Cortes
Tengo tantas heridas abiertas que no me doy cuenta cuál me corté yo, cuál me cortaste vos o cuál me corté con la tijera.
Creo, lo “desvivo”, y se me remarca con lo rojo y doloroso el no saber cómo no terminar con las manos sangrando.
No hay paz indeterminada,
no hay momento donde el impulso no me coma a bocados.
Pero me muerdo la piel de los labios, me rasguño el pecho, la espalda y la voz.
No creo en lo deshecho, y mi estómago ruge cuando el humo de la mañana pasa.
Tengo tantas heridas —reconocidas, irreconocidas, profundas, superficiales, de papel y de mentira— que, cuando el frío que me das aparece,
pasa como una más.

