-Sí, entre las multifunción esta es una de las mejores. ¿Para qué vas a usar la impresora? ¿Te dedicás al diseño gráfico?- me preguntó el vendedor de puro metido. Ni le cotesté. Aproveché las doce cuotas y me la llevé a casa.
Durante varias noches, al volver del banco, me dediqué a bajar imágenes. A escanear y a mejorar los resultados: el grano, el color, la definición. Una y otra vez. No era lo mío, pero a fuerza de prueba y error, la cosa fue mejorando.
En el banco escuchaba las conversaciones de los clientes que desfilaban frente a mi caja, los comentarios de mis compañeros de trabajo, de los clientes y de los de seguridad. Sobre todo los de seguridad. Al salir del banco no volvía a encerrarme en mi departamento como siempre, al amparo de los retos de mi madre y de mi soledad. Iba a tomar un café donde ellos iban, los guardias. A despecho de mi timidez y mi absoluta ignorancia de fútbol y de mujeres, entablé algunos diálogos, logré algunas palmadas, alguna ginebra y no pocas cargadas.
La mañana del robo, yo estaba en la única caja habilitada. El de seguridad hizo una pantomima de resistencia y los chorros fueron directamente a pedirme el toco. Yo tenía el toco, ellos lo sabían. Se lo di, dignamente, a pesar de mi taquicardia y de mi casi asombrada incredulidad de que las cosas estuviesen pasando como pasaron.
¿Por qué cuento esto? Tal vez para dejar registro. Para convencerme yo mismo de que fui capaz. La azafata dijo que ya podemos usar dispositivos electrónicos, así que aprovecho a tipear esto en mi laptop. Tengo por delante algunas horas de vuelo, y recién ahora empiezo a relajarme.
¿Cuándo fue que lo decidí? No sé, tal vez viendo Breaking Bad, o la cara de tristeza de mi madre del otro lado de la mesa, reflejando mi cara de tristeza. Mi gris, mi no nada. Algo se rompió cuando descubrí que Anita coqueteaba con el de cuentas corrientes. Tenía todo su derecho y yo nunca me había decidido a invitarla a tomar un café.
Pero acá estoy, dejando testimonio.
Seis meses después del robo renuncié. A nadie le importó. Gris en el gris.
Trato de no pensar en el de seguridad. Lo boletearon. Era de esperar. Él les había pasado el dato de que esa mañana el gil de la caja tiene el toco, se lo pasan a esa hora para que lo guarde en el tesoro me dijo, una uva, es un flojo, le saqué todos los detalles sin que se avive, con media ginebra…
Trato de imaginarme la cara cuando abrieron los fajos sellados.
Muy buena la impresora.
Anuncian que se inició el descenso. El sol del Caribe inunda la ventanilla. Abajo, el mar es de un azul imposible.
A la vista, lo único gris es el ala del avión.