Dibujaba un croquis de las nuevas habitaciones que planeaba construir cuando escuchó un escándalo de perros y pájaros y a Damián llamándola en el patio. Salió y se encontró con una inmensa red de hilos de lana extendida a lo largo del terreno que marcaba el límite entre el interior y el exterior de la propiedad. Llegaba a unos cinco metros de altura, tan alto como el más alto de los árboles del patio, las aves no lograban atravesar los agujeros y parecían llorar. Luego vio a Damián tratando de liberarse de las hebras trenzadas que le impedían mover los pies, los perros ladrando, asustados.

Lila llamó a Horacio y después de mucho tirar se dieron cuenta de que luchaban contra algo más fuerte que el pegamento; luego de intentar cortar el material, vieron que era flexible y pegajoso, las tijeras quedaron unidas a las hebras. 

Oruguita notó la conmoción, se dispuso a ayudar y, sin pensar demasiado, tomó los hilos con las manos y estos soltaron a Damián. A Lila le recordó a una araña caminando por su propia tela.

Lila y Horacio regañaron a su hijo. Diciendo qué hacía ahí, jugando solo con esos hilos extraños. Damián, que continuaba muy propenso al llanto a su edad, respondió que estaba aburrido y quería jugar con las mascotas. El matrimonio habló intercaladamente sin escucharse, apoyando lo que uno decía en lo que el otro no terminaba de decir. Que ya estas grande para llorar, que si estas aburrido ponete a estudiar, para algo pagamos tan caro la escuela, tenés que estudiar o ¿querés terminar como linyera en la calle? Me parto el lomo para vos y no te importa, ahora andate a tu pieza a hacer tarea, ¿cómo mierda salgo ahora? Tengo que hacer guardia hasta tarde. Ante esto último Oruguita hizo ademán de proponer algo. Lila notó su inquietud y le pidió que hablara. Horacio dio un respingo y lo miró como diciendo “ni se te ocurra”. Oruguita se ofreció a abrirle un espacio en la tela a Horacio para que este pueda entrar y salir. “Para pagarte lo de la otra vez, así me olvido”. Lila preguntó a su marido de qué estaban hablando y Horacio respondió que era otra de las boludeces del boludo, pero aceptaba la oferta. 

Lila se quedó viéndolos irse. Algo le ocultaba su marido. O estaba paranoica, herida producto del duelo, esperando que la lastimen. Ignoró los pensamientos que le apuntaban a una etapa que era mejor olvidar.

Investigó los hilos hasta dar con su punto de origen. Siguió un camino de nudos que se extendía hacia el interior de la casa. Había ropa vieja de niña pegada a los muebles, fotos de Lucio y Margarita atadas al techo, el librero de nogal balanceándose en una hamaca paraguaya en medio del comedor. Una remodelación espantosa, pensó Lila. Llegó hasta el cuarto de Susana. Adornaban las paredes prendas de vestir incompletas: medias, cuellos de tortuga, gorros. Los hilos salían lento pero consistentemente de la holgura entre puerta y suelo. Escuchó ruido proveniente del cuarto. En su aburrimiento, Lila decidió molestar a su cuñada.

—¡Qué interesantes cambios hiciste en la casa! —en voz alta y dando pasos fuertes. Del otro lado no hubo respuesta—. Muy avant-garde, querida. Te hubieras dedicado al arte —silencio, Lila se impacientó—. Cuando mantengamos la empresa te voy a considerar para que brindes tu talento con la decoración. A Lucio le hubiera encantado.

Del otro lado, Susana dejó escapar un sollozo. Lila trastabilló, no esperaba esta reacción. Se aflojó el cuello de la blusa y buscó con la mirada algo que la distrajera de la vergüenza que sintió. Notó en el gorro negro de la pared una “L” tejida en cursiva. Claro, pensó, al fin cayó en la cuenta que es viuda. Dejó a Susana sola con su dolor.

Por supuesto, ella también lo extrañaba. Lo conoció cuando comenzó a salir con Horacio. Su admiración por Lucio comenzó al leer sus artículos sobre la historia de la arquitectura local, pero más que nada admiraba su capacidad inventiva, su eclecticismo. Él ya se había hecho un nombre por sí mismo en el país, así que cuando la invitó a trabajar con él no pudo negarse. Por el mismo motivo, cuando le confesó que tuvo un bloqueo creativo, que duraría años, Lila no se negó a que sus diseños fueran presentados bajo el apellido Arzubita. Sos muy buena, le dijo una vez, pero la fama y ser hombre tienen más peso. Ella no obtenía crédito pero si dinero y contactos.

Una vez casada con Horacio consiguió otra forma de reconocimiento que le resultó más placentera: una vida lujosa. Al menos tan lujosa como podría ser la vida de una mujer de clase obrera que se sostiene gracias a la fama de un familiar. Fiestas con funcionarios de corta imaginación, bebidas gratis y esculturas de hielo que perdían la batalla ante el calor de las noches. No era feliz. Se convenció de que la felicidad era aquello que llega cuando se aparenta lo suficiente, y el traje se vuelve piel. Distinguir entre apariencia y realidad era inútil. Olvidó esta tensión dentro de sí hasta la noche en que Lucio bebió de más y habló de más. Ver luego a Margarita rechazar el nombre y herencia de su padre abrió en ella un apetito voraz por fundir la superficie de su vida mentirosa con la realidad que no lograba alcanzar. Y así se ofreció a interceder por ella. Ofreció a su hijo, parido con dolor antinatural y preparado para la crianza en un conocimiento enciclopédico, como heredero de todo lo que ella merecía.

—No lo puedo creer —dijo Lucio—, íbamos a empezar a prepararla para entrar.

—Tu hija es muy infeliz. ¿Alguna vez le preguntaste si esto es lo que ella quiere?

—Nunca se opuso. Pero ahora que lo decís creo que la presionamos demasiado. No se opondría a sus padres.

Hubo silencio por un momento. Lucio hizo la pregunta

—¿Qué va a pasar con la empresa cuando yo muera?

—Damián es una opción. Todo tu capital queda en la familia.

Pensar en su hijo le recordó a su marido y como este actuó esa mañana, la manera que miraba a su alrededor. Recordó el dolor del sexo, la insatisfacción que sentía por Horacio, el dolor que le había causado. Lila hacía compras, un mes antes de hablar con Lucio sobre la herencia, cuando encontró a su marido saliendo de un motel con otra mujer. Los persiguió varias calles y los golpeó con las bolsas que cargaban sus cajas de zapatos. Horacio se excusó diciendo que tenía necesidades como hombre, que sentía mucha soledad, que gracias a él y su familia ella había conseguido sus lujos, no quería perderlos.

Días después Lila cuidaba a Damián en la casa de su madre cuando apareció Horacio. Él lloró diciendo que no podía vivir sin ella, sin Damián, que lo perdonara. Y lo perdonó. Justificó su decisión afirmando que no quería que su hijo viviera sin padre, en una familia rota. Esa era la razón que daba cuando le preguntaba, al momento de buscar un motivo para sí misma, personal, privado, no lo halló.

Con los años su vida volvió a la normalidad que supo disfrutar. Si guardaba rencor hacia su marido o si deseaba reconocimiento por su trabajo, supo disfrazarlo

En un croquis, que era su proyecto personal inconcluso, en el corazón de la casa, sin saber qué hacer, dibujó un cuarto sin puertas, desconectado, inaccesible. Por la madrugada, seguía pensando qué retoques hacerle, qué función cumpliría ese cuarto. Margarita tocó a su puerta, la hizo pasar.

—Tengo mucho en mente —Lila adivinó lo que diría después—. Y vos sos más mi madre que ella —El sentimiento era mutuo. A veces Lila pensaba en ella como en su hija real y en Damián como el niño que parió y que protege. Por supuesto, se sentía culpable, pero a su hijo no lo entendía, quizá no lo haría nunca. Con Margarita lograban hablar entre iguales. La relación entre las dos comenzó por conveniencia, pero con el tiempo Margarita aprendió a quererla. Lila prefería no pensar en la diferencia entre conveniencia y cariño, era preferible aparentar, dejarse llevar.

—Quiero escapar —dijo Margarita—. O mejor dicho quería. Estaba decidida antes pero ahora no estoy segura.

—¿Cómo que pensás escapar?¿No pensaste que haría tu madre? —Lila respondió sin pensar. Se imaginó en la posición de Susana. Damián marchándose, no verlo jamás.

—Pensé que cuando tuviera una parte del dinero de papá podría irme. Tengo novio, ya arreglamos para irnos juntos a su departamento. Perdoname por no haberte contado.

—Tantas veces me dijiste que odiabas los secretos y mirá ahora.

—También por eso quiero escapar, me estoy convirtiendo en mis padres. Pero, no sé, después de hablar con mamá tengo dudas.

—¿Qué pasó con Susana?

—Me habló de la tía Elena. Parecía otra persona, no mamá, sino Susana. No sé si me explico. Me dejó conocerla de verdad, me habló de verdad. No hubo esa distancia de siempre.

Lila le preguntó a qué se refería.

—Hay algo entre las dos que hace imposible que nos entendamos. Desde chica, solo podemos relacionarnos si hago lo que me dice, si fingimos que todo está bien. Le digo así al sentimiento que provoca, distancia, abismo. Ella cree que las cosas que hizo papá son justificables y pretendió que yo esté de acuerdo o que me haga la boluda. Pero ahora estoy dudando porque me mostró que puede tratarme con honestidad. Después de esto capaz hay chance de que piense en lo que yo quiero para mí misma. Como hiciste vos cuando me ayudaste con papá.

“Esta es mi oportunidad, tengo un hijo y la experiencia, si esta nena no quiere hacerse cargo lo hago yo”, había pensado Lila mientras su sobrina le abría su corazón años atrás. Finalmente la apariencia y la realidad se mezclaron frente a Lila. Una relación así, con su segunda hija, nacida de la mentira y los tratos a escondidas, acabó por ser lo más verdadero que tuvo con alguien. A Damián lo amaba, por supuesto, era su hijo, pero en pequeños gestos, acciones discretas y órdenes, lo había vuelto más bien un medio para un fin. ¿Era esto lo mejor? Su hijo tendría fortuna y ella podría seguir esperando la felicidad entre fiestas y vino. No. Su primer hijo acabaría como la segunda hija adoptiva: odiando a su madre.

Se acercó hasta el croquis. Tomó el lápiz y dibujó una puerta en el cuarto oculto en el corazón de su proyecto.

—¿En qué pensás, tía?

—Tenemos que cambiar todo el plan. Quiero levantar una casa y te voy a hacer un cuarto. No vas a pagar alquiler.

Margarita se puso radiante. Barajaron ideas para el diseño por un buen rato. Luego, llamaron a la puerta.