Los trabajos
Uno.
Para conseguir un trabajo lo primero es buscarlo, y para buscarlo hay que madrugar y salir con el diario bajo el brazo; lo he hecho muchas veces y hoy de nuevo, aunque ahora el diario sea el celular, que no se lleva bajo el brazo sino en el bolsillo; lo que no cambia es lo de madrugar, y yo madrugué y acá estoy, después de tomar dos ómnibus: soy el noveno en una fila de más de 100 personas que ocupa la cuadra y dobla en la esquina. Eso de estar entre los primeros de la fila aumenta mucho mis posibilidades. Porque, ya que no soy tan joven como la mayoría de los que están en la fila conmigo, al menos puedo pretender durante la entrevista que lo mío es «experiencia y hábitos de labor con responsabilidad» en vez de «vejez». Realmente me asombra lo jóvenes que son algunos de los que están en la fila, ni parecen mayores de edad. En mi época los jóvenes intentábamos parecer mayores, ahora todos quieren ser adolescentes hasta los 40. Junto a la puerta ante la que esperamos hay un logotipo, no lo conozco ni sé a qué empresa representa: es un conjunto de tres animales que parecen ser un león, una loba y un leopardo; tal vez sea una asociación de cuidado de animales o un grupo de ecologistas. Hace un rato un hombre como de mi edad se asomó a la puerta y dijo que iríamos pasando en grupos de tres; luego volvió a desaparecer, llevando a los tres primeros de la fila; tardó exactamente 18 minutos en volver a aparecer, el mismo hombre de antes, y se llevó a otros tres. En cualquier momento (ya pasó un cuarto de hora) vendrá por otros tres, y eso me incluye a mí; los otros dos son un flaco de pelo largo y lentes redonditos, vestido con ropa muy grande, y un pibe muy preocupado por simular altura y marcar los músculos bajo la remera ajustada. El flaco de lentes pregunta si tenemos idea de cuál es el trabajo; nos miramos: nadie lo sabe, todos llegamos allí por el anuncio, uno de esos anuncios genéricos que solicitan un trabajador por el salario mínimo; a algo así hemos acudido, cada uno sin una expectativa clara, un poco a la deriva, y creo que todos estamos algo avergonzados. Qué tan necesitados estamos de trabajo, de dinero, de participar en algo, de ser salvados. Hablando de vergüenzas, espero que el trabajo no sea repartir volantes de casas de masajes, como me ha pasado ya, o para vender perfumes en la calle o puerta a puerta. Pero bueno, lo que sea estará bien, tampoco voy a pretender que me contraten para ser Sultán en un palacio o vicepresidente ejecutivo de una planta nuclear. A lo mejor es de guardia de seguridad y tengo tiempo de leer, que ya sería un montón; un buen trabajo nocturno y tranquilo que me permita ocio y contemplar por alguna ventana las estrellas.
————————————-
Dos
El hombre aparece nuevamente y nos hace una seña; atravesamos la puerta y nos encontramos en una especie de patio interior, piso de hormigón, un banco largo a un lado, un par de puertas cerradas, un pasillo que dobla. El flaco de lentes sigue al hombre por el pasillo y desaparecen, en tanto el pibe y yo esperamos sentados en el banco; él se mantiene muy derecho en su sitio, yo miro las paredes descascaradas y observo mis uñas, las puntas de mis zapatos. Tres minutos después vuelve el hombre y se va con el pibe por el pasillo. Ansioso, me paro y trato de atisbar por el pasillo pero es imposible ver algo sin aventurarse unos metros y pasar la cabeza al otro lado de la curva. Espero. Espero. Espero. Consulto la hora en mi reloj. Espero. Espero. Me viene a buscar el hombre de antes, mientras yo me digo que no iremos muy lejos si el tipo puede ir y volver en tres minutos. Lo sigo por el pasillo, doblamos, hay una escalera que baja varios tramos, otro pasillo, una especie de estacionamiento, más escaleras que bajan, ya llevamos un rato en esto cuando me percato del calor; con gestos casuales y sin aminorar el paso me quito la campera y ahora la llevo doblada prolijamente en un brazo que sostengo ante mi plexo solar con un gesto que debe resultar demasiado solemne. Entramos a un enorme depósito lleno hasta los topes de bolsas que parecen ser de ración para algún tipo de animales.
_Deje su abrigo ahí, en el perchero; agarre una bolsa y siga las flechas.
_Pero… la entrevista…?
_Ah, eso, bueno, estás semicontratado, a prueba por unos dos meses y medio, o tres, los horarios son rotativos en turnos de ocho horas con media para comer y tres recreos de 10 minutos que te los tomás cuando tengas ganas, después del período de prueba te acomodan los horarios medio a tu gusto pero al principio no; tenés cobertura médica y beneficios una vez que hayas pasado los jornales de prueba y siempre y cuando no tengas faltas, llegadas tardes o sanciones. En definitiva acá te puede ir muy bien o bastante mal, dependiendo de tu actitud. Dale, agarrá una bolsa y seguí las flechas. Al final del día te doy los papeles para firmar.
_Gracias.
Colgué mi campera. Ahora agarro una bolsa y me la echo al hombro. Tengo un trabajo, luego de un tiempo de pesada incertidumbre tengo una pesada bolsa sobre los hombros, lo que es una mejoría.
La bolsa pesa unos buenos 20 kilos, tal vez más, y hace calor, pero avanzo con paso firme y me interno en otra sucesión de pasillos y escaleras que bajan. La bolsa tiene un olor extraño, industrial pero cercano a lo podrido; no tiene ninguna marca comercial o etiqueta que identifique su contenido, pero por cómo se siente al cargarla parecen ser pastillas para perros, unas muy grandes pastillas para perro. En cada pasillo, en cada escalera, en cada puerta que atravieso hay indicaciones en varios idiomas y con dibujitos; sólo debo seguir bajando y no soltar mi carga, no aflojar el paso; me pregunto por qué no me he cruzado con nadie, con el flaco de lentes o el pibe de la remera ajustada, tal vez a ellos los pusieron en otra sección o no los aceptaron; ya debo estar muy por debajo del nivel del suelo y del mar, si bien la ventilación funciona para que no me falte el oxígeno, el calor aumentó algunos grados ya desde que empecé a bajar. No tengo que pensar, sólo seguir bajando; me duelen los pies, debí traer un calzado más cómodo, lo recordaré mañana; también debí desayunar más que un simple café con leche, lo recordaré mañana; ya estoy decidido a volver mañana, pase lo que pase; aunque tengo hambre y los zapatos me lastiman al punto de hacerme ver, a cada paso, las estrellas.
——————————–
Tres
Cuando al fin pueda soltar la bolsa estaré bien, luego podré subir liberado del peso extra, si nadie me ve tal vez hasta me descalce y así mis pies dejarán de doler; ahora al calor se le agrega una rara sensación de humedad, para nada refrescante, pegajosa; las paredes despintadas de hormigón han dado paso paulatinamente a una superficie más irregular, paredes como de piedra, que en algunos puntos resuman una humedad malsana. La iluminación disminuye al punto de que en algunos lugares me muevo en penumbras, entre una lámpara y otra, y así llego finalmente a una especie de balcón con barandas que se abre sobre una suerte de cueva o caverna, oscura, cuyo fondo apenas descubro mirando con mucho esfuerzo. Un cartel me indica que debo arrojar la bolsa por sobre la baranda, y eso es todo. Perplejo, lanzo la bolsa hacia el foso y espero unos segundos, sintiendo aflojarse mi espalda y mis hombros. Se siente bien haber realizado un trabajo, cumplir una misión, ganarse un sueldo aunque sea mínimo. Debo volver sobre mis pasos y traer otra bolsa, debo…
Allá abajo algo se mueve: algo enorme; parece un animal del tamaño de un toro, pero algo no se siente normal. Observo con atención: un perro enorme con tres cabezas y cola de serpiente surge de las sombras y se abalanza sobre la bolsa de comida que arrojé; en un segundo bolsa y perro monstruoso desaparecen de nuevo en el fondo oscuro del foso. Pero entonces, esto es…
A mi izquierda, por alguna otra puerta, aparece el pibe de ropa ajustada; carga su bolsa de ración con facilidad, no parece sudar ni esforzarse, la arroja sobre la baranda y vuelve sobre sus pasos, en un segundo. No piensa, no mira, sólo trabaja y está satisfecho de usar sus músculos. No es la primera bolsa que trae, seguramente ya hizo uno o dos viajes antes de que yo llegara, es muy rápido y fuerte. Me pregunto si el flaco de lentes habrá podido con las bolsas. Antes de darme cuenta me encuentro a mí mismo volviendo a subir las escaleras a toda velocidad, voy a buscar otra bolsa y a traerla y arrojarla al foso antes de que el pibe llegue con otra bolsa, no puedo darle ventaja; a mi edad no puedo correr el riesgo de ser desplazado por estos jovencitos impetuosos que son como animales de carga. Debo demostrar que puedo, y lo hago; durante todo el día voy y vengo con las bolsas, del depósito al foso y de regreso, cuento los escalones (999) y los tramos de escaleras (66). Al llegar la hora de salida he completado un total de 33 bolsas arrojadas al foso, y me digo que no es un mal número. Puedo hacer esto un tiempo, tal vez tres meses, y luego intentar ascender a otros puestos mejores, más acordes a mis capacidades de reflexión y organización, tal vez llegue a encargado del depósito, mandando sobre estos jovencitos arrogantes. Sí, puedo mejorar si me lo propongo. El límite son las estrellas.

