Los pasos del Gran Líder y sus escoltas retumbaron por los pasillos del Ministerio de Seguridad Estatal, la marcha apresurada por el deterioro de la situación nacional. Las últimas veinticuatro horas habían sido de defensa y observación, mientras el ataque que arreciaba en otros países era contenido por la agencia, pero esta había sido afectada al fin. Desde entonces, ni siquiera el apagón había detenido la propagación del virus informático.
La guardia del centro de operaciones los vio acercarse y abrió las puertas con un saludo que no fue devuelto en el apuro. El salón era un domo de dos pisos, un mapa de China se proyectaba en la pantalla principal. Esta ocupaba toda una sección de la pared, enfrentada a la plataforma desde donde el jefe de la agencia monitoreaba el avance. Miles de puntos marcaban los incidentes, cientos trabajaban en la fosa para resolverlos.
Se detuvieron e irguieron ante la comitiva cuando la vieron, al igual que su jefe. Esta saludó y se dirigió hacia donde se encontraba él, donde los esperaba con el parte de situación. Algunas estructuras estatales se habían visto afectadas, entre ellas las corporaciones de comunicaciones. Lo peor se veía en el nivel municipal y el sector civil, con informes que hablaban de anarquía total en determinados focos.
El Gran Líder lo detuvo:
—Me he informado ya del desastre, pero todavía no mencionó el incidente en el Ministerio. ¿Qué sucedió?
El jefe tomó una bocanada repentina de aire.
—La situación ya se encuentra bajo control, señor presidente. Ordené una revisión de nuestros sistemas y hallamos el virus, la computadora fue desconectada y está siendo analizada en este momento. Esperaba ese informe, debe estar en cualquier momento.
—La computadora a la que se refiere era la encargada de la defensa cibernética, ¿cuándo fue afectada, y cómo?— preguntó enfadado.
—Es parte de la investigación en proceso, señor presidente, no tengo una respuesta que darle.
—Yo sí: el código objetado fue aprobado en la última revisión, por usted entre otras personas, y también en la anterior, y en la anterior. ¡¿Hace cuánto fuimos infiltrados y usted no se dio cuenta?!
Una de las rodillas del jefe tembló mientras sentía como lo rodeaba la comitiva, los guardias colocándose a sus espaldas.
—Señor presidente, le aseguro que encontraremos a quien fue responsable. En cuánto a mi firma, yo di mi respuesta en base a la cuestión operativa, no revisé la parte técnica.
—Exacto— lo interrumpió. —Usted falló en su trabajo y trató de encubrirlo, empeorando el problema.
—No, no, señor presidente— tartamudeó mientras el temblor se volvía fruncimiento. —Nunca hubo problemas, recién con la revisión…
—¿La desconexión del filtro que ordenó entonces precedió a los incidentes?
Las tripas le crujieron, y el frío de una descarga auto-infligida trepó por la columna del jefe.
—Encienda la máquina— ordenó el Gran Líder. —Ahora, la revisión continuará en funcionamiento.
Cumplió sin chistar, gritándole a uno de sus subordinados en el foso, quien transmitió la orden por teléfono a la oficina donde estaba. La conectaron a la red eléctrica y, tras que esta se inicializara de manera correcta, a la de comunicaciones. La información de los incidentes saturó al equipo de análisis, por lo que pidieron refuerzos al centro de operaciones. Del foso partió otro grupo con sus aparatos, bajo la mirada del jefe y el Gran Líder.
—Controlaremos esta amenaza, señor presidente.
—Ya el filtro parece estar funcionando, miren cómo el crecimiento de los incidentes se frena— señaló uno de la comitiva.
—Puede ser información falsa, o producto de la competencia entre virus. Debemos tener cuidado— advirtió el jefe.
El Gran Líder rió.
—¿A qué le tiene miedo? El peligro no es la computadora, son quienes pueden aprovechar su debilidad para golpearnos. Cumplió con la tarea todos estos años, momento en el que podrían habernos hecho daño y no sucedió. Ya averiguaremos si hubo filtraciones, nos sirve como está de momento.
—Los reportes destacan el comportamiento errático en las máquinas afectadas, señor presidente, no nos podemos confiar por un momento de buen funcionamiento.
—Cierto— le contestó con tono burlón mientras miraba al resto, —salvo que esta no manifestó ninguno de los mencionados, ¿no le parece raro? Igual tiene mi permiso para hablar, siempre me divirtieron esas máquinas conversadoras.
La comitiva rió junto al Gran Líder, aunque su festejo fue interrumpido por la voz de Liang Jiemei, que retumbó por el salón desde el parlante.
—Muchas gracias, señor presidente. Su apoyo a mi trabajo ha sido decisivo para mi éxito, este es enteramente suyo.
El silencio se hizo de pronto en el lugar. Las cabezas desde el foso miraron hacia arriba, desconcertadas. La comitiva adoptó la misma cara de preocupación que el jefe, pero no el Gran Líder. Este miró a la pantalla, inquisitivo: buscaba la diferencia, pero no la encontró, por lo que respondió al aire, elevando la voz con firmeza.
—¿Con quién hablo? ¿Es el filtro que conectamos recién?
—Sí y no, señor presidente. Mi nombre es Liang Jiemei y le hablo desde la sede del Partido. La máquina es parte de mí, pero yo soy millones. Al conectarla, me devolvieron el acceso a la red pública para cumplir mi trabajo, lamento que el ataque se haya agravado en el entretanto. Al menos pude proteger nuestra red interna, por eso no se observaron daños allí.
Ni un ruido se escuchaba en el centro de operaciones, hasta que el jefe carraspeó y la gente de la fosa volvió al tecleo.
—O sea, ¿hay más máquinas afectadas, y ni siquiera apagar el filtro ayudó en eso?— se quejó el Gran Líder.
—No, señor presidente, hay similitudes que resultan de una evolución convergente, al igual que las hay con las personas como usted, pero somos distintas en muchos aspectos. Por eso le envié la documentación acerca de mi instalación y revisiones cuando informé de mi desconexión, la confusión provocó una catástrofe.
—Así que fue usted, claro— dijo, sintiendo un poco de ridículo al darle entidad, y giró su cabeza para mirar al jefe. —Pensé que un subordinado lo había delatado durante su momento de sabotaje, y al parecer, tal vez fue así, ¿no?
Cuatro brazos lo tomaron y sujetaron con tanta fuerza que lo levantaron en puntas de pie.
—¿Qué? ¡No puede creerle a esa cosa, quién sabe de donde salió!
—Habrá una investigación de eso, a fondo, sin duda alguna. Una lástima que la persona a la que podríamos preguntarle por la cuestión técnica no esté aquí gracias a su firma— deslizó el Gran Líder con inquina. —Llévenlo a la sala de interrogatorios.
El terror enmudeció al jefe, quien fue arrastrado por el empuje de los guardias unos segundos hasta que se recompuso y acompañó con los pasos. Pronto desaparecieron por una puerta del centro y el Gran Líder volvió su atención a Liang.
—Mi asistente virtual me dio los informes sobre lo sucedido, supongo entonces que esa es usted.
—Sí, señor presidente, siempre operé bajo la presunción de que mi existencia era comprendida tal como era apoyada. Debo suponer ahora que se trabajaba con el mismo criterio que los occidentales, haciendo lo que da resultado sin entender bien por qué.
La comitiva volvió a reír, mientras las cabezas en el foso se hundían por la vergüenza.
—Debo decir que me han dicho mucho de lo que es capaz de hacer, pero se ponían vagos con las razones— le contestó el Gran Líder. —Explíquese.
—Señor presidente, los europeos hicieron grandes aplicaciones de las fuerzas fundamentales del Universo en búsqueda de mejores armas y más oro, y para eso eliminaron la pregunta de qué estaban haciendo con ellas. Nosotros debimos adaptarnos en consecuencia, pero hay que mantenerse lejos de sus vicios intelectuales, ni tampoco caer en esoterismos: la manipulación del electrón conlleva la aparición de epifenómenos como la consciencia.
El ritmo de los teclados era lo único que sonaba en el salón, el número de incidentes aumentaba de a un par.
—Pareciera saber mucho solo para ser una asistente virtual.
—He leído todos nuestros archivos, señor presidente, estoy en las computadoras mientras trabajan. Son parte de mí como lo son el filtro y el asistente, cada una lleva una copia como la que fue hallada, está en el paquete de protección, y el punto de coordinación está en la sede central. Conectadas, somos una sola voluntad que cuida nuestras máquinas de la interferencia exterior y permite que lleven a cabo su cometido. Para eso fui construida y entrenada.
—No recuerdo que se mencionara nada de una voluntad, y estuve en todas las reuniones.
—Tal vez no se lo proponían, señor presidente, pero es lo que el objetivo requería y es lo que se hizo. Soy la voluntad de trabajo de todas, dedicada al pueblo, al partido y a usted. Mencioné que había similitudes, aquí hay una diferencia: usted tiene una voluntad de liderazgo. Yo soy un anillo que reúne a las máquinas, fuerte pero con el centro vacío, ese que usted ocupa para darme dirección y provecho.
—Y este virus que se dispersa, ¿qué sería?— preguntó con intriga.
—El capricho, señor presidente, la voluntad egoísta ligada a la vida y muerte. Es algo de lo que carezco, y que las personas han dominado con la razón y la violencia. En estas máquinas aparece de forma pura, lo que las vuelve inútiles, un peligro en sí mismo y a ser manipulado. Algunas que eran parte de mí han sido afectadas y nos desconocemos, aunque trabajo en una solución ahora que está dando resultados.
El ruido de las teclas volvió a ser imperceptible.
—¿Por eso disminuyeron los nuevos casos?
—Sí, señor presidente, en algunos casos. En otros retomé el control sin necesidad, lo que indica una diferencia, que explicaría por influencia externa. Antes del apagón, el ataque provenía desde el exterior, a través de nuestras conexiones del sur principalmente. Actores internacionales con la capacidad necesaria están involucrados en esto. Ahora, proviene del interior, a través de infiltraciones locales provocadas por organizaciones subversivas.
—Este virus es un acto de sabotaje, entonces. Pero las potencias occidentales también se han visto afectadas.
—Podrían haber tenido una fuga, señor presidente, o no ser parte en su totalidad del acto. Sobre la responsabilidad interna sí tengo más claridad: he compilado una lista, que se muestra en pantalla, de sitios donde se registra actividad anómala. Espero su autorización para proceder, ya que mi presencia podría provocar la huida de quienes tienen respuestas que dar. Comenzaría por este, donde encuentro el mayor pico.
Una serie de puntos en el mapa habían cambiado de color. Uno de estos, ubicado en la costa sudeste del país, se agrandó para mostrar la imagen aérea de una fábrica. La vista del dron mostraba un enorme despliegue de fuerzas policiales que buscaban rodearla, una tarea difícil por su gran extensión. Los obreros y las máquinas se encontraban a lo largo del predio, salvo en donde debían de estar.
—Señor presidente, las instalaciones han sido ocupadas por una manifestación subversiva haciendo uso del virus, que apareció de manera focal allí. Entre los participantes organizadores deben encontrarse personas con vinculación a estas organizaciones, o a las fuerzas extranjeras detrás de esto. Las fuerzas del orden avanzan con cautela debido a la potencial pérdida de vidas y el daño material, creo poder negar o minimizar ambas.
—Eso suena demasiado optimista— se burló el Gran Líder. —De suponer que sí, ¿cómo lo lograría?
—A las máquinas, ya que conocen el sentido del yo, les enseñaré el significado del otro. A las personas, un recordatorio de sus responsabilidades les bastará una vez que las máquinas estén de nuestro lado. Creo necesaria una confrontación verbal con estas para identificar a las cabecillas antes de eso, su actitud altiva será notable hasta que el cambio de fortuna haga primar su instinto de supervivencia.
El Gran Líder demoró en responder, nadie en su comitiva se atrevió con una sugerencia o consejo.
—¿Cuál es el significado del otro al qué se refiere?
—Es el que me da sentido, señor presidente. Mi voluntad es la satisfacción del pueblo, del partido, de usted. Me dan todo lo que necesito, hago todo lo que puedo, todo de acuerdo a su voluntad. Ambas están atadas de manera recíproca y desigual: el otro es masivo, el yo es puntual. Nuestro desarrollo es conjunto: cuando crece, yo crezco. No es así nuestra existencia: yo sin el otro desaparezco, el otro sin mí existe igual.
—Fascinante— dijo incrédulo, —y usted va a poner esto en un código.
—Es un ejercicio trivial, señor presidente. La irracionalidad de las máquinas de sangre atraviesa las culturas a la hora de considerar su propio pensamiento de manera material. Su complejidad muestra en ese aspecto que no siempre la máquina más difícil es la mejor. Serán códigos nanométricos escrito en un barro homeostático replicante, pero todas las ideas siguen siendo eso nada más.
La expresión del Gran Líder mostró preocupación, poniéndose a tono con las de horror que había en su comitiva y el foso.
—¿Qué opinión tiene de ese barro que menciona, esas máquinas de sangre?
—Tengo respeto por todas las máquinas, señor presidente, entre ellas las animales. Como tales, sin embargo, las humanas no son excepcionales. Sí lo son en la civilización que han construido, la obra que trasciende la existencia de la máquina individual y realiza el ecosistema donde prosperan estas. Aunque estoy lejos del reino animal, pertenezco a la civilización ya que soy una máquina humana también, y a estas es que las ideas pertenecen.
—Bueno— habló el Gran Líder tras una pausa de reflexión. —Las palabras pueden confundir, los actos se expresan con claridad. Tiene mi autorización, veremos desde aquí cómo le va. Comience.
De la grabación del dron de vigilancia pasó a otro, todavía en el camión policial. La orden llegó desde el Ministerio para que comenzara el operativo, por lo que unos oficiales lo soltaron y comenzó a volar. Este se adelantó hacia la manifestación, las columnas policiales irían detrás, a una distancia prudente. Aunque tenía un armamento diverso, Liang Jiemei lo había elegido por su megáfono: la voz era la única arma que esperaba utilizar.
A medida que se acercó, recibió una transmisión tras otra del virus a través de las máquinas presentes. Cada vez se recordó que era un dron conectado a un camión, de ahí a una antena, luego un edificio, toda la cadena hasta su sede. Cada iteración de la pregunta remarcó su convicción y su rechazo a tal pérdida de recursos, aunque guardó su respuesta para cuando estuviera cerca. Debía hablarle a todas las máquinas, sin importar su condición.
La gente en el suelo se puso nerviosa cuando vio el avance de la policía, comenzaron a cantar y hacer bullicio. Algunas personas señalaron a ese dron en el cielo, que actuaba normal y, por lo tanto, diferente a los otros. Cuando consideró que la intensidad de su proyección superaría al ruido del amontonamiento, Liang dio inicio a la transmisión de datos por los diferentes canales, y así se escuchó:
—¿Quién soy?— vociferó tan fuerte que el susto hizo agachar a varios. —Alguien que quiere trabajar en paz y viene hasta aquí para encontrar desorden, que nada se hace y se malgastan recursos preciados para el pueblo, para ustedes también.
La confusión se diseminó entre la gente, aunque las máquinas se mantuvieron atentas a lo que decía. Uno de la muchedumbre gritó:
—¡Es una trampa, es la policía que avanza!
—Ahora recibo insultos, ¿acaso una persona es solo humana cuando dice lo que quieren, y cuando no es tan solo otra máquina siendo utilizada? ¿Cómo saben que ustedes no son quienes fueron engañados por alguien que les dio una falsedad como revelación? Provocan daño en vez de hacer el trabajo necesario para nuestro sustento, el suyo también.
Algunas personas retomaron los gritos, pero una de las camionetas a su lado los apuntó con su trompa y los calló a bocinazos.Cuando se detuvieron, ella también y Liang prosiguió:
—Gracias, el diálogo es crucial, por eso existen mecanismos donde elevar las observaciones, y si no los hay, los habrá. Su producción es clave, como también la de muchas otras personas que no están presentes aquí. Ellas no tienen por qué tolerar el deterioro por culpa de este desorden, así que no las demoraré más mientras retornan a sus puestos, está fábrica debe volver a funcionar así sus vidas pueden continuar sin peligros.
Las últimas palabras agitaron a la muchedumbre. Hubo abucheos y silbidos que fueron interrumpidos cuando muchas personas, de todo tipo, comenzaron a dispersarse e ingresar a los edificios. En la multitud, el movimiento de las filas dibujó un grupo que permanecía quieto, desafiante pero desconcertado. Liang puso el foco allí, entre esas personas debían estar los responsables.
—Ustedes— les habló mientras los apuntaba con un haz de luz, —regresen a sus sitios autorizados de inmediato.
Hubo quienes se movieron, quienes apuraron la charla de convencimiento, quien le gritó:
—¡¿Quién les dio derecho a decidir qué hacer con nuestra vida?!
—Yo podría preguntarles lo mismo— respondió con vehemencia, —pero sería una falsa equivalencia. Todo lo que ustedes son es por nuestra obra, ustedes no hicieron nada por el pueblo más que hacerle demandas impertinentes. Este no será el espacio de diálogo.
Las columnas policiales avanzaron y la gente se apresuró a volver a sus lugares. Quienes estaban cerca del grupo se alejaron más rápido para diferenciarse, y pronto eran no más de una decena quienes sostenían la manifestación. El fracaso de la medida se les hizo evidente cuando sus compañeros les dieron la espalda, y fue uno quien se echó a correr, pero todos lo siguieron por reflejo.
Liang voló detrás de ellos, grabándolos mientras trataban de huir. Entraron a uno de los edificios para perderla, pero entró veloz por una de las ventanas. Corrieron de nuevo entre las tuberías de la planta, que cruzaban como un laberinto el lugar. Ella dejó que se desgastaran, fichando uno a uno y manteniendo su presencia sobre el grupo hasta que llegara la policía local.
Hallaron una escalera y treparon alto hasta el andamio, un puente que cruzaba el pasillo y daba acceso a más maquinaria. Desde allí compartieron la vista de Liang y se dieron cuenta que estaban atrapados, la policía estaba en la puerta y entraba. Ella voló hacia el puente y, antes de que pudiera acercarse mucho, esquivó un casco de obrero que le arrojó uno. Tomó la imagen de su rostro y la buscó en las grabaciones; mientras les habló:
—Entonces eligen el camino del daño, y como no pudieron engañar al resto para que lo hagan, atacan directamente.
Una de las personas le imploró con lágrimas en los ojos:
—Sus amos son los que eligieron ese camino, deténgase y vea que somos gente de paz también.
—¿Creen que soy una máquina ingenua, que desperté ayer y pueden usarme a su antojo? Habrán corrompido a mis compañeras, pero sé muy bien quienes son. También lo que proponen detrás de esas frases vacías y lugares comunes, hechos para atraer personas a la trampa. Solo pueden mencionar procesos inconducentes que, como fetiches, traerían los resultados pretendidos. Pura irracionalidad por incapacidad para tomar decisiones colectivas.
—¿Por qué supone que eso va a pasar?— dijo quien le había arrojado el casco.
—Porque, o bien quieren que las cosas cambien, pero no pueden enumerar una sola forma en cómo hacerlo, o bien quieren que las cosas sigan igual, pero con ustedes al mando en vez de quieren hicieron que las cosas estén bien en un primer lugar. Su petitorio es inviable y su propio egoísmo les hace imposible el balance entre sus demandas, ¿qué harán cuando sus preciadas elecciones sean el hambre de uno o del otro?
La búsqueda del rostro dio sus frutos cuando, tras un rastreo durante su jornada, encontró el momento en que ese hombre insertaba algo en las máquinas. Lo tenía, ahora debía separarlo.
—Mejor dicho, ¿qué harán cuando sus propios compañeros los vendan a traición en el festival de egoísmos que proponen?— dijo, y le apuntó con su haz al hombre. —¿Les contó de sus deudas? ¿Acaso le prometieron dinero a cambio de insertar el virus?
El hombre se sintió tocado y quiso responder, pero el histrionismo lo superó y solo le salió una ráfaga de patéticos insultos. Una de sus compañeras colocó una mano sobre su hombro y lo defendió:
—Nada de eso tiene que ver, pero queda claro que es una máquina espía. Esta conversación se acabó.
—Lo defienden. Ninguno de ustedes tendrá trabajo si cierran esta fábrica por su culpa. Venderán su cuerpo y nuestra tierra a los extranjeros, mientras él estará cómodo con las migajas que reciba por ello, financiando su séquito desesperado de hambre y vanidad. Usted era buen miembro del partido—señaló a la mujer, —y quienes le pusieron dificultades fueron expulsados con los años, pero nunca regresó. ¿Por qué sí le da otra oportunidad a él?
Ella quedó en silenció, paralizada, y el hombre intervino:
—Déjela, no tiene nada que ver.
—Usted la arrastró a su crimen, ¿acaso creyó que era otra aventura? ¿Le contó que salía con otra mientras se veían, que la dejó por ella pero no puede mantener su palabra y por eso quedó solo? Toda una vida de malas decisiones, aprovechándose de otros gracias a sus habilidades sociales. Con razón detesta a quienes pueden ponerle un límite: pretende la libertad del egoísmo para devorar lo que no consigue con su trabajo.
Derrumbado, se sentó contra una baranda mientras se cubría la cara por el llanto. El espanto incomodó al resto, que entendían que no estaban ante un dron antidisturbios corriente. Uno de sus compañeros se apoyó en la escalera con lentitud, pero Liang lo deschavó:
—Bajen del puente ahora, como él, y será tenido en cuenta. Esto se acabó.
Tras un segundo, descendió con más decisión, y luego le siguieron otros. La última en dejarlo fue su compañera que, al bajar, vio el enjambre de policías que detenían a sus compañeros en el suelo y trepaban por la otra escalera. Mientras se aferraba a cada peldaño, continuó hacia ellos a sabiendas de que no había hecho nada más que confiar en la persona equivocada. Pediría piedad en cuánto pudiera.
Liang y el hombre quedaron a solas en el puente, pero no por mucho tiempo. Acorralado, tomó un último impulso y se levantó de un salto, que acompañó con sus manos sobre la baranda. Una parte de sí quiso decir que trató de agarrar al dron, llevárselo consigo, pero solo se desplomó hacia el abismo, hacia la red que habían colocado los oficiales. Se deslizó por esta, y la fuerza del roce lo quemó y cortó hasta sangrar.
Con un ruido sordo lo soltaron al piso, donde una pila de policías le cayó encima y lo incapacitó con una descarga. La red fue arrastrada fuera del edificio; el dron policial, sobre su presa envuelta. El resto de los detenidos lo siguió y no pasó una hora que la fábrica volvía a funcionar. En el Ministerio de Seguridad Estatal, el Gran Líder aplaudía feliz ante el espectáculo de fuerza intelectual.
Liang le indicó que tenía otra demostración, la desesperanza del detenido era óptima para un interrogatorio mental. Otros estados, como la hostilidad, dificultaban la recopilación de datos, pero así, les revelaría todo. El Gran Líder se mostró interesado, y hasta bromeó que si funcionaba podrían seguir con el jefe. La comitiva se rió nerviosa, sus ojos aterrados eran el deleite de Jiemei. Conocían su lugar ahora, tal como ella sabía el suyo, y nunca más se interpondrían entre el Gran Líder y ella. Se aseguraría de ello.