De bebés, independientemente de nuestra voluntad, ya consumíamos varias drogas. A mí por ejemplo me daban Dimabal, que eran unas gotas para la panza pero tenían algo que te hacía dormir. Me daban Mejoralito que era rico, y me daban un jarabe para la tos que era bastante volador.

Desde la década del 30, las historietas y los dibujos animados nos enseñaban la utilidad de las drogas. Mirábamos con admiración a un marinero tuerto perdidamente adicto a su novia flaca y a ciertas hojas verdes.

En la época de Popeye, durante las décadas del 20 y del 30, ninguna droga estaba prohibida, y algunos le decían «espinaca» al porro. Después, en el año 37, se prohibió el cultivo de cáñamo en EEUU, más que nada por un lobi hecho entre algunas empresas periodísticas y los madereros fabricantes de papel prensa, porque el cáñamo era una competencia muy eficiente para el papel hecho con árboles. Pero, por entonces, todavía se cantaban y se grababan tranquilamente apologías de las drogas que ahora están prohibidas.

Unas décadas después de Popeye y de las prohibiciones legales nosotros, los niños, seguíamos admirando a héroes de historieta que no paraban de  ingerir sustancias estimulantes, como por ejemplo Ásterix.