“Aporofobia” quiere decir ‘odio a los pobres’. Una palabra que aprendí hace poquitos días, cuando por las redes un lector de Trafkintu me envió el enlace de una nota que fuera publicada en “El Diario” de Villa María – Córdoba en junio de este año. La misma se titula «¿Por qué la clase media odia a los pobres?», y la firma Ernesto Bertoglio.
Cuando pueda léala; la recomiendo. Aunque no coincido en la totalidad con sus dichos. El pobrerío argento se sublevó con Artigas, con San Martín, con Rosas, con el Chacho para nombrar a algunos de los primeros; y no a partir de Cristina Fernández como plantea Bertoglio.
De todas formas, asumo que me sirvió de disparador para esta saga que tenía medio abandonada. El oficio de escribir es básicamente ingrato si hacemos un promedio de sus circunstancias: rara vez se realiza en forma colectiva; se lee menos en términos generales, por eso es difícil de ¿medir? a quién le llega lo que se escribe y cómo cayó en el lector; y salvo que el escriba sea un alcahuete invariante a los tiempos y a los vientos, rara vez se vive de esto. Por tanto, no es casual desatender algunos espacios cuando la vorágine del yugo te traga.
Volviendo a la aporofobia, al odio a los pobres, vale decir que es otra de las formas de fascismo explícito; al igual que la xenofobia, el racismo, y el segregacionismo de cualquier tipo.
Su fundamento no está basado en el supremacismo racial o de castas. Si así lo fuese, no nos toparíamos con pobres que manifiestan su odio a otros pobres, por el hecho de que éstos últimos son pobres.
Ese trabalenguas sin sentido es la metáfora de lo que acontece a nivel social por nuestros tiempos. Vale decir, al menos para Argentina y valga la redundancia, que esos tiempos datan desde al menos un siglo en forma consciente.
La “chusma” seguidora de Yrigoyen generaba odio y repulsión. Ya había dejado de ser el desprecio de los unitarios hacia las gentes del suburbio y de tierra adentro, tal como hicieran tradición los Etcheverría o los Sarmiento en sus obras literarias. Ahora el odio era expresado por las incipientes capas medias de principios del siglo XX. Un asco que en realidad era cagazo.
Miedo por volver a ser en un tris como ellos; porque de allí venían, del bajofondo.
Tres décadas después, el peronismo -la irrupción de los “negros”-, recrearía y para siempre, el fascismo explícito ocasionado por el miedo de las capas medias trabajadoras de volver a ser “negros”.
Para cerrar por hoy (porque la cosa sigue para largo), quiero compartir un recuerdo de niño; de mediados de los 80’s.
No recuerdo bien el año, pero juraría que fue en 1988, tras el fracaso estrepitoso del denominado Plan Primavera. Época también en la cual se había realizado una larga huelga docente a causa de los salarios de hambre y las condiciones de trabajo. Claramente, el sector docente se había empobrecido durante la dictadura y los primeros ’80.
Fueron años en los cuales el gobierno de Alfonsín repartía la Caja PAN entre el pobrerío. Uno de los lugares de reparto cerca de mi casa, era el local de la Liga de Madres de Familia. Allí funcionaba una guardería de bebés a la cual mí madre llevaba a mí hermano.
Cierto día que fuimos a buscarlo, vi salir a una de las maestras de la escuela dónde yo iba, con la mercadería de la caja pero en una bolsa de mandados de cuadrillé y colores como eran habituales por esos años.
Lo que me llamó la atención no fue su vergüenza sino sus zapatos. Estaba vestida de punta en blanco, pero el calzado yacía destruido. Tarros que una década antes habrían sido símbolo de status, en ese momento eran andrajos.
Lo otro que recuerdo de ese día fue el remate de la anécdota. La Caja PAN se repartía a partir de una fila por orden de llegada. Dos por tres, alguno se salía e intentaba colarse, cosa que derivaba en alguna que otra puteada y empujones. La maestra, que salía de la montonera de gente, expresó: “no se puede con ésta gentuza”.
Yo, que era un pibe, me quedé mirándola. Era la maestra de la escuela. Ella vio mis ojos, bajó la cabeza y aceleró el paso.
Creo que mi madre ni debe acordarse de esa anécdota. Pero años después comprendí que lo que sentía esa maestra era impotencia y miedo; no necesariamente odio: de repente, a pesar de ser maestra, a pesar de sus méritos, era una negra más como las de la cola.
El miedo convertido en odio, es el reflejo que tira el espejo de la vida, a las personas que transcurren su existencia sin asumir las mínimas responsabilidades humanas en una sociedad profundamente desigual. Para quiénes jamás pensaron que una situación de bonanza económica, sólo es una circunstancia meramente transitoria en una país colonizado y dependiente como Argentina, la vía del fascismo es una senda cómoda de transitar.
Pero todo facho es cagón. El miedo lo domina. El pavor lo encierra. El odio lo libera transitoriamente, para volver a oprimirlo y nunca rebelarse.
Salieri del Perro (o la música que escuché mientras escribía)…