I

Quisiera un anuncio

como lluvia de octubre,

balde que avisa

al fragante herbecido

que la sesión medra

y el fresco regresará.

 

A las plantas les encanta

crecer en el juego

al ritmo del sol intenso,

su invierno fue ayer,

mañana será más fuerte,

hoy toca empinar.

 

Pero a octubre

le sigue siempre febrero:

pasos al calor,

alivio de quemaduras,

humedad que pega,

siestas largas, dejadas de más.

 

Con abrazos roncos de agobio

en noches exiguas

tropical llega la lluvia.

Sorpresa envuelta,

horas de show de teatro,

baile entre gotas, abortos de picnic.

 

Viento que arranca techos entre truenos

a su sombra en paz duermo.

La tormenta queda,

febrero todo lo inunda,

cuantas plantas flotan,

cuantas macetas ahogan.

 

Se come el arroz crudo,

fondo del refugio,

y la prefiero eterna,

chapoteos libres,

que mayo llega solemne,

el sol se apaga, tu agua escurre.

 

II

Entre las hojas marrones en la yeca

los diluvios son muy pocos,

solitarios cortes,

se le copia al verano

y sorprendidos, casi forzados,

barremos bajo la niebla nuestras lágrimas.

 

A las irrupciones le sigue lo roto

en el frío a pleno sol,

julio que ilumina

sin encender los matices,

los momentos grises

de una vida al abrigo.

 

Las nubes frías son bajas,

dudas que garúan

son la espuma helada

en la leña yerma,

que se moja y se escarcha,

salir del caparazón es la locura.

 

La exposición basta para matarte

lo poco que una se guarda,

nueces de recuerdos

juntadas en tiempo de colores.

Todas somos semejantes

debajo de una lluvia de invierno.

 

Desaparecidas en el hielo,

solas en la cubetera,

el cristal devora

hasta que iguala los restos,

la pasta sin forma

donde crecerán las crías.

 

 III

Deseo pero no tengo

más que el escape

del llano y del pantano

en que enterraron

lo que queda de mi suerte.

 

Mi lluvia es de estepa,

ladrido del monte

desierto de tiempo seco,

tapado con poncho,

que colma nuestras vaguadas

perdidas al viento.

 

Mi sol es el canto

del largo viaje al polvo,

la procesión que cruza los Andes,

que ayuna del desplome,

no de indulgencias escasas en la noche.

 

Quisiera ser ombú de llanura fresca

cañaveral en el río.

Soy la penca trastocada,

San Pedro en llamas.

Mi camino está lejos,

allá donde el año no tiene nombre.