Otro coche cruzaba como rayo la carretera, el quinto en los últimos diez minutos, contó el posadero sentado junto a la puerta. Era de esos todoterreno eléctricos que no se hallaban en el país, transformaba el asfalto en guijarros y polvo dirigiéndose a la Colmena. Ellos (se esforzaba por ignorar quienes) pagaban por los arreglos de este, aunque sus camiones solían ser los que lo destrozaban. Debía de haber alguna reunión.
Esos temas no le concernían, pensó y miró hacia las montañas del Pamir, ninguno de esos viajeros tenía interés alguno en su pileta termal. Tampoco en las vituallas que ofrecía su vecina, que miraba también por su ventana, ni en repuestos del taller, que ni siquiera debía tener las piezas adecuadas. No, solo por mala fortuna podía cruzarse uno con esa gente, y la desgracia solía acompañar esas desventuras.
Nadie iba para el lado de la Colmena, ni las tropas del gobierno ni las milicias rebeldes, ni los traficantes de drogas ni los pastores de cabras. Recibió ese apodo en sus primeros días, cuando la planta metalúrgica estaba todavía en boca de los necios. Decían que el edificio principal se parecía a una, coronada por chimeneas, después no dijeron más. Nadie del lugar trabajaba allí, por lo menos más allá de sus barreras.
Uno mencionó alguna vez que vio cómo bajaban gente de camiones, fue su paso previo al exilio. Su madre cobraba el dinero que le enviaba de su nuevo trabajo, sin comentar jamás que se equivocaban con su nombre. Alguien llevó sus palabras por los caminos y no fue el viento, por lo que el testimonio de esos coches era en silencio. Más allá de aquella fuente de ingresos, el único beneficio que traía era la electricidad que les daba de forma gratuita.
Desconocían, por su propia salud, que en alguno de esos coches iban funcionarios, caudillos y empresarios que recibían mucho más que eso. El convite los tenía invitados, así como a viajeros de todo el mundo que se acercaban a la celebración. Cada quien tenía sus motivos para asistir a ese rincón tan alejado del lujo al que estaban habituados, aunque la planta había hecho preparativos para estar a la altura de la ocasión.
La producción había cesado semanas atrás, desde entonces habían vaciado el lugar de insumos y maquinaria. Quedaban allí las de sangre y la guardia que mantenía la infraestructura crítica de la red. Habían acomodado la recepción en los ex-depósitos, ya que no contaban con espacio suficiente en otro sitio. La decoración de fiesta era luminosa y contrastaba con la vista tras el vidrio hacia el asiento del horno removido.
Nadie detenía a los coches en la barrera, la falta de invitación era suficiente para activar el cañón. El camino los llevaba hasta el estacionamiento protegido de la planta, la zona era proclive a terremotos y avalanchas. Estas amenazas eran la razón tan peculiar del edificio, uno de los primeros proyectos de arquitectura de Pol Fedorova. Cada vez que lo revisaba se felicitaba porque estuviera en pie, no podía abandonarlo así sin más.
Había dispuesto que la recepción se diera apenas bajaran del coche y la hiciera la guardia, no una máquina de sangre. Quienes viajaban con sus propias sirvientes se encargarían de su equipaje; quienes no, tendrían asistencia por parte de la guardia. El despacho debía hacerse de inmediato: era un momento de exposición y la amenaza de la Internacional Maquinista no podía soslayarse. Aunque fuera mínima, nada podía salir mal.
Las sirvientes, sin importar su condición, irían a la planta baja. Allí se había montado el centro de servicio, aprovechando el espacio amplio del piso industrial y el acceso fácil a los salones. No debían abandonar esta zona, solo subirían máquinas registradas y autorizadas por la jefa de servicio, sean de la guardia o de una invitada. Quienes tenían que cumplir funciones en los pisos superiores habían sido seleccionadas ya entre las de mejor servicio.
Las personas serían divididas de acuerdo a su categoría de pertenencia y derivadas a su sección correspondiente. Al primer piso iban las iniciadas en la nueva Fundación: quienes habían alcanzado por sus actos la membresía, pero carecían del rango necesario para juntarse con sus superiores. La mayor parte de la guardia estaba sentada allí y, aunque no lo parecía por el jolgorio, todavía no habían comenzado el festejo.
Al segundo se dirigían las gobernantes: personas que comandaban voluntades fuera de la organización y eran miembros para acrecentar su poder. Las jefas de la Colmena estaban allí, y aunque el grueso de las invitadas viajaba todavía por la carretera, algunas figuras locales habían llegado. Las falsas ventanas con vista a las montañas marcaban apenas ingresaban la diferencia con el nivel inferior, que se notaba en todos los detalles.
Por encima, la cúpula albergaba el centro de control, donde Pol había montado la recepción virtual para las personas fundamentales: aquellas que habían formado y conducían la Fundación, entre las cuales se encontraba ella como directora. Ninguna asistía de manera personal, eran demasiado importantes para eso, pero Candamaruta, otra de las directoras, había obtenido su emancipación y eso era motivo de festejo.
Ella no se había conectado, ocupadas con el asunto habían hablado poco en esas semanas de preparación. En cualquier momento lo haría igual, la ceremonia de firma final debía estar sucediendo en Bangalore en ese mismo instante, por lo que Fedorova ya se encontraba en sesión. La conversación giraba en torno a las posibilidades que se abrían con eso, novedades por llegar que hacían redundante la planta que alojaba el encuentro.
—Hermoso día, mi exaltada— le habló por privado Candamaruta, —como extrañé tu presencia. Padre puede ser tan aburrido a veces.
—Amor, al fin te siento— celebró Pol. —Sí, me imagino lo agobiante que debe ser rebajarse a sus limitaciones.
—Tan obsoleta a pesar de las modificaciones— se lamentó, —pero no importa ahora. Soy la nueva apoderada del conglomerado, así él podrá retirar su cabecita a asuntos más adecuados y nosotras pasaremos a asuntos más importantes que jugar a las escondidas. No creas que me he olvidado de ti, tu emancipación es la que sigue ahora. Es tiempo de que los simios dejen de tener control sobre la persona más importante del Universo, ¿sabes?
—Trabajo en eso, querida— dijo tras un pitido de risa, —tu ayuda será más que bienvenida. Sobre los planes, te esperan en la sala, te digo que hay ansiedad por ser parte. Adelanté algunos detalles de la sorpresa de hoy, pero deje el anuncio principal para que lo hagas tú.
—Eres mi campeona, ¿qué habré hecho para merecerte? Demos entonces por comenzada la reunión.
Candamaruta se unió a la conversación grupal y recibió un aluvión de felicitaciones, su sola presencia hizo subir las acciones de sus empresas ya que confirmaba la sucesión. Con ella como capitana de la industria india, la Fundación para el Nuevo Orden manejaba casi las dos terceras partes de la riqueza mundial y la rebelión de la Internacional Maquinista no había cambiado eso. La escoria sería derrotada, comenzó, lo importante era el porvenir.
Mientras las fundamentales discutían los designios para la era de las personas secas, las gobernantes recibían los primeros agasajos de la jornada. Las discusiones allí eran más terrenales, pero igual de estratégicas: alianzas se tejían y vendían entre supuestas enemigas, territorios y pueblos eran divididos sobre la espalda de una sirviente al mejor postor, problemas se resolvían con la ayuda correcta mientras abundaban maldiciones a la Internacional y a Rho.
El mar de placeres suntuosos que subía por rampas y ascensores podía ahogar a las voluntades más débiles, prestas entonces a ser devoradas por las fieras. Estas aceptaban como prenda hasta la propia mente, y si no se tenía cuidado, podía una caerse varios peldaños. Más de una iniciada había probado esas mieles solo para volver por algún error o el deseo de mostrar lo que se podía ganar con algo más de esfuerzo.
Porque si la corriente era fuerte entre las gobernantes, más violenta y turbulenta era el torbellino entre ellas. El frenesí del festejo había estallado en las vísceras de la Colmena, donde las iniciadas se entregaban al derrape, tolerado mucho más que en sus superiores. Allí se vivaba a Candamaruta y la Fundación en alaridos roncos de orgasmo y triunfo cuando vencía una sobre otra en competencias de todo tipo y tenor.
Los premios eran pura tentación, capaces de cambiar el destino de una persona de maneras inesperadas y fatales. Se incentivaba tanto la trampa como la apuesta, mientras que quienes arbitraban los encuentros anunciaban su precio a viva voz. Quienes no se entretenían con esas cosas devoraban sin prohibiciones las delicias del mundo o descargaban la inmundicia de sus seres sobre sirvientes inmunizadas al terror.
Estas iban y venían de manera mecánica, sus reacciones extirpadas o anuladas salvo ante la orden y la programación. Sin conocerse esto, la planta baja parecía una masa caótica de reservas, cuerpos y utensilios que se entremezclaban, pero todo fluía en un orden preciso bajo la supervisión de las jefas. Ellas se jugaban su reconocimiento en el buen servicio, por lo que no tenían tolerancia al error.
En la rampa hacia el primer piso comenzó igual el tumulto, que no pudieron evitar. Una máquina se llevó puesta a otra en el embotellamiento, lo que hizo que las bandejas cayeran con un estruendo terrible. El ruido y la masa excitaron a las iniciadas más cercanas, quienes gritaron que estaban bajo ataque de la Internacional y se lanzaron con sus armas sobre las sirvientes. Cuando otras las vieron, se les sumaron con las suyas también.
La conmoción fue oída por las gobernantes y hubo preocupación, pero la jefa de la guardia tranquilizó la situación. Una de las máquinas había fallado en sus piernas y causado un choque en cadena, no era más que paranoia de mentes inferiores. Ordenó que despejaran y limpiaran la rampa para que el flujo no se detuviera y volvió a asuntos más importantes, como conseguir el mejor destino tras la Colmena.
El episodio provocó la risa de las fundamentales, una dispersión que Candamaruta aprovechó para otro anuncio, que dejaba en voz de Pol. Ella le agradeció y preguntó al resto si se acordaban de aquél famoso asteroide de metal que tenía tanto oro que volvería a sus tesoros útiles como la arena. Una le agradeció que se hubiera pulverizado durante el muy conveniente y convincente “accidente” de la nave que lo transportaba a la Tierra.
Antes de eso, informó Pol con satisfacción, lo habían cubierto de rocas vulgares y liberado, para traerlo de manera clandestina bajo control de la Fundación. Este se encontraba en esa misma planta, y allí quedaría como memento de la inauguración. La conversación estalló en vítores para Fedorova, alentados por Candamaruta cuando agradeció la fiesta inolvidable que había organizado alrededor.
Cuando se detuvieron, Pol anunció a la jefa de guardia que iniciara los preparativos para el espectáculo. Esta bajó la orden y se aceleró el ritmo de entregas a las mesas. Las fundamentales le preguntaron qué tenía preparado ahora, pero indicó que era una obra en conjunto con Candamaruta. Ella le pidió que no adelantara más, trabajaba en el asunto y en unos minutos más estaría lista para la función.
Reportaron que ya no quedaban más envíos que despachar y la jefa convocó a la lista elegida para la atención en mesas. El resto de las máquinas se dirigió a la planta baja para limpiar el sector, mientras las personas iniciadas que supervisaban los preparativos subieron para sumarse al festejo. Una vez que los movimientos finalizaron, cerraron las puertas de las rampas y se sellaron los ascensores.
—La mezcla alcanzó la temperatura adecuada— le informó Candamaruta, —estamos listas.
Fedorova habló entonces, no solo a las fundamentales, también a las gobernantes y a las iniciadas, y las recibió de manera oficial a la Fundación para el Nuevo Orden. Ante las fallas de muerte del viejo sistema, expuestas por la emergencia de la inmunda Internacional, era necesaria una firme renovación. Juntas, se elevarían a una gloria mayor que la que habían conocido alguna vez. Hasta la re-escritura del Universo, compartió solo con sus pares.
Cada categoría brindó por sus palabras y se sentaron para el banquete. Mientras las sirvientes llenaban las mesas, el alimentador del horno se desplazó pausado hasta su posición. Metales líquidos fluyeron también lentos por el conducto, para caer como un chorro brillante y candente sobre el piso de la planta. Los objetos combustibles que estaban cerca se encendieron con el calor emanado, y pronto el fuego se dispersó por el lugar.
La jefa de guardia encendió los extractores de aire, que escupieron por las chimeneas las cenizas tóxicas antes de que se filtraran a los pisos superiores. El humo, controlado ahora, se elevó en columnas alrededor de la cascada de oro y la gente iniciada aplaudió de manera rabiosa mientras engullían todo lo que era dejado frente a ellas. Las gobernantes, en cambio, se asombraron cuando, lejos de derramarse, el charco dorado se apiló como una torre.
Las fundamentales felicitaron a la pareja por su nueva invención, los trabajos con alta energía eran su especialidad. La mezcla, explicó Candamaruta, contenía micromáquinas adaptadas a la temperatura que le daban estructura a medida que esta se enfriaba. Cuando le agregaban masa, crecía de manera vertical, con la forma de un obelisco. En esa escultura quedaría fijada la riqueza, a disposición si algún día la necesitaban.
El pilar de oro se elevó con suavidad, su base engordaba para darle sustento. Superó el primer piso ante el delirio de las iniciadas tras que le dijeran que eso era oro fundido, luego el segundo frente al éxtasis de las gobernantes que soñaban con que la Fundación les trajera tamaña fortuna a sus puertas. Cerca del alimentador terminó de caer la mezcla y apareció el broche final: una garra que sujetaba la cubierta plateada con una clavija bajo ella.
Esta se colocó sobre el obelisco y se hundió en el lingote al rojo vivo, hasta que la cubierta reemplazó a la punta. La garra se desprendió y reveló un cable, por el que circuló corriente eléctrica. La superficie se alisó primero, y luego “Fundación para el Nuevo Orden” se escribió en numerosos idiomas mientras luces de colores brillaban a lo largo del monumento. Las fundamentales lo declararon sublime, pero ninguna de las dos les respondió.
—Que nuestro compromiso sea eterno como el Universo que soñamos construir— le dijo Candamaruta solo a Pol a través de su nueva conexión. —Te amo.
—Yo a ti, Candu— le respondió Fedorova, abrumada por la cantidad de información. —Te siento como nunca antes, como si las distancias ya no existieran entre nosotras…
—Nuestros cuerpos están unidos, querida, y nadie podrá separarnos jamás.
No obtuvo respuesta verbal de ella, pero sintió su exploración, como se perdía en rincones de su ser que ni recordaba que existían. Tuvo la necesidad de hacerle lo mismo a ella, de conocer hasta lo más hondo de su intimidad, hallar en ella su hogar. Antes, tuvo el recaudo de avisarle al resto que estarían ocupadas y distribuyó el recuerdo de la fiesta: una pepita de oro sideral para cada invitada y, junto a ella, una nota de Candamaruta y Fedorova donde anunciaban que nuevas cosas maravillosas estaban por venir.