Se preparan con rutilante antelación para lo que creen, es apenas el principio de una muerte nueva. Romina enjuaga las nimiedades del zaguán con una voluntad que conmueve, mientras que Raúl, trémulo, se limita a desdeñar las suntuosas armellas esparcidas por todo el suelo. Cuando nota la sangre en una de ellas intenta vociferar un chiste, pero ella se adelanta y pregunta si era ferretero, lo piensa unos segundos y concluye en que quizás se trataba de un simple empleado. Si bien es cierto que en sus bolsillos el cuerpo del hombre destila clavos, tornillos y otras piezas metálicas, resultaba difícil saber con exactitud a que se dedicaba o directamente quién es, a Romina le encanta limar en su mente esos detalles lúgubres, él ostenta un rol más destinado a actuar con eficacia, cosa que ella suele reprocharle con frecuencia, aunque también es condescendiente en una verdad; no incurre en sentir lástima, Romina afirma que nunca hay que implicarse emocionalmente con las víctimas o se perdería el gusto a matar.
Escuchan un sollozo y tienen pensamientos disímiles, ella piensa en un pájaro o una mascota, él y su paranoia suponen que hay alguien más en la casa, por lo que decide ir a investigar, cuando es encontrado tras un largo ojeo, El niño llora, sabe que algo malo le ha pasado a sus progenitores, su grado de comprensión es trivial en este asunto, puesto que la mera ausencia física a veces implica desarraigo, la inquietud de Romina desde el otro lado de la puerta será suficiente para que Raúl tape con una manta blanca lisa al infante y se mienta con lo que sabe inevitable; Romina entrará reafirmando su autoridad y ordenará matar al crio, y él dirá que no, que ellos matan por elección, que esto no estaba estipulado, que es chico y lo pueden moldear a su manera, que habían estudiado exhaustivamente a la pareja que mataron hace un rato y estaban seguros de que no tenían hijos. Romina, impasible, deslizará el arma y le dará 15 minutos para realizar el sacrificio Él, que a esta altura parece un cordero en las puertas de un matadero y tiembla más por descubrir el peor miedo que un humano puede tener, el miedo a otro ser humano que por la situación irreversible empezara a darle golpes de nudillos y culatazos a la cuna, hasta que esta cede y cae con el niño encima, el estruendo fusionado con el llanto parece alertar a algunos vecinos que abren las ventanas, pero él sabe que desde ese ángulo tan por encima es imposible que vean algo, intenta callar al niño con las manos en su boca, pero su llanto solo muta en un sinfín de mocos y lágrimas que con cada segundo solo parecen agigantarse. Finalmente, Romina entra y apunta al niño, él, por primera vez en toda su patética existencia, no se cohíbe y también apunta a su esposa, parece que vocifera algo como que no tiene por qué terminar así, pero ella no quiere ni puede escucharlo, pobre Raúl, piensa ella, tan pez fuera del agua, tan mediocre, esa laguna de pensamientos termina cuando el disparo le atraviesa la sien y cae al suelo desplomado, por un segundo se siente orgullosa de la osadía de su hombre, tardía, pero osadía al fin. El hombre piensa que torció su propio destino, no sabe lo que será de el de ahora en más, y menos lo que hará con el infante, estima que en cuanto el shock pase se dedicará a ser un buen ejemplo, tiene toda una vida por delante, reflexiona mientras que la policía, alertados por el llanto perpetuo, derriba la puerta de una patada.
20 años. Estudio un profesorado de letras.
Devoto de la poesía