, y tampoco sabemos si la policía estatal amparaba a estos criminales. Se cruzaron todos los límites que conocíamos.

La guardia en el portón derribado anunció la llegada del comandante Reid. Dos camionetas estacionaron junto a la caravana de la milicia y, de una de ellas, bajaron James con sus captores. Se encontraban encadenadas sus manos y sus pies, un saco sobre su cabeza acompañaba el silencio que había hecho cuando sintió el olor a pólvora en el aire. Reid lo descubrió ante el tribunal y lo arrojó en el medio del círculo.

—Comparece ante el Tribunal de West End el acusado James Richardson— grabó la comandante Hazell con la lapicera electrónica, y, desde la capucha de esta, una luz registró la cara del detenido.

—¿¡Qué está sucediendo!? ¡Me están robando!— gritó James mientras Reid extendía sus manos para que Hazell capte sus huellas dactilares una por una.

—James Richardson— continuó ella sin darle importancia, —se le acusa de dar asistencia a una asociación criminal violenta detenida en flagrancia, ¿cómo se declara?

—¡¿Quienes creen que son?! ¡Destruyeron mi hotel!  

—La falta de reconocimiento o respeto al Tribunal no lo desentiende del delito del que se le acusa. ¿Cómo se declara?

—Váyanse a…

El ruido de arbustos hizo dar vuelta a James y observó cómo dos personas traían el cadáver sin cabeza de Niko. Los siguió con la vista hasta que lo arrojaron sobre el cadáver de Malee, que recién notaba, y las palabras se le fueron entre lágrimas y arcadas.

—El acusado fue situado en la escena del crimen tanto por el testigo como por grabaciones, y fue detenido en fuga— señaló el comandante Brooks. —Corresponde que se le aplique la flagrancia a él también.

—¿Tienen a un radiador como juez en esta farsa?— reaccionó James mientras decidían sobre la propuesta, y le cayó la ficha. —Esperen, ¿qué testigo?

—Moción aceptada— registró Hazell tras la votación. —La declaración testimonial es de Cubby, el conductor del acusado, quien informó al Tribunal del alojamiento de mercenarios extranjeros, acopio de armas y sus intenciones para la usurpación y exterminio.

—¡¿Mi camioneta?!— se sorprendió.

—Admite ante el Tribunal que conoce al testigo y el lazo de sometimiento que sujetaba a este— apuntó le comandante Brown. —Que se agregue la acusación de esclavista y se dé por confesado el delito.

Tras otra votación, donde cada comandante acercaba su ficha de mando a la lapicera, Hazell la dio por aprobada e inscribió en la tablilla del Tribunal.

—Esto es una confusión— se defendió James al tomar dimensión del problema, —por favor, ¡yo no sabía! No hice nada, solo me alquilaron una casa, ¡necesitaba el dinero!

—El acusado admite la asociación con el grupo criminal y el beneficio obtenido por esta— asentó Hazell. —Las grabaciones hechas por Tubby y los pájaros de vigilancia muestran que participó de manera decisiva y consciente en el traslado del armamento hallado. La primera revela, además, lo mismo acerca del plan criminal que, de haberse concretado, hubiera causado el exterminio de personas inocentes y la usurpación de bienes.

—Que se le exhiba la evidencia y se defienda, si puede— largó la comandante Gumbs, y el tono de desprecio de su vecina le heló la sangre.

Hazell le mostró la tablilla a James y las imágenes aparecieron como en una pantalla. Se lo veía desde arriba mientras miraba cómo bajaban el cargamento, habían estado vigilándolo todo el tiempo. Otra grabación, esta con sonido, corrió después. En ella discutía el ataque con miembros del grupo mientras manejaba, festejando el ataque por venir y hasta anunciando que construiría hoteles sobre las ruinas. Hizo silencio durante esta, y luego cuando terminó.  

—Creo que podemos dar por probado los delitos del acusado si no tiene nada para decir— propuso el comandante Reid.

—¡Me espiaron, esto es inadmisible!— gritó desesperado James, lo que provocó la risa generalizada entre la gente que observaba al Tribunal actuar.

—Seguro el acusado prefiere moverse bajo la ley estatal, corrupta hasta la médula— le contestó Gumbs, —pero este Tribunal actúa con Nuestra Ley, y esta se respetó durante el procedimiento. Si sus únicos argumentos son técnicos e improcedentes, decidamos.

James rompió en llanto, suplicó y les ofreció toda su fortuna mientras los anillos tocaban la lapicera, pero nadie lo escuchó.

—Este Tribunal encuentra a James Richardson culpable de los delitos de los que se lo acusa— proclamó la comandante Hazell y los aplausos ahogaron los gritos del condenado. —En vista de su intento de soborno, este se coloca más allá de la redención, por lo que se propone la destrucción de su ser y la distribución de sus bienes para la reparación del daño causado. Se abre la votación.

Extendió la lapicera y James trató de alcanzarla, pero solo se retorció en el piso hasta que Reid le colocó una bota sobre el cuello.

—Condena aprobada— leyó Hazell, lo registró y le preguntó al resto del Tribunal: —¿quién se ofrece?

La sonrisa de Gumbs mientras desenfundaba su pistola silenció al resto, por lo quedó como única voluntaria. Reid dejó de pisar al condenado, a lo que volvió a retorcerse, pero con sus brazos lo arrastró por la grava hasta la pila de cuerpos.

—¡Con todo lo que hice por ustedes, malditas, así me lo agradecen!— les gimoteaba a Gumbs y Hazell, que caminaban detrás de él.

Calló atragantado cuando lo invadió el olor a muerte y, al voltear, encontró el cadáver de Thomas entre los restos. Reid apoyó la cabeza de James sobre el pecho desangrado de su hijo, Gumbs la encañonó mientras lo fijaba en su lugar con las rodillas y Hazell grababa todo el proceso.

—¿Qué hiciste, mierda?— le habló al oído. —¿Hacerme chupar pijas de turistas, agradecerte la oportunidad de que un anormal se gané unas moneditas del Diablo? ¿O fue robarnos nuestra isla para los extranjeros mientras las tormentas nos arrastraban al hambre? Y sí que fue digna esa carencia mientras duró, preferible antes que terminar como tu hijo. Una lástima que decidiera seguir tus pasos, trabajar para el demonio y sus esclavos en vez de liberarse con la Internacional.

James no tenía palabras, solo lágrimas que empapaban la piel perforada de su niño.

—-Estas son tus últimas palabras, James— siguió Gumbs mientras retraía el martillo, —el plomo que voy a desatar va a llegar más cerca de tu alma que todas las posesiones que alguna vez te engañaste con tener. ¿De qué te sirvió tu camino de egoísmo y daño permanente? A nosotros, al menos, para nada. Dale tus motivos al Inefable y que Él te muestre la piedad que nunca tuviste por Su obra, porquería.

Gatilló y los gases se expandieron en su arma, un chasquido que se hizo crujido mientras el tiro a quemarropa se hundía en la masa de muertos. Con eso, Hazell finalizó la grabación, la registró en la tablilla y cerró el caso con la última condena. El Tribunal votó entonces que, hasta que la milicia de Anguila se hiciese pública, se guardaría el secreto de lo sucedido. Todas las personas que participaron del operativo juraron mantenerlo bajo pena de traición.

El lugar entero se desmontó, hasta los cables fueron arrancados y lo que quedó se prendió fuego. Lo mismo hicieron con los cuerpos, cuyas cenizas fueron enterradas bajo una piedra. Las columnas de humo motivaron la visita de un patrullero, que se encontró con la ignorancia de los vecinos. Por falta de presupuesto la investigación estatal fue archivada al poco tiempo; su único hallazgo, los documentos falsos en el aeropuerto de los últimos visitantes al complejo.