Un espejo que se muerde la cola, serpiente con escamas refractantes. Cada escama es un fragmento, un dolor, una muerte, un amor, un verano. Para hablar no hay que saber, hay que decir. Total, no hay ninguna verdad al final del arcoíris, nada que se nombra puede tocarse, puede doblarse, desarmarse o rearmarse, pero no está allí, ni siquiera es aire, si no estoy lo que se nombra no es nombrable. Entre los fragmentos, y la lúmina ilusión veo en cada grieta un mar interno agitado, como un mar de sudestada, álgido, fuerte, ruidoso, moviente. Aunque a veces, la creencia absorbe a la sorpresa y el sentido se adueña del sentir. Cada refracción es un disfraz, una excusa, una mentirosa verdad, una pequeña muralla donde rebota cada palabra, cada mirada. Rompo mi piel y la abandono cada tanto, me llama un aroma, el tacto de otra piel, me hacen desprender de esa cáscara radiante los abrazos, las angustias, los besos suaves, las caricias. Me escapo sin miedo, abandono la cáscara por algo nuevo, saco a relucir el sentimiento, a dejar que el movimiento haga de su andar también a mi cuerpo. Una brisa nostálgica en febrero, el fervor de las pasiones resurgiendo, el ruidoso silencio de los cementerios; todo trae algo nuevo, se repite sin remedio. La cura es el propio veneno, es verse muerto, saberse tieso y sin sentires, despierto al sueño en el súbito momento en el que todo quiere tragárselo el silencio. Soñar despierto, vivir ardiendo, vivir sin necesidad de fundamentos, tomar distancias de los ídolos, de los lamentos, del murmullo, del argumento. Vivir, seguir en movimiento, girar, jugar el juego. Jugar como se juega, no sabiendo, sino, haciendo, poniendo el cuerpo en cada intento, la invención a la orden de la acción, la creación sin límites, sin remordimientos, sin avergonzarse, jugar riendo. Jugar y vivir, moverse y sentir, atravesar, filtrar las olas de ese mar, montarlas, no domarlas, conocerlas, deslizarse, introducirse para volver a salir, sentir el cuerpo flotar y también hundirse, no temerle a ser absorbido por el mar, dejarse llevar por la corriente, flotar, bracear, patalear, recostarse en la tabla en medio de ese mar. Volver a salir, resurgir con el sol de frente, con la luna atenuante, con el aroma, la sal, con los músculos que laten. Sigue girando, sigue buscando morderse la cola, al final va a lograrlo, lo inevitable no es evitable, los giros hacia la muerte nos sumergen en la vida tan fuerte que se siente, se siente y de eso si los sueños saben, no hay olvido que sepulte un sentir, porque se repite interminable.
Repitiendo
Por
Nicolás Castelli
/ 14 de julio, 2024