Con graciosa duda consideré que aquel ente de mi sueño era dios: esa figura deforme y animal que palpitando cambiaba constantemente de forma, aunque siempre rondando en el cuerpo de una rata y la cabeza de un perro. Sus dedos apezuñaban en el piso, y mirándome con los ojos de mil criaturas, sin hablar, grabó sus palabras (o más bien mensaje) en mi mente.

“A mi, del gallinero de abajo. A mi, el final de la cadena alimenticia. ¿Me tendrás piedad?”