Ya convertido en adolescente, el otrora niño virtuoso del soplido armonioso, no dejaba de contemplarla cada vez que pasaba por la vidriera de la tienda musical…
Huérfano de apoyo moral, aunque enamorado de su propia ilusión, el hoy joven virtuoso exhala una bocanada de vapor caliente de sus pulmones, mientras la contempla por enésima vez en la vidriera… La nieve cae sobre él, pero no la siente, el calor de su entusiasmo se enciende cada vez que la enfrenta, tal vez porque la desea, tanto, como a su vecinita Prestova; eso lo potencia y lo lleva a tantear el fajo de billetes en su bolsillo, juntados durante varios años de trabajo duro. Cincuenta mil -le habían dicho el mes anterior- en esa ciudad tranquila, adormecida en el tiempo y alejada de las corridas financieras. Entonces se anima y entra a la tienda…
-Buenas tardes joven -lo recibe una madura vendedora- ¿Lo puedo ayudar?
Luego de quitarse la gorra de piel de oso, el joven mete la mano en su bolsillo y mientras saca el fajo de billetes, señala con la cabeza hacia la reluciente trompeta que tanto desea.
-La llevo…
La vendedora esboza una cordial sonrisa y mientras mira de reojo el dinero, abre un cajón y saca una franela para luego dirigirse a la vidriera, toma el instrumento de viento y se lo acerca al visiblemente ansioso muchacho. Él estira una mano, pero por detrás escucha una voz masculina -desgarrada por el tabaco- que le dice:
-Acá hay cincuenta, muchacho, la trompeta ahora vale sesentamil…
El joven se sobresalta, frena su ademán y tras girar, reacciona.
-¡Pero! El mes pasado usted me dijo…
-El mes pasado estaba cincuenta, es verdad -lo interrumpe el hosco marido de la vendedora-, pero existe un fenómeno mundial que se llama «inflación», no sé si lo has oído alguna vez.
El muchacho, sin dejar de mirar la trompeta, niega con la cabeza, luego toma el dinero, se coloca la gorra y cabizbajo, se retira de la tienda sin comprender por qué la trompeta hoy vale mucho más y también, desconociendo que la avaricia humana… es la que la hace «valer más».