Marzo del 2020, las pantallas exponen la noticia que en Whan un chino se comió a un murciélago, y desencadenó la pandemia del Covid-19. Que es una gripecita. Que no es. Que hay que usar tapaboca, que no. La consigna era quedate en casa. Sí, quedate en tu casa, porque afuera hay un virus que te puede matar. Hubo escasez de papel higiénico. Exceso de narcisismo. Toque de queda. Cuarentenas de 15 días. Cadenas nacionales. El capitalismo no estaba preparado para afrontar una pandemia. La vida tomó una matriz delirante: el terraplanismo, el apocalipsis, la teoría de los seres de luz que esta crisis nos iba a devolver mejores al mundo. Manifestaciones van y vienen. El límite, la impugnación al sistema político, la derecha hace eco, eco, eco.
Vivir adentro. Volare, oh, oh, cantare, oh, oh. Las paredes no descansan de vos. La casa respira, de a ratos entrecortada, pidiendo pista para recuperar su descanso humano. ¿Qué memoria albergará de la pandemia? De a ratos la imagino escribiendo catarsis al estilo “Querido diario: hoy mi habitante no paró de practicar karaoke con canciones de Los pasteles verdes. Mañana piensa probar la receta de los bizcochos de aceite. Se la pasa hablando sola, o le habla a los perros y a los gatos. Tiene videollamadas de trabajo de 10 hs. No duerme de corrido hace meses. Se enferma. Llora. Ríe sin motivo. Baila cumbia. Escribe paparruchadas. Pone Mozart. Intenta un día hacer yoga, al otro pone un video de zumba. No la soporto más. La casa está tomada, y no está en orden”.
La casa también está trastornada, aunque es el único lugar seguro. Afuera está el coronavirus.
La realidad cruje en su interior, ante la catástrofe. Los optimistas seres de luz dicen que esta crisis pandemial nos va a convertir a las personas en más bondadosas y empáticas (la palabra hit de estos 9 meses repetida para todo). El repollo es empático, la vecina que da clases de yoga gratis desde el balcón es un ejemplo de empatía, el vecino que canta el himno nacional desde la vereda de su casa a las 21 hs. es el empático patriota, los aplausos a las personas trabajadoras esenciales del ámbito de salud es la empatía hipócrita. Porque a cada aplauso le llega una expulsión. Sin escalas, la categoría del mal avanza, la palabra empatía cae de ojete en una calle empedrada.
Desde la pantalla de la computadora pasan las estaciones del año, la vida, el plato de comida, la foto del asado que no te podés comer, la voz de tus mejores amigas, la lectura en vivo, el pedido que hagas un video saludando, la clase, el conversatorio, la otra clase, el taller, la compartida de pantalla, el video que se tilda, la pregunta, el festejo de cumpleaños. Besos por celular. Amores perros de unos bits más o menos, que tienen más necesidad de amor que amor para dar. Me gusta mucho, me encanta poco, me entristece poquito, me enoja casi nada, me importa nada. A un like de distancia se dirime la otrora mirada.
No quiero ver una foto más de pan con masa madre. Ni tampoco tu felicidad impostada, con la repetición “de esta salimos todes juntes”. Estoy tan intolerante como mi casa. No me banco ni un chamuyo, ni una declamación más. Las palabras se gastan. Se lastiman en la nueva herida de narcisos. El reflejo en la pantalla. No podrás reflejarte dos veces en la misma pantalla. Pero vas, y lo hacés, otra vez, y otra.
Ojito con las palabras que no dicen nada, como “la nueva normalidad”, parece parienta de la “empatía”. La bondiola empática, se va a llamar el nuevo micro emprendimiento, ya que ahora resulta que todas, todos, todes, tenemos que ser micro emprendedores, plantar zanahorias, ser desocupado es ser “trabajador de la economía popular, o “informal”, y ah! me olvidaba del famoso y tan ponderado trabajar en red. Eufemismos de la precarización.
¿La pandemia te encontró del lado de quienes tienen trabajo estable, o en la vereda del changueo? ¿Pudiste quedarte en tu casa? ¿Cómo paraste la olla? ¿Paraste la olla? ¿Tu alimentación fue arroz, fideos, polenta, arroz, fideos, polenta? ¿Recibiste caja de alimentos? ¿Qué alimentos? ¿Cobraste Ingreso Familiar de Emergencia? ¿Te inscribiste en el Renatep y después te enteraste que nadie iba a cobrar nada porque resultó ser una encuesta? ¿Te conmoviste con Dylan, el collie del presidente? ¿Te enamoraste? ¿Te desenamoraste? ¿Pensaste en el suicidio? ¿La muerte te pisó los talones, a vos o a alguien cercano? ¿Quiénes te hicieron el aguante? ¿Quiénes no? ¿Qué rutina te armaste para no enloquecer? ¿Se te disparó algún sueño? ¿Soñaste? ¿Dormiste bien? ¿Tenés sed? ¿Con qué deliraste? ¿Sos la misma persona que cuando empezó la pandemia?
“Toda crisis representa una oportunidad” bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla.
Quedate en tu casa, sembrá la huerta, poné harina de centeno a fermentar, prepará tu propio pan, la vida es hermosa. Los argentinos somos derechos y humanos. Vamos a Chaco a ayudar a los wichis, que no son negros de mierda, planeros, como los que viven acá al lado. Antón, Antón, Antón, pirulero/ cada cual, cada cual/ atiende su juego/ y el que no, el que no/ una prenda tendrá. Pandemia, pandemónium. La exposición de la riqueza más rica, y de la pobreza más pobre. El neoliberalismo, para algunos, el tardo capitalismo para otros. El verso del tango en el mismo lodo todos manoseados, no aplica. Hay derechos selectivos, aunque sean universales en sus letras muertas. ¿Cuál es la letra viva? ¿Vive? ¿O es como el dinosaurio de la ex diva de la TV?
Por la ventana de la cocina vi pasar el último tramo del verano, el otoño, el invierno, y ya hay señales del verano por llegar. Por la pantalla de la computadora una realidad en otra realidad, y en otra como las mamushkas, o la piel de la cebolla. Por la ventana de la cocina quise tragarme la vida, restauré recuerdos con pinceles ajados, vi los verdaderos rostros de la derrota, y le di para adelante, como una burra con anteojeras rumbo a la zanahoria del futuro. Muchas veces me pregunté qué hacía derrochando tiempo en sangrar por la herida. Cuando hubiera sido mejor suspender al pensamiento. Inventar excusas para meterle paliativos a la imposibilidad. Lloré mirando por esa ventana otras ventanas. La de manos tendidas con sinceridad, que no esperaba. La de lavadas de manos, de manos que esperaba. La de manos que daban y exigían a cambio. La de manos que señalaban con sus índices. La de manos que acariciaban con distancia social, pero no afectiva. La expectativa nunca cauteriza. Va pegada a la estupidez. A la necesidad de creer. Ronda como bicho al foco, queda pegado en el vidrio, y espicha. No tiene sepelio, ni nadie le lleva florcitas a la tumba. ¿Eso será la soledad? ¿Mirar por una ventana como pasan las estaciones? ¿Eclipsarse con la luz led de la esperanza? ¿Amasar el día nuevo con ingredientes vencidos? ¿Cocinar arroz, polenta, o fideos? ¿Colocar al deseo en stand by? ¿Responder “estoy bien” como si de tanto decirlo se convirtiera en verdadero?
Vienen carcajadas de lejos. En la reapertura el pueblo se llenó de turistas. Nadie usa barbijo, ni distancia. El amor no vence al odio. La patria es el orto. El gato dorado que mueve la mano para la prosperidad se quedó sin pilas. Mira un punto fijo, con el puño alzado, inmóvil.
Marzo del 2020 empezó con resfrío, tos, dolores varios, disfonía. Siguió con declaración mundial de Pandemia. Prescripción médica de reposo y aislamiento por el cuadro gripal, y las defensas bajas. Fue un mar de mocos al no tener trabajo estable, y no poder salir a changuear. Ahí salieron los macarras de la reinvención, reinventate, dale, vos podés, fuerza. La vida es bella.
Comenzaron a llegar mensajes y cajas de alimentos no perecederos, y de alimento balanceado para perros y gatos en el porche de casa. En la cocina el frasco de paracetamol junto al termómetro digital. Más mensajes: “Nosotros tenemos trabajo estable, vos no, aceptá que te demos una mano”, “Pasame tu CBU, por favor, dale, dejá que te deposite unos mangos”. Largar el moco del llanto puertas adentro, gratitud, extrañeza, y un pensamiento recurrente: si me pasa algo, qué será de mis perros y gatos. No, no puede pasarme nada.
Trastornos del sueño. Trastorno de ansiedad generalizado. Mocos y trastornos. Más mensajes: “Decime qué te compro, porque o sino voy a comprar lo que se me antoje, y capaz necesitás algunas cosas en particular”, “¿los perros y gatos tienen comida?”
Fideos, arroz, polenta, fideos, arroz, polenta. Querer convencerme con frases hechas que todo iba a mejorar, mientras las defensas seguían en caída libre. Enfermarme hasta de culebrilla. Perder el gusto por la comida y la cocina. Bajar 9 kilos en dos meses sin hacer dieta. Tomar impulso no sé de dónde, pero tomarlo, y repuntar. Una de cal, dos de arena. Gratitud hacia las manos que sostuvieron y sostienen.
Noviembre del 2020, tapada de entregas, changarina de la palabra, desgrabo, escribo, corrijo, absoluta reserva, vendo limones del limonero del patio de casa. Necesitada del apuro, queriendo probar suerte con este bodrio de palabras que quiere ser ¿un ensayo de no ficción? Reviso caracteres con espacios, líneas, bostezo. Entre estas paredes 4 gatos, 2 perros, una libélula quedó suspendida del cielorraso, ¿será la misma que apareció el viernes mientras coordinaba taller sobre Marosa Di Giorgio? Respiro. El cielo reniega en truenos y relámpagos, los grillos y ranas anuncian lluvia. Cantaría kilómetro 11 en guaraní para espantar a la tormenta. Ya se escuchan las gotas sobre el techo de chapa. Recuerdo a Kiki Dimoula que escribió “la lluvia me encerró dentro”. La pandemia, también. ¿Hay un adentro más allá? El viento trae olor a tierra mojada.