¡Justicia! (introducción al libro)

Estas mujeres ya no reclaman… ¡Ahora ajustician!…

                                                                        PRIMERA TEMPORADA.

CASO CLAUDINE SÍNGERMAN

                                                                                       CAPÍTULO I

Ocurre en una populosa ciudad latina.

Primer martes de mayo de 2021.

Hora 03.00 ESCENARIO 1

Es de madrugada, en la penumbra de un galpón abandonado, un hombre de unos cuarenta años se encuentra totalmente desnudo, atado de pies y manos a una robusta silla, con su boca amordazada y los ojos vendados… Al cabo de unos segundos, en ese ambiente polvoriento, frío y brumoso, comienzan a materializarse varias figuras que lo rodean de manera ordenada y silenciosa. El hombre se encuentra atado y privado de todos sus sentidos, excepto del oído y en ese órgano tiene concentrada toda su atención; sólo puede mover su cabeza y así lo hace, intentando detectar los pasos cadenciosos que se van acomodando a su entorno. A pesar del frío reinante, su cuerpo velloso transpira de nerviosismo, sus muñecas -fuertemente sujetas por detrás- sangran por el esfuerzo de liberarse y sus tobillos -atados a las patas traseras de la silla- hacen que sus piernas queden abiertas impidiéndole cualquier maniobra. De pronto, un sonido particular lo sobresalta y el sujeto queda expectante…

 -¿Cómo te sientes Juancito? –le pregunta una mujer de bellas facciones, cubierta por una túnica violeta, mientras apoya -frente a él- una laptop sobre un viejo carrito de herramientas.

 Cuando el hombre comienza a menear la cabeza intentando decir algo, la mujer le quita la mordaza de la boca…

 -¿Cómo llegué aquí, qué pasó? –es lo primero que balbucea, tratando de recordar.

 La mujer no le responde, sólo le retira la venda de los ojos y el hombre descubre la situación; puede ver la computadora portátil encendida, pero sin imágenes y luego le dedica una mirada de intriga a la interlocutora…

-¿Quién eres? –le pregunta, de mala gana- ¿Qué mierda quieres?

 -¿Quién soy?… No importa –retruca la atractiva mujer-… ¿Lo que quiero?… Ya te darás cuenta.

 -¿Y esto qué es? –pregunta entonces él, con cierta arrogancia- ¿Un rito satánico?

 -Casi –responde la mujer, dejando caer su túnica para quedar desnuda frente a él…

 -¡Ah, ahora entiendo!… Me estás haciendo una fiestita privada… Seguro la bienvenida de los muchachos… ¿Quién te pagó? ¿El gato Andrés?…

 La escultural mujer, comienza a contorsionarse con movimientos sensuales frente a él, sin tocarlo.

 -¿El petiso Miguel?… ¿O Barrabás? –continúa adivinando el hombre, ya excitado y concentrado en el ángel tatuado entre los senos femeninos.

 La mujer continúa su danza en silencio, hasta lograr la erección del hombre que ríe con soberbia y disfruta de ese espectáculo, a pesar de su inmovilización.

 -Bueno, ya la tienes como quieres, ahora bésala –le dice el hombre acostumbrado a fiestas sexuales.

Después de unos segundos, en medio de la excitación, el hombre abre su plano de visión y puede observar difusamente a una docena de mujeres con caretas blancas y túnicas violeta, formadas en un semicírculo frente a él… En un momento determinado, la mujer activa la computadora que comienza a mostrar imágenes de una jovencita en escenas familiares, mientras el hombre sigue en su estado de excitación sin cuestionar lo que sucede, pero espía esas imágenes como esperando algo más y ese algo más, llega enseguida…

 -¡Pero, qué mierda! –reacciona él, sin perder la erección.

 -¡Bien!… La has reconocido, ¿verdad, Juancito?

 El hombre se espanta, porque sabe quién es la adolescente de las imágenes e intenta desembarazarse de sus ataduras y no puede… La mujer danzante toma su túnica y se la coloca nuevamente, mientras se acerca una de las espectadoras enmascaradas, con una gran tijera de podar en una mano… Al ver esto, el hombre sobredimensiona sus ojos y de la impresión se impulsa hacia atrás, cayendo atado a la silla para quedar boca arriba y desde ahí comienza a insultar…

 -¡PUTA, IGUAL QUE ELLA! ¡ESO ES LO QUE ERES! ¡UNA GRAN PUTA! – grita, sin poder evitar que su pene se relaje…

 Una vez frente a él, la mujer de la gran tijera se levanta la máscara y al parecer el hombre la reconoce, pues grita más fuerte…

 -¡AH SÍ, TU HIJA ME DIJO QUE LE GUSTABA Y QUERÍA MÁS! –se desgañita desde el piso, con su miembro aún erecto-… ME PROVOCABA, COMO USTEDES AHORA… ¡PUTAS DE MIERDA! ¡TODAS USTEDES!

 En el amplio galpón, sólo reverberan los gritos desaforados del hombre que está viendo llegar la muerte… Y esta, no se hace esperar, pues la portadora toma la tijera con ambas manos y de un solo corte le secciona su aparato genital completo.

 -¡AAAHHHGGGHHH!!! -Es el grito de dolor del hombre, que al exhalarlo, despide una bocanada de vapor y de inmediato comienza a desangrarse por su zona baja, despidiendo chorros rojizos generados por el intenso bombeo de su corazón…

 -¡Por favor, no me dejen así! ¡Me arrepiento!… ¡No lo haré más!… ¡Me equivoqué! –son lo ruegos desesperados del hombre, que ve cómo se le escapa la vida por esa violenta mutilación…

Con la misma parsimonia que entraron y en perfecto orden, las mujeres se retiran llevándose la tijera ensangrentada y la computadora portátil.

-¡Conchudas vengativas! ¡Son peores que yo! ¡Irán al infierno y ahí las cogeré…! -son las últimas palabras que se oyen de este hombre, padeciendo ya su lenta y sufriente agonía…

                                                                            12 HORAS ANTES…

En una cárcel de máxima seguridad, a pocos kilómetros de una populosa ciudad latina.

Juan Calderón, un recurrente violador, había sido condenado a 30 años de prisión hace unos diez, pero como ocurre a veces, por cuestiones “políticas, judiciales y circunstanciales”, esta tarde recupera su libertad de manera condicional. Dentro de su celda, ya vestido con elegante ropa civil, Calderón ve llegar a los dos guardias que abren la puerta de rejas y les dedica una dura mirada, pero ellos le retrucan con una sonrisa.

 -Te vamos a extrañar, Juancito –le dice uno de los guardias, mientras mete una mano dentro del bolsillo muslero de su pantalón, para sacar dos porrones de cerveza mejicana.

 -Trajimos unas cervecitas para la despedida –agrega el otro guardia, exhibiendo la tercera-, gracias a ti, estas nunca faltaron por aquí…

Calderón los mira con recelo, pero al ver que las abren con destapador toma confianza y tras chocar las botellitas frías, decide tomar del pico. Después de brindar, salen y caminan por el largo pasillo entre celdas hacinadas de reclusos. El hombre, de aspecto tenebroso y barba de una semana, sólo mira hacia el frente y desoye todos los comentarios que profieren a su paso los ex compañeros.

 “Hey Juancito, ¿vas por carne fresca, no?”

 “¿Te cansaste de nuestros ortitos, Juancho?”

  “Canta a quién has arreglado, violín…”

 Después de pasar por la segunda puerta de rejas y tras el típico chicharreo de la alarma, los tres llegan a un pañol alambrado en donde otro guardia le entrega sus pertenencias; un valioso reloj de oro, una cadena con un gran crucifijo ciego y anteojos de sol además de sus documentos. Los carceleros lo miran con respeto y algunos hasta le dan la mano para despedirlo… Calderón se coloca el reloj de pulsera, la cadena y por último los lentes, para comenzar a recorrer –ahora solo- el camino hacia su libertad… Unos cincuenta metros lo separan del portón principal, ahí es aguardado en un auto moderno, por un hombre con aspecto de patovica. Mientras el ex presidiario camina, un guardia anónimo sigue sus movimientos desde uno de los controles en altura y lo transmite por celular a modo manos libres…

 “Va saliendo, lo esperan en un BMV negro, patente…”

 Desde un sitio remoto, dentro de una camioneta van con vidrios polarizados, la comunicación es tomada por una mujer, quien después de escribir el número de patente en un anotador, responde:

 “Comprendido, gracias.”

 Una vez traspuesto el portón, Calderón reconoce al gigantón que lo espera y tras saludarlo con un choque de puños, se sienta junto a él y se coloca el cinturón de seguridad. El auto se pone en movimiento y lentamente comienza a recorrer el tramo mejorado hasta llegar a la ruta… Calderón baja la ventanilla para disfrutar del sol y el aire fresco que otorgan los frondosos eucaliptos apostados a ambos lados. Una vez en la ruta, la toman hacia su izquierda mezclándose en el escaso tráfico de la tarde, pero sin darse cuenta, que desde cierta distancia son seguidos por un vulgar automóvil blanco. Unos minutos antes de alcanzar la autopista urbana que conduce a la ciudad y en un tramo poco transitado, una camioneta van gris -de vidrios oscuros y sin patentes- los roza al pasarlos y les rompe el espejo, para seguir su camino con una circulación zigzagueante.

 -¡Pero, qué borrachos hijos de puta! –reacciona el conductor afectado, acelerando para darles alcance.

 -Tranquilo Pulgarcito –déjalos ir–, le sugiere Calderón, como queriendo esquivar problemas.

 -¡Ni loco, Juancho! Hace una semana lo saqué de la agencia, el jefe me va a castigar si no le llevo los datos, fíjate, ¡ni patente tiene!…

 La van de vidrios oscuros sigue su trayecto errático, pero prontamente es alcanzada por el BMV -que se pone a la par circulando en contramano- y el patovica comienza a increpar al conductor…

 -¡Párate ahí, hijo de puta! –lo insta, con el coche casi pegado.

 El conductor, resulta ser una conductora con gorrita-visera y lentes, que con una lata de cerveza en la mano va y viene en la conducción sin aminorar la marcha. El BMV no puede hacer que se detenga, entonces Calderón, molesto por el viento entrante y por sentirse en medio de una discusión, abre la guantera, toma una pistola y tras accionar la corredera para cargarla, le apunta a la conductora, aunque sin notar que por una abertura de las ventanillas oscuras, viene asomado el caño de un fusil que se le adelanta y le dispara un dardo… El pequeño dispositivo se le clava en el cuello, desmayándolo en el acto y haciéndole perder la pistola en el camino. A todo esto, el gigantón saca un arma de su sobaquera dispuesto a disparar, pero un tiro certero en una rueda trasera lo desestabiliza y tras un ruidoso zigzagueo, este se detiene. La van se pone al lado y tras abrirse una puerta corrediza, salen dos personas de gorrita que armadas con fusiles se anticipan a Pulgarcito y le disparan en la cabeza. En una rápida operación, Calderón es capturado inconsciente por los dos sujetos, mientras la conductora aguarda atenta, lo introducen en la camioneta por la puerta trasera y salen del lugar velozmente. En esos momentos -desde el auto blanco de apoyo- salen dos mujeres que rocían con bidones de nafta el BMV y lo incendian, para luego retirarse, con pocos testigos a la vista…

                                                                    VOLVIENDO AL ESCENARIO 1

Primer martes de mayo del presente año.

Hora 05.00

En el galpón abandonado que supo albergar máquinas viales, la estructura oxidada rechina con el viento, el silencio de una madrugada fría y destemplada, encuadra la patética escena de un hombre atado a una silla y acostado sobre su espalda, con su zona genital seccionada. Y como evidencia del acto carnicero, yacen sus partes íntimas, en medio del reguero de sangre que buscó la rejilla más próxima para decantar… Contemplando semejante cuadro, el sargento Julio Quiroga, un maduro policía de homicidios -de baja estatura- le comenta a su superior:

-Este capítulo, yo lo caratularía con la “V” de venganza…

  -Que podremos cambiar a la “J” de justicia -le responde el teniente Horacio Malkevich, un detective curtido por los años, ya sin espacio para el asombro-. Es, era Juan Calderón… No le han quitado el Rolecs, ni la cadena de oro.

 -¿Juan Calderón, el violador? –ratifica Quiroga, pasándose una mano por su calvicie-. Entonces no hay dudas, fue ajusticiado…

En el sitio preservado con cintas de seguridad, abarrotado de patrulleros y personal especializado, los detectives -vestidos de civil- se acercan a la escena del crimen esquivando fotógrafos policiales.

-Tiene razón jefe, robarle a estos tipos, puede llegar a ser más peligroso que matarlos –filosofa irónicamente Quiroga, agachándose para ver de cerca el cadáver…

El teniente, de complexión robusta, barba y lentes bifocales, se coloca guantes de látex y se acerca al muerto para tocarlo.

-El cuerpo aún está caliente.

-Sí y no lleva más de tres horas muerto –estima Quiroga-… Esta vez llamaron enseguida, querían que se sepa rápido, los medios ya llegaron…

-Mmm… Avisaron al 911, ¿no? –masculla Malkevich, en cuclillas.

 -Así es y como de costumbre, desde un teléfono no rastreable –revela Quiroga, caminando en torno al muerto-. Ya es el cuarto caso de estas justicieras…

 -El mismo modo operativo -comenta el teniente, rescatando algo del charco de sangre con la punta de su birome-, secuestro, juicio y sentencia…

Malkevich deja escurrir la sangre de un papel embebido y ahí puede leer una nota que dice: “uno menos”… Después de mirarla de cerca, la deja caer dentro de una bolsita hermética que guarda en un bolsillo y se pone de pie. Luego camina tratando de no mezclar sus huellas con las demás y se dirige al carrito de herramientas dejado enfrente del muerto, la inspecciona por detrás y puede ver unos sobres de medicamentos.

  -Esteee, calzaba bien el susodicho parece -murmura Quiroga, observando el tamaño del miembro seccionado…

 -Mmm…No estaba muerto –afirma el teniente, pero la intrigada mirada de su subordinado, le obliga a aclarar: El pene, digo…

 -Ah, de eso no sé mucho, jefe… ¿Por qué lo dice?

 -Le dieron Viagra como para un burro.

 -Ah, ¿la pastilla azul?

 -Parece que las conoces, Quiroga –le insinúa Malkevich, mostrándole cinco blíster vacíos de dos unidades…

 -Algo, ja, ja… Estas son masticables, las que se disuelven en la boca.

 -Ah, muy bien, veo que entiendes bastante –le dice el teniente, esbozando una sonrisa, al tiempo que guarda los envases en otra bolsita.

 -Y de qué más entiendes, Quiroga…

 -Algo de pesquisas…

 -¿Por ejemplo?

 -Que a juzgar por el polvo pisoteado, hubo más de diez personas formando el semicírculo y alguien apoyó algo en esta mesa…

 -Bien –responde el teniente, encendiendo un cigarrillo, después de haberse quitado los guantes-, entonces no tenemos dudas de quiénes fueron…

 -Yo, ninguna –responde con seguridad, Quiroga, mirando las inscripciones en aerosol dejadas en la pared: “Si la usas para violar… Te la vamos a cortar”-, como tampoco cuál fue el móvil… Sólo nos queda descubrir quiénes son estas… Justicieras.

-Y quién será su próxima víctima –agrega el teniente-. Nos vemos en la morgue.

Morgue en el Departamento de Policía.

Hora 08.00

La médica forense -de bien llevados cuarenta años- Yanina Corbalán, aunque se halle en plena ejecución de la autopsia, no puede ocultar las protuberantes curvas de su cuerpo bajo el uniforme verde, ni sus bellas facciones semi-cubiertas por el barbijo, lentes y cofia… Y esto, es bien contemplado por el teniente Malkevich, mientras se le acerca, seguido de su compañero de investigaciones, Julio Quiroga.

 -En ese gabinete hallarán equipo de protección presencial, caballeros –les dice la forense, sin abandonar su tarea de exploración dentro de la cavidad bucal del mutilado Juan Calderón.

 -Buen día Yanina, ¿cómo estás? –dispara el teniente, mientras se coloca barbijo y cofia.

 -Bien, gracias –responde ella, dedicándole una fugaz mirada-… Estoy intrigada por el móvil que determinó la suerte de este occiso, nadie se toma el trabajo de provocar un estado de priapismo semejante, sólo para ejecutar una venganza por infidelidad…

 -¿Por qué murió, Yanina? –inquiere el teniente, haciendo lugar a la conjetura apresurada de la forense.

 -Paro cardiorrespiratorio por hemorragia traumática.

 -¿Murió por la mutilación, entonces?

-Sí.

-Eso quiere decir que lo… lo caparon estando vivo –deduce tímidamente el sargento.

-Sí, obvio Quiroga –afirma el teniente.

-Estando inconsciente, le llenaron la boca con estimulantes sexuales y eso le provocó un estado de priapismo isquémico –determina la forense.

 -¡Es verdad! –responde Quiroga, exhibiendo los cinco sobres vacíos que hallaron en el lugar-, encontramos estos, ¿Son de Viagra masticable, cierto?

 -¡Ah muy bien, sargento! –magnifica el aporte la doctora, observando el envoltorio farmacéutico- Los conoce… Bueno, el laboratorio confirmará los detalles…

 Por más que la morgue cuente con buena iluminación y moderno equipamiento, la morgue siempre será un espacio lúgubre y frío y ello se refleja en la mirada del pequeño sargento, quien no puede disimular su aprensión al lugar.

 -¿Golpes, moretones? -pregunta secamente el teniente, aludiendo al estado de inconsciencia mencionado por la forense.

 -No, sólo este pinchazo en el cuello -les indica ella, moviéndole levemente la cabeza-, tal vez para dormirlo…

 -¡Ajá! –cierra el teniente, al parecer satisfecho por lo revelado- Mientras esperamos tu informe y el del laboratorio, seguiremos avanzando… ¡Gracias Yanina, te debo el café!

 -¡Mmm! Prefiero que no me debas nada –le responde la profesional, dedicándole una mirada suspicaz…

 Los dos investigadores se retiran y mientras transitan por los pasillos del edificio, comentan…

 -Lo tiene calado, jefe.

 -No le gusta el café –sentencia el teniente, mientras enciende un cigarrillo…

 -Mmm, entonces no continúe prometiendo lo mismo… ¿Probó con chocolates o flores?

 -Eso es anticuado, Quiroga.

 -Pero funciona muy bien –con Clarita, ya llevamos seis años juntos…

 -Esta mujer, no es como Clarita –reconoce el teniente, sacando el celular de su bolsillo.

  Luego de un marcado automático, Malkevich se contacta con alguien del departamento de policía…

 -Hola Débora, cómo estás… Sobre este caso, Calderón. Necesito que me vayas armando un listado cronológico de su prontuario, especialmente los hechos de violaciones… Quiero nombres y direcciones de familiares directos, por favor. En un rato estamos por ahí. ¡Bueno, mi amigo! A trabajar…

Departamento de Policía.

Hora 09.30

Débora Sinclair, es una madura oficial principal de homicidios, por quien pasan todos los archivos criminalísticos del Distrito Federal. Teniendo en cuenta sus veinte años de trayectoria, no es extraño encontrarla metida entre carpetas y archivos digitales, pero dentro de ese desorden, ella sabe hallar la respuesta a cada petición…

 -¿Cómo estás Débora? -la saluda Malkevich, luego de entrar a la oficina seguido de su fiel sabueso, Quiroga.

 -Hasta ahora, bien –refunfuña la oficial, recibiendo informes impresos de sus asistentes-… Espero encuentres rápido la punta del ovillo de estos casos, más investigas, más castrados hay…

 -Con Calderón, apenas si son cuatro –farfulla el teniente-… En un universo de miles de violadores, abusadores y otras yerbas, eso no es nada…

 -Sí, pero esta vez cocinaron a otro en el auto…

 -Ah, ¿y de quién se trata?- pregunta Malkevich, como al descuido.

 -Un matón de apellido Sánchez, alias Pulgarcito. El automóvil estaba a su nombre, era uno de los guardaespaldas del “Pulpo Méndez”.

 -¿El capo de la comida chatarra? –interviene Quiroga.

 -Ajá.

 -Mmm, parece que estas chicas están decididas a todo –opina Quiroga, mientras se sirve un chocolate caliente de la expendedora-… Esta vez fueron más lejos…

-Calderón no cumplió la condena –prosigue la principal Débora-. Le dieron treinta años, pero sólo estuvo diez; salió bajo libertad condicional… No me pregunten quién se la otorgó ni cómo pasó, sólo sé que a este, le abrieron la jaula y no por el coronavirus…

-Vaya a saber cuánto pusieron para sacarlo –desliza el teniente-, la verdad, estaba más seguro adentro…

 -Desde ya –reconoce la oficial, reuniendo unos papeles-, las justicieras, tal vez quisieron dejar un mensaje.

 -¿A quién? –pregunta Quiroga.

 -A los que no cumplen sus condenas –responde Malkevich.

-A los tres anteriores, les sucedió lo mismo –intercede Débora-, ¿no?

 -Mmm, no exactamente –corrige Quiroga-… A este, lo castraron estando vivo…

 -Esta clase de criminales no entienden las advertencias –opina la psiquiatra y psicóloga Sofía Venturini, entrando en escena…

 En un mundo manejado -cada vez- por más mujeres, el cuerpo de Policía Federal, no es la excepción, por tal, entre sus filas cuenta con profesionales de mentes abiertas, intuitivas y calculadoras como la de Sofía Venturini, una mujer de talla baja, pero alta precisión en sus definiciones…

 -Teniente, sargento –dice la oficial Débora desde su escritorio-, la doctora Sofía Venturini, estudia las cabezas de quienes cometen este tipo de aberraciones.

 -Ah sí, las violaciones…que ahora se le suman las castraciones… ¡Ja, ja, ja! –bromea Quiroga, extendiéndole la mano.

 -Ambas perversiones merecen ser estudiadas -responde con gesto simpático, la psicóloga-, el violador viola por instinto natural y no siente culpa y al no existir culpa, no tiene arrepentimiento. Y estas castradoras, lo hacen para ejecutar una venganza, encubierta bajo el pretexto de impartir justicia… Acá hay mucha tela para cortar…

 -Hablando de cortar, doctora –comenta Quiroga, apurando su infusión-, a mí se me hace, que a estos violadores los están ajusticiando en una suerte de “ojo por ojo” y de paso, les dejan una advertencia a los que estén planeando algo así…

 -Justamente… Ciertos perfiles de violadores no se caracterizan por “planear sus acciones”, como podría ser robar un banco o ejecutar a alguien, ellos actúan y se entregan a sus actos, muchas veces sin planearlo… Fíjese en las estadísticas, la mayoría de las violaciones ocurren dentro del ámbito familiar o cercano a la víctima…

 -Pero saben, que están haciendo un mal –retruca Quiroga.

 -Cuando lo están haciendo, sí. Es más, algunos disfrutan y se excitan con el sufrimiento de la víctima…

 -¡Mmm! Parece que eso también vale para las justicieras –opina Malkevich, mostrando desde su celular la inscripción en aerosol dejada en la pared:

 “Si la usas para violar… Te la vamos a cortar”

 -Claramente, es la exacerbación de la excitación -desliza la oficial Sinclair, como queriendo cortar la sesión de diván-. Bien, acá tienes lo que me has solicitado de Calderón; historial de casos, dirección de sus familiares y contactos…

 -Buenísimo Débora, me interesa todo lo que encuentres, especialmente sus hechos más relevantes…

 -De acuerdo, reuniré lo que pueda, pero lo más destacado de este asesino fue la violación seguida de muerte de Claudine, ¿te acuerdas?; la jovencita que apareció en el freezer de la hamburguesería.

 -Ah, ahora encuentro la conexión con el Pulpo, este es el dueño de una cadena de comidas rápidas, ¿verdad?

 -¡Te lo dije antes! –exclama Quiroga- Por eso dejé de consumir hamburguesas, ahí…

 -Muy bien chicas –dice el teniente, con ánimo de retirarse-, seguimos en contacto, les agradezco los informes… ¡Les debo el café!

 -¡Un gusto, licenciada! –agrega Quiroga, saliendo tras él…

Hora 10.00

 -¡Sí, ya sé, iremos a la hamburguesería! –protesta Quiroga, siguiendo las zancadas de Malkevich con sus pasos cortitos-. Le aviso que me hice vegetariano, jefe…

 -Pero antes, haremos una visita a la mamá de la desafortunada Claudine –le responde el teniente, consultando los informes recibidos.

Una vez en la salida, Malkevich enciende un cigarrillo y ambos se dirigen a su Gladiator cuatro x cuatro roja, estacionada en la entrada del edificio policial. Una vez arriba, Malkevich digita la dirección en el GPS y salen ruidosamente. Al cabo de unos minutos, Quiroga habla:

-Recuerdo el caso de esta chiquita, Claudine Síngerman… El padre no lo toleró y se suicidó…

-Y, única hija –agrega el teniente, manipulando la radio-… La mamá la luchó en todos los medios para conseguir la perpetua de Calderón…

-Se ve que ella fue más combativa que el pobre marido. Le habrá dolido, que a este asesino le dieran la libertad.

-Es lo que quiero comprobar…

Tras seleccionar música celta, el barbado policía levanta el vidrio de su ventanilla, mientras Quiroga se arrellana en la butaca, con intención de dormitar.

Hora 11.00

Después de recorrer varios kilómetros por autopista, llegan a una ciudad de la periferia y se detienen frente a una vivienda tipo chalet, con un auto blanco estacionado delante, luego descienden y tocan a la puerta.

-¿Quién es? –se oye desde adentro en la voz de una mujer.

-¿Señora Síngerman?– Somos detectives del Departamento Central de Policía –acusa Malkevich.

De inmediato la puerta se abre y se asoma una mujer, con el rostro corroído por el sufrimiento…

-Ah sí, buenos días, disculpen, estoy con visitas.

-Señora Síngerman, soy el teniente Malkevich y él es el sargento Quiroga –se presenta, mostrándole las placas-… Queremos conversar con usted respecto al asesino de su hija, no le demandará mucho tiempo ¿podemos pasar?

Tras un intento de titubeo, la mujer accede y les permite entrar. Al pasar por el comedor, los investigadores pueden ver a cuatro mujeres tomando infusiones en torno a una mesa oval. La mujer los conduce a una habitación contigua -parecida a una biblioteca- y allí descubren decenas de retratos con las imágenes de la jovencita Claudine, junto a ella y su papá…

-Tomen asiento, por favor.

-Gracias –responde Malkevich y al mismo tiempo dispara-, señora Síngerman, ¿Cómo le cayó la libertad condicional de Calderón?

-Como le caería a usted, si al violador y asesino de su hija y de su esposa, le condonan veinte años, señor policía.

-Entiendo… ¡Mmm!, señora Síngerman… ¿Se enteró que esta madrugada, Calderón apareció mutilado en un galpón?

-Sí, por los medios…

-¿Y qué opina de ello?

-Que si hubiera cumplido su condena, no le hubiera pasado eso, las calles son muy inseguras hoy en día… ¡Perdón!… ¿Desean tomar café? Tengo preparado…

Quiroga asiente con la cabeza, pero antes de decir sí, Malkevich se le adelanta…

-No, gracias, ya nos vamos; usted debe atender a sus visitas.

-Ah, sí claro… Son amigas que fui cosechando en los últimos diez años, gracias a ellas estoy de pie.

-Muchas gracias por su tiempo, señora Síngerman.

Hora 11.30

Ni bien emprenden el regreso, Quiroga comienza a escupir lo que su sagacidad detectivesca descubrió.

-Reconocí al menos a dos de las visitas, jefe.

-Cuéntame, Watson.

-Son integrantes mediáticas del grupo “Familiares del dolor”…

-Mmm, interesante… ¿Y el auto estacionado?

-Tengo la patente, ya pido informes.

-Bien –responde Malkevich, encendiendo un cigarrillo, luego de bajar su ventanilla.

-¿Qué opina de ella, jefe?

-Noté serenidad en su mirada…

-La mirada, es el reflejo del alma –filosofa Quiroga, consultando el reloj-. Bueno, ya es casi mediodía y tengo hambre…

-Vamos a comer hamburguesas.

Centro de la Ciudad.

Hora 13.00

En la ciudad atestada de vehículos, con un tímido sol entibiando el penúltimo mes del otoño, la camioneta de Malkevich llega al playón del frigorífico Central, propiedad de un tal Méndez, un mafioso disfrazado de empresario a quien le dicen “el Pulpo” por el gran caudal de sucursales de hamburgueserías y ramificaciones que maneja. En este lugar, se elabora la materia prima que abastece a sus negocios y aquí fue -donde hace más de diez años- hallaron a la jovencita Claudine Síngerman dentro de un freezer, después de haber sido violada y asesinada por Calderón. En aquel momento, se descubrió que matones del recientemente liberado y mutilado violador, habían captado y secuestrado a Claudine para introducirla en una red de prostitución, presuntamente regida por Méndez, aunque hasta ahora, esto último no se pudo “o no se quiso” comprobar. Oyendo a gran volumen su música melódica favorita, el teniente Malkevich busca lugar para estacionarse, mientras Quiroga se despabila de su modorra…

 -¡Humnsf! –suspira Quiroga, estirando sus pequeños brazos- Necesito pasar al baño, jefe.

 -Podrás ir mientras solicito el almuerzo, ¿qué te pido?

 -Una tortilla de acelga con huevos y una gaseosa sin azúcar –se apresura a responder, Quiroga.

 Entre mordiscos, ambos policías observan el gran movimiento del patio de comidas y también el desplazamiento de los camiones refrigerados trayendo carnes o llevando procesados…

 -¡Ah, está muy buena! –exclama Quiroga, saboreando su tortilla.

 -Tú quédate con los vegetales, a mí no me convence ese tipo de alimentación, ¿para qué tenemos colmillos?

 -Para hacer películas de vampiros… ¡Ja, ja, ja!

 El teniente no festeja la broma de su compañero, en cambio presta atención cuando este le roba papas fritas de su combo.

-¿Usted piensa que el Pulpo tiene aquí su central operativa, jefe? –le pregunta Quiroga, ante su severa mirada.

 -No, no la tiene –confirma el teniente, comenzando su segunda hamburguesa chorreante de condimentos-… Lo maneja todo desde su “bunker administrativo” en la avenida del Pueblo, pero acá, es donde se movía Calderón…

 -¿Cómo sabe todo esto, jefe?

-Mientras tú dormías, Débora me informó que quien lo viene reemplazando durante estos diez años, es un tal Alejandro Quiróz y yo creo que se encuentra en esas oficinas, así que apura tu comida y vamos…

Hora 14.00

El dúo policíaco se presenta ante un capataz vestido de blanco con botas y casco, mientras controla las medias reses que van pasando colgadas, entonces Malkevich le pregunta por Alejandro Quiróz y este –sin mirarlo- le señala con la cabeza una pequeña oficina vidriada. Cuando llegan, golpean la puerta y tras verlos por los vidrios repartidos, un hombre mayor -sentado tras un escritorio de madera- les hace seña que entren…

-¿Es usted Alejandro Quiróz? –pregunta Malkevich.

-Sí, ¿qué desean?

-Somos de homicidios federales y queremos preguntarle por Juan Calderón…

-Ah, sí, sé quién es… quién era, pero no lo conocía personalmente –responde el hombre mayor, viéndose curtido por los años y muy seguro de sí.

-Veo que está al tanto de su destino –advierte el teniente, permaneciendo de pie junto a su compañero.

-Sí, me enteré por los medios –responde el anfitrión, saliendo de atrás del escritorio en silla de ruedas-. Hay muy mala gente suelta, el hombre pagó su error en prisión, pero estas no le perdonaron su pecado…

-¿Estas? –repite intrigado, Malkevich.

-Y, ¿quién si no? –retruca el lisiado, manipulando una cafetera eléctrica- Esa inscripción en la pared, no la deja una simple mujer engañada. ¿Café?

-Acepto, gracias –se adelanta Quiroga-, es que en realidad debía cumplir perpetua y salió veinticinco años antes, señor Quiróz.

-Eso no justifica su venganza…

-No quise decir eso, señor Quiróz.

-No, yo paso, gracias –interviene el teniente-. Veo que está bien informado, Quiróz…

-Las noticias viajan rápido y más cuando estas justicieras asesinas se encargan de difundirlas… ¿Las atraparon ya?

-Trabajamos en ello, Quiróz… Ahora, me puede decir ¿cuáles son sus actividades diarias aquí?… Imagino serán las mismas que desarrollaba Calderón, antes que usted.

Viéndose el movimiento de camiones de un lado de la oficina y el desposte de las medias reses del otro, Quiróz responde al investigador.

-De lunes a viernes entro a las seis de la mañana, me registro con mi huella dactilar y comienzo a controlar todo desde aquí –le señala en el monitor dividido, las diferentes secciones del frigorífico-, llevo el registro de entradas y salidas del producto, verifico la calidad de la carne, manejo el área de personal y colaboro con el laboratorio interno de controles cárnicos y cada tanto voy al baño aquel… ¿Algo más?, señor…

-Teniente Malkevich –responde el policía, con sutileza-. Sí, tengo otra pregunta; ¿Sabe cuál es el freezer donde hallaron a Claudine?

-Permítame decirle, que lo ignoro, señor Malkevich y espero le haya gustado mi café señor…

-Ehhh… Quiroga, señor Quiróz, sí sí, muy rico, muchas gracias.

Con esta suerte de insinuación a la despedida, Quiróz mueve la silla de ruedas hacia su escritorio y reanuda su labor sin levantar la cabeza. Malkevich se da cuenta de su incomodidad y tras saludar, ambos policías abren la puerta. Al salir de la oficina, pueden observar el proceso de separación de carnes, efectuado por decenas de operarios vestidos de blanco, pero teñidos de rojo.

-¿Qué le pareció el viejito, jefe?

-Es un cínico… Lo investigaremos…

Continúa en…

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1 comentario en “¡Justicia! (introducción al libro)”

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