Pocas cosas me gustan tanto como sentarme en un café a escribir o a leer. Me da pena que la guita no me alcance para poder hacerlo seguido.
Hoy fue por obligación. O por abandono, la tradición de Telecentro, que me expulsó de mi casa para poder laburar. Una tarde en un cafetín de Buenos Aires sobra para generar varias aguafuertes. Veamos.
Los mozos buena onda son todo lo que está bien: desde «probá el wifi y sino andá tranquila» hasta «quedate todo el tiempo que necesites». En estas épocas de individualismo y odio necesitamos este tipo de comentarios. Un amigo me dice que necesitan mostrar que hay gente en el salón. Yo necesito creer en la bondad de la gente. Por un rato. Déjenme.
De fondo una tele con TN insiste con su propia agenda mientras una señora entra a pedir mesa por mesa una ayuda para poder comer. No será la única de la tarde.
Sigo trabajando pero cada vez que saco la cabeza de la compu ejercito uno de mis deportes favoritos: imaginar las películas de los habitantes transitorios de cada mesa. Adelante mío, dos señores bastón en mano atacan unas medialunas, uno de ellos cuenta que aprendió a lavar y a cocinar. Lo imagino viudo reciente. Más allá de las posibles discusiones sobre el rol cavernario de «ama de casa», puedo ver la tristeza en los ojos del señor y sentir ternura. Se me ocurre que su amigo lo sacó a tomar aire y a preguntarle cómo está. Luego se pelearán porque el otro no pague la cuenta. Quizás es una amistad de varias décadas. Gente que sí. Los que están siempre aunque el pesito esté ajustado.
Un poco más atrás, una señora canta el feliz cumpleaños con un celular en la mano. Se esconde cuando alguien la mira pero sigue cantando.
Otra mujer come un tostado de jamón y queso con cuchillo y tenedor (no somos quienes para juzgar). Mientras en la mesa de al lado, dos señoras que peinan canas hablan de Luck Ra y yo tengo que googlear quién es.
De pronto, gritos, de esos con acento italiano. Dos tanos hacen su ingreso triunfal, ocupan una mesa al lado de una ventana, por supuesto. Cuando el mozo les ofrece el menú, uno le grita «qué menú si nosotros no leemos, traeme café».
La gente que me quiere sabe que estos abandonos de la carísima compañía que me ofrece ocasionalmente el servicio de internet me desbordan de bronca y complicaciones pues el técnico se acercará a su domicilio dentro de un gran margen horario en unos dos años. Espérelo. ¿Tiene algo que hacer? ¿A quién le importa? Disculpe las molestias pero siga pagando. ¿Lo ven? Me lleva la cachetada, diría el Chavo del 8. Decía que los que me quieren saben eso y así es que me llega un meme buenísimo que despierta mi sonora carcajada. Uno de los tanos gira su cabeza. No dice nada. Entre gritos y carcajadas no nos vamos a señalar. Sigue su charla a los gritos. Sigue mi risa.
¿Me traes la cuenta?