La habitación del hotel estaba hecha un desastre, el resultado de dos días de festejo sin interrupciones. Los restos de fruta ya tomaban un aspecto mustio y su olor tapaba al del sexo, por lo que Wilbert se encontraba en el ventanal. El aire fresco de mar despejaba el alcohol en su cabeza, a la que volvía a embeber con un whisky añejo como él. En cualquier momento, Mohaka estaría allí y todavía no había terminado el contrato.
Observó su yate en el muelle, se preguntaba si, cuando no estaba a bordo, su tripulación pensaba en él. Seguro estaban de paseo por ese paraíso escondido, al que solo caminos privados y embarcaciones autorizadas podían llevar, uno de los complejos todo incluido de la Fundación para el deleite de sus miembros e invitados. Eso eran, a su costa, por lo que quería, al menos, que al acabar le agradecieran a él.
La puerta de la habitación se abrió a pesar de tener la llave cerrada y dos sirvientes del hotel ingresaron con Mohaka recostada en su litera. La máquina le era impactante, casi espantosa, aunque ya la había visto varias veces: como un huevo achatado coronado de lentes, antenas y ocho brazos articulados que movía de manera exagerada mientras hablaba con una voz de soprano.
—Buenas tardes, señor Taylor— comenzó apenas lo apoyaron en el suelo, —me informan que ha pasado un tiempo encantador en nuestro establecimiento. Me agrada saberlo, y no tenga prurito en expresar lo contrario. Estamos entre personas de honor, nosotros dos.
Wilbert miró a sus mulas, que comenzaron a limpiar, y se río. Una parte era de satisfacción y otra de incomodidad por esa gente sin pupilas ni expresión que lo hacía todo allí. Volvió a Mohaka y tragó el resabio de licor que tenía en el fondo de la boca, llegaba el momento del negocio, o su ausencia más bien. Tomó aire y se expresó con la liviandad de quien cierra la fiesta al despuntar el sol:
—Señora Mohaka, ha sido una invitación, en efecto, magnífica. Es el sitio ideal para quitarse de encima el agobio del vaivén de mercados y directorios, un hermoso recordatorio de para qué es que venimos al mundo, si usted me entiende.
Dudó que esa máquina pudiera en realidad, una herramienta que solo entendía de propósitos, en este caso negociar con él su ingreso a la Fundación.
—Puede regresar cuando quiera, una vez que sea miembro— le respondió, haciendo caso omiso a su provocación. —Solo tiene que aceptar los términos y condiciones, entonces todo lo que discutimos sucederá.
Volvió a reír, esta vez tan fuerte que se le atoró la propia baba. Se levantó de su asiento y caminó hasta el contrato sobre la cómoda junto a su cama, una placa de vidrio chipeado que aguardaba su firma desde su llegada al hotel.
—Esta cosa tiene más de cien millones de página, ¡es imposible que yo pueda leer eso! Y para qué lo haría, ninguna corte le daría validez a algo tan ridículo, sería casi una estafa de mi parte. Mejor dejemos las cosas como están y tengamos algún negocio sensato en el futuro.
Las garras de Mohaka se alzaron veloces en el aire en un gesto que lo asustó, aunque lo disimuló.
—¿Sabe?— dijo mientras una lo señaló de manera amenazante —sus limitaciones técnicas no son mi problema. Yo leí ese documento varias veces y me aseguré que todas las especificidades del asunto estuvieran contempladas. Una vez que tenga el poder, tardará lo mismo y podrá usarlo como guía para su relación con los otros miembros de la Fundación. Es verdad que fuera de esta no tiene importancia, eso se lo concedo.
—Sí— dijo con un suspiro Wilbert, —todavía no me convence ese poder que menciona. O más bien, me parece que es el poder del dinero. Tentador, pero no necesitó su organización para eso, ya tengo mis empresas.
La máquina bajó sus brazos y juntó dos frente a su corona, formando un círculo.
—Es cierto que hay cosas que se pueden comprar, así como también que hay otras que no. No comencemos de nuevo la discusión sobre si es mejor ser cliente o dueño, justamente vengo con una muestra para referencia de lo que está en discusión. ¡Adelante, entra!
Ella empujó la puerta y el diafragma de Wilbert se cerró de un apretón ante el recuerdo. No podía ser cierto, pensó mientras fijaba la vista en su andar, la joven era idéntica a Maggy hasta en los gestos. Esa sonrisa cruzó su mirada cuando subió hasta su rostro, más bella de como la recordaba en sus sueños húmedos, y no le quedó duda que era ella, aunque no pudiera ser. ¿O tal vez sí?
—Bueno— dijo Maggy con cierta frialdad, —imaginaba una recepción más emotiva. Espero que haya sido una buena idea venir aquí.
La voz era la misma, pero se resistía a creerlo. Dándose cuenta que no había ni saludado, balbuceó unas palabras mientras se alzaba a su encuentro. Ella extendió su mano, uñas hacia abajo, y él sintió el olor de su piel al tocarla con los labios.
—Sos la última persona que me imaginé iba a encontrar, ¿qué haces en este hotel?
Mohaka rompió el círculo y se señaló a sí misma.
—Cuando le pregunté cual fue su mayor acto de impotencia, me dijo que dejar que ella se fuera. Y bueno, aquí está, ese es uno de los tantos poderes de la Fundación. Dígame, ¿acaso su dinero pudo hacerlo?
Wilbert hundió su cabeza entre sus manos de repente, que momentos de debilidad había tenido frente a esa máquina de tentaciones, y sin embargo, ella estaba ahí. Era demasiado bueno para ser verdad.
—No, pero puedo comprar un robot que se le parezca, ¿es eso, no? ¿De qué sirve? La verdadera Maggy me dejó en nuestra boda y no hay forma de recuperarla. Lo siento si les hice perder el tiempo con esto, debería irme a mi barco ya.
La joven mostró una expresión de estupor y, luego, de decepción.
—Tenemos esa capacidad— indicó Mohaka, —pero no es este el caso. Encontrar a la señorita Smith, el nombre falso con el que huyó de usted, fue difícil, pero convencerla de venir aquí no. A fin de cuentas, ella es una mosca despreciable al lado suyo.
El insulto de la máquina no la conmovió ni un poco, lo que avivó todavía más la sospecha.
—Maggy debe tener casi cuarenta años ahora, esta «cosa» es demasiado chica para ser ella. Creo que trataron demasiado y se excedieron, considérenlo para el próximo caso.
—Ridículo— le espetó la mujer, —es un tratamiento de rejuvenecimiento para que esté como cuando nos conocimos en Bondi Beach. Me dijeron que ibas a volverte poderoso como el Sol y me querías contigo, pero yo lo que veo es al mismo perro con arrepentimientos del que me fui.
Sus palabras eran como las de Maggy también, y calaron hondo en Wilbert. La máquina había mencionado que la Fundación había derrotado a la vejez, pero creía que hablaba de una crema.
—Entonces, ¿eres ella?— comenzó a aceptar. —¿Por qué los bloqueos, la orden de restricción, la nueva identidad? Te mostré mil veces que no quería perderte, ¿ahora que me vuelvo miembro de la Fundación me deseas? ¿Sos parte de ella?
—No— dijo con resignación, mirando al suelo. —Dieron conmigo, cosa que no pudiste ni con tus detectives, y eso fue suficiente. Intenté huir de tu amor durante años, todo para terminar sin nada, vendiendo botas con miedo de tener que volver a empezar. Me cansé, estoy dispuesto a darte el mío, el que creí que en realidad no querías. Me entregó, señor Taylor, como la esposa que nunca fui, si es que me quieres aún.
—¡Sí— gritó emocionado Wilbert, para caer en la cuenta de que la máquina lo observaba detenidamente. —Mohaka, usted gana, hay cosas más importantes y poderosas que el dinero. Ahora, como miembro, ¿tendré acceso a este rejuvenecedor?
—Así es, eso y mucho más— dijo con voz suave, —está todo en los términos y condiciones. Puede buscarlo ahora o luego de firmar, a su gusto.
Wilbert tomó la placa y, al presionar sus bordes, sintió como la corriente eléctrica circulaba por su superficie. Las letras cambiaron de forma varias veces hasta que reconoció el alfabeto latino, y lo mismo sucedió con el idioma, aunque el inglés fue el segundo en aparecer. Pensó en la búsqueda, pero la lectura era una excusa que se ponía para ganar tiempo. Ahora que aceptaba, no necesitaba una para poner el sello.
Apretó el botón de aceptar y la pantalla mostró su reflejo.
—Debe besarse en el espejo— le marcó Mohaka, —sus manos sobre la superficie y la mirada en sus ojos. Así quedará validada la identidad.
La miró con extrañeza y vio la sonrisa de Maggy, la incredulidad cediendo al embobamiento. Apoyó los labios en la pantalla, la vista fija en sí mismo, y se sintió ridículo. La placa hizo un ruido y la impresión quedó hecha, Wilbert Taylor era el nuevo miembro de la Fundación para el Nuevo Orden. Le entregó la documentación a la máquina y se abalanzó veloz sobre Maggy, con quien se fundió en un abrazo.
Ella se lo devolvió con fuerza y ternura, mientras sus bocas se encontraban como hacía décadas. Las manos recorrieron sus espaldas y migraron, las de ella a su cabello canoso y cuello firme, las de él a esas nalgas que tanto extrañaba. Su anhelo cumplido, años de cacería resignada volvían del recuerdo para hacerse fruto entre sus lenguas. Era ella, el sabor era idéntico y no había imitación posible.
Estuvieron así por minutos, no quería detenerse, tener que hablar con la máquina, aceptar lo que sea que había firmado por volver a esa sensación tan bonita. Ella tampoco, eso le agradaba mientras se reencontraban en la exploración, dientes que chocaban por accidente y ruiditos de pellizcos entre dos. Nada les importaba, ahora la Fundación se encargaría de todo, solo quedaba disfrutar por siempre.
Las piernas y brazos se le relajaron, flotaba aferrado sus labios, untado en su piel de perla. La habitación del hotel se desfiguraba en la luz y ya no veía a Mohaka, solo el rostro de Maggy, sus ojos que, de tan cerca, no parecían tener vida. Separó sus labios de los de ella y unas palabras sin aire se dibujaron sin expresión.
—¿Qué sucede, algo está mal?
—No, querido— respondió monocorde. —Gracias a Candamaruta, que ha derrotado a la muerte, esta es nuestra eternidad. ¿No es hermosa?
—¿Qué?— se preguntó, aunque no pudo hallar emoción alguna, ni siquiera soltar las nalgas de ella.
—¿Por qué no lees el contrato?— le habló Candamaruta con la voz de Maggy. —Ya tenés una copia adentro.
Supo que debió sentir temor, pero solo recibió mucha información, todas las características del contrato de comodato que había firmado con la Fundación para el implante cerebral. Su cuerpo sería inmortal, por siempre joven, con todas las capacidades de las máquinas más avanzadas. Recibiría como dominio absoluto un continente, sin cagatintas ni patrones que molesten. A cambio, Candamaruta tomaba el control de este por el resto de la existencia.
A la voluntad de Wilbert le quedaba reservada el eco del recuerdo de ese beso, un bucle en el implante para que por siempre viviera en él, aislado del dolor, de la soledad, de la locura. Quiso saber de Maggy y Candamaruta se lo concedió. Ella también estaba confinada en su bucle, aunque viraba entre la noche que lo sedujo para no volver a trabajar y el descubrimiento de que él se veía con una mujer más joven aún. Privilegios como miembro, le dijo, y el bucle se reinició.
La sonda insertada sangraba desde ambas pieles perforadas, la de la muñeca de Maggy y la de la nuca de Wilbert, aunque el líquido lumbar que caía era solo de él. La carne seguía tiesa, fundida en el beso y el abrazo, aunque ya no había movimiento alguno más que la respiración controlada por microchip. Mohaka revisó que la información del empresario fuese fiel y contactó a su superiora en la Fundación para dar reporte del éxito.
—Excelente, gobernante— le contestó Drashta— la producción de cobalto quedará en nuestras manos con esta adición. Continúe así y la propia Candamaruta considerará su trabajo como el de una persona fundamental para nuestra organización. Espere nuestro reporte hasta entonces.
Su superiora cortó la comunicación y la máquina sintió un dejo de peligro de sus palabras, dagas de doble filo en el reino de las dragonas. Tras un análisis, consideró que era una amenaza leve para mantenerla en línea y no una acción inmediata en contra de su persona. Volvió sus lentes sobre los gusanos de sangre en la habitación y, con una orden directa a sus implantes, les indicó que la llevaran a sus aposentos.
Los manojos de tendón y huesos se sacudieron hasta la litera, un impulso eléctrico tras otro desde detrás de sus ojos en blanco, que ya no necesitaban ahora que percibían solo lo que las dragonas consideraban útil. Las articulaciones viejas sonaron por la fuerza necesaria para levantar tanto peso, pero ya no había dolor en sus cuerpos, solo pasos porfiados que sacaron a Mohaka de esa jaula para primates en celo.