Una breve aproximación a la cosmogonía de Tolkien

A lo largo de su obra, Tolkien presenta dos conceptos antagónicos que se manifiestan de manera distintiva en el bien y el mal, en la luz y la oscuridad: la comunidad y el individualismo.

En el principio estaba Eru, el Único, y de su pensamiento hizo a lxs Ainur, lxs Sagradxs. Con la guía de Eru lxs Ainur compusieron y cantaron, pero durante mucho tiempo lo hicieron solxs o entre unxs pocxs mientras el resto escuchaba. Cada unx de ellxs comprendía solo la parte de la mente de Eru de la que provenía por lo cual este fue un proceso lento. Sin embargo, poco a poco, cada vez que se escuchaban, alcanzaban una comprensión más profunda y crecía la armonía entre ellxs. Finalmente, de esas melodías -en primera instancia inconexas- surgió la Gran Música, que trajo el Ser a la existencia, y donde sólo había vacío apareció un nuevo mundo: Eä, el Mundo que Es.

Pero esta Gran Música originaria se vio atravesada por un deseo disonante y estrepitoso que no acompañaba al de lxs otrxs. Melkor, especialmente poderoso entre lxs Ainur, albergaba en su corazón un deseo de poder que se manifestó en una estridente música con su propia unidad, pero sin armonía, más bien como un bramido. La música de Melkor intentó ahogar con violencia la otra, pero, de algún modo, la música ejecutada por lxs demás Ainur lograba tomar las notas más triunfantes de aquel clamor y entretejerlas dentro de la propia melodía. Así nació Eä, producto tanto de la armonía como de la batalla.

Ciertamente con dos párrafos no alcanza para sintetizar la cosmogonía que planteó Tolkien para su universo, sin embargo, creo que con estas breves líneas podemos vislumbrar las dos fuerzas en tensión que gestaron y dieron forma al mundo: por un lado, la armonía de diversos sonidos que se acompañan en su pluralidad, por el otro, una algarabía de pocas notas que se interrumpen entre sí. Esta es la génesis de Eä y esta batalla musical es la que marcará los conflictos que se desarrollarán en todas sus Edades.

Ahora bien, hay muchísimo por analizar sobre esto, pero vayamos rápidamente al final de la Tercera Edad, a los eventos que se narran en El Señor de los Anillos -unos cuatro mil millones de años después de esta Gran Música. El villano más villano de este período sin dudas es Sauron, el siervo más fiel de Melkor y su sucesor en el trono oscuro, y no podemos dejar de mencionar a Saruman, la tercera potencia de este conflicto. Sin embargo, acá no nos interesan estos grandes nombres, nos interesan los que los sostienen, los que viven en el anonimato: los orcos. El origen de esta raza es confuso, pero lo que sí está claro es que desde que apareció en los relatos de los elfos mostró ser belicosa, destructiva y siempre sirviendo a las fuerzas oscuras de la Tierra Media.

Looks like meat’s back on the menu boys!

A lo largo de los escritos de Tolkien muy pocas veces encontramos diálogos e intercambios entre los orcos y, de hecho, la mayoría de estas interacciones terminan en asesinatos . Los orcos no demuestran haber logrado formar comunidades, lazos, afectos, sino que se aglomeran en una masa, un cuerpo homogéneo que se vincula sola y exclusivamente por odio. Esto no necesariamente es una cualidad inherente a la raza orca, de hecho, sin la guía de un Señor Oscuro estos parecieran volver a una suerte de estado de naturaleza salvaje sin estructuras. Los orcos durante las tres Edades aparecen como actores anónimos, siempre utilizados por las fuerzas sombrías que aprovechan la falta de comunidad, vínculos, valores y reconocimiento de otros para beneficio propio. Pero quedémonos en la Tercera Edad, al menos esta vez.

Recién en el tercer capítulo de Las Dos Torres tenemos un vistazo de primer plano de los orcos. Desde el punto de vista de Merry y Pippin, capturados por un grupo de orcos liderados por Uruk-hai de Saruman, se nos muestra por primera vez a los orcos en su intimidad como grupo. Los orcos que llevan los hobbits a Isengard son de dos o tres tribus diferentes que desde un principio tienen dificultades para comunicarse por no compartir una lengua común de origen orca. El oestron, la lengua común de la Tierra Media, es el medio por el cual deben comunicarse entre sí y esto permite a los hobbits entender más o menos qué están debatiendo: si seguir las órdenes y llevar a Merry y Pippin a Isengard, revisarlos para encontrar “algo” que saben cambiará el curso de la guerra y usarlo para beneficio propio o simplemente matarlos por ser unas molestias. En este intercambio cada grupo intenta defender sus propios intereses y rápidamente el conflicto escala y comienzan a matarse unos a otros hasta que finalmente deciden retomar la marcha a Isengard, en conjunto solamente por la fuerza. Eventualmente los orcos son alcanzados por los Rohirrim y sin un trabajo colaborativo -porque la lógica es «sálvese quien pueda»- uno a uno sus números van disminuyendo. Mientras tanto, Merry y Pippin también aprovechan los deseos egoístas que dividen a los orcos para intentar escapar. Este capítulo termina con los orcos completamente aniquilados y sus prisioneros libres.

Posteriormente, cuando Frodo es llevado inconsciente a Cirith Ungol por los orcos de Sauron es Sam quien nos brinda un nuevo acercamiento al modo de relacionarse de esta raza mientras los sigue de cerca. En un principio los dos capitanes que llevan a Frodo mantienen un diálogo ameno, sin embargo, esto no durará demasiado. Una vez en la Torre, se desata una riña entre los dos capitanes y se nos da a entender que el conflicto surge por la cota de mithril que Frodo llevaba puesta. Esta secuencia culminará con ambos pelotones asesinándose entre sí y, nuevamente, un par de hobbits en fuga. Avanzando algunas páginas más en el relato, mientras Sam y Frodo continúan su travesía por Mordor, volvemos a presenciar un diálogo entre orcos cuya misión era dar con los fugitivos -los hobbits- que acaba en asesinato. Este acontecimiento es considerablemente más breve que los dos anteriores, sin embargo, vale la pena mencionarlo porque, nuevamente, los orcos son incapaces de llevar a cabo su tarea tanto por la falta de propósito y convicciones dentro de la guerra en la que participan como meros peones como por el odio que se tienen entre sí.

El próximo y último momento que nos brinda una mirada al interior de la dinámica entre orcos se desarrolla cuando sin querer Frodo y Sam son confundidos como pares y sumados a una compañía orca. A pesar de los maltratos y amenazas los hobbits logran avanzar un buen trecho marchando entre las filas enemigas. El problema al que se enfrentan esta vez será cómo escabullirse sin ser castigados como desertores. Pero, cuando la suerte parecía haberlos abandonado del todo, la incapacidad de colaborar de los orcos los salva nuevamente: varias tropas orcas llegaban a destino al mismo tiempo y cada una de ellas quería ser la primera. No tardaron en comenzar los encontronazos y asesinatos que, una vez más, posibilitaron la huida de los héroes.

Podemos encontrar muchísimas escenas en la obra de Tolkien donde vemos que el vínculo entre las huestes del mal -tanto las de Sauron como las de Saruman-, en su grueso compuestas por orcos, no desarrollan ningún tipo de vínculo. De camino a Isengard Gandalf señala a Théoden cómo los lobos, aliados de los orcos, ignoran los cadáveres de los humanos caídos en batalla y prefieren devorar los de “sus amigos los orcos” y dice que “tal es, de hecho, la amistad entre los de su clase”. Otro ejemplo está en el capítulo de Ella-Laraña, donde Tolkien describe cómo para Sauron resulta sumamente útil y “placentera” la presencia de la monstruosa araña y si cada tanto se come a un par de orcos para saciar el hambre es más que bienvenida: los orcos son esclavos útiles, pero tiene bastantes. La falta de camaradería no es una cualidad exclusiva de los orcos, simplemente es parte de la dinámica necesaria para ser instrumentalizados por otros.

¿Quiénes son los orcos hoy?

Volvamos a nuestra coyuntura. La complejidad social y política de nuestro presente lamentablemente no puede reducirse a buenos y malos, o al menos no debería ser tan fácil hacerlo. En este contexto nos encontramos transitando un momento en el que una multiplicidad de discursos nos atraviesa día a día, los valores y las verdades parecieran volverse efímeras y tomar decisiones y elaborar opiniones nos carcomen la cabeza. La derecha tradicional se enmascara de libertad y como el mismísimo capitalismo fagocita e instrumentaliza todo a su paso. La polarización es inevitable y por más que la rechacemos los discursos se construyen sobre ella: no podemos reducir la cuestión a buenos y malos, pero ciertos sectores de poder lo hacen, esa es la lógica detrás de un Macri que sostiene que “los orcos van a tener que medir muy bien cuando quieran hacer desmanes en la calle”.

Desde los medios se ha logrado establecer un relato que denomina todo lo que se salga de una mirada individualista y que vaya en contra del imperialismo capitalista más rancio como “zurdo” o “kirchnerista”, que a pesar de responder a dos ideologías sumamente diferentes resulta que son sinónimos en esta matriz de opinión binaria. Poco a poco todo aquello que no es útil a los grandes sectores de poder económico pareciera perder identidad en esta narrativa, porque en el fondo la única individualidad que les importa es la del poder hegemónico. No importa si pertenecemos o no a un partido político, si militamos de forma independiente o si simplemente acompañamos desde lo ideológico y tampoco importa qué: es todo lo mismo, da igual. Somos lo otro y punto, y lo otro simplemente se niega o se utiliza, jamás se reconoce como sujeto. Esa misma reducción de lo otro a “zurdo-kirchnerista” gesta una identidad que por nacer de la negación de otrxs solo puede ser vacía y superficial: el odio es lo único que tienen en común.

A Sauron le dan igual los orcos, elfos, hobbits, humanos, enanos, huargos… lo único que diferencia a unos de otros es el hecho de que como colectivo algunos han podido resistir mejor que otros su corrupción y esta resistencia, como mencioné previamente, se relaciona directamente con los lazos establecidos entre sí. Y es que el enemigo de Sauron es la Comunidad y la Comunidad no son los nueve que salen de Rivendel, ellos solo son los representantes de algo mucho más grande. La Comunidad del Anillo representa la diversidad de razas, de ideas, de modos de vida de la Tierra Media: diversidad tanto colectiva como individual. Ya hablamos mucho de lo que hace débiles a los orcos: la falta de valores, de amistad, de cuidado, empatía por el otro y de donación. Desde el primer encuentro de los miembros de la Comunidad en Rivendel podemos ver que las diferencias no son fáciles de superar, que el encuentro y reconocimiento de otrxs implica un gran trabajo no solo con ese sujeto diferente, sino también sobre nosotrxs mismxs. Sin embargo, esas diferencias poco a poco van fortaleciendo al colectivo y entre aquellxs como Gimli y Legolas, cuyas diferencias los trascendían como individuos, nace un entendimiento y un amor desconocido para lxs que, como los orcos, solo son capaces de velar por sus propios intereses.

Tanto la Comunidad como lo que esta representa son imperfectas. Al igual que entre los orcos es inevitable el conflicto, la tentación por priorizar los intereses propios por sobre los comunes, las diferencias de ideas o simplemente el miedo. En mayor o menor medida todxs pasan por momentos de duda o debilidad sin importar cuán poderosxs o sabixs sean: desde Gandalf y Galadriel hasta Frodo y Boromir. Sin embargo, cada uno de los miembros de la Comunidad y de quienes participan junto a ellos en la batalla por la Tierra Media es capaz de superar estas flaquezas por ningunx está solx. En este sentido el caso de Saruman es interesante porque si bien durante los eventos que se desarrollan sobre el final de la Tercera Edad sin duda lo posicionan como el segundo gran antagonista de la historia, hasta ese momento no solo era aliado de los pueblos libres y Gandalf, por supuesto, sino que era el líder de los magos. Saruman comienza a aislarse de los demás y, aunque en un principio con buenas intenciones, la codicia de poder lo corrompe y lo vuelve funcional a Sauron. En menor medida, algo similar ocurre con Denethor y Boromir y, si bien el segundo logra “volver” de este camino solipsista, ambos terminan muriendo y lastimando a los que quieren.

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Los orcos no salen a la calle, jamás lo harían. Salir a la calle es el encuentro con otrxs, su reconocimiento y su valorización. Salimos a la calle por nuestros derechos individuales y colectivos. Porque entendemos que nadie se salva solx, lo colectivo, la comunidad que se fortalece en la diferencia de sus individuos es el único camino posible. La calle es lo público y el orco habita en lo privado, en sí mismo, sale solo por necesidad, no por convicción. En algún momento Frodo le menciona a Sam que los orcos siempre han vivido así, matándose unos a otros, odiándose unos a otros… pero “nos odian aún más a nosotros, todos juntos y todo el tiempo”. La derecha que pretende gobernarnos a todxs, encontrarnos, atraernos y atarnos en las tinieblas avanza. Un poco nos habíamos olvidado de ella, un poco decir “Nunca Más” nos hacía sentir segurxs, pero lo cierto es que con decirlo no alcanza. La praxis de construir comunidad debe ser cotidiana y, como Frodo, seguramente muchos de los frutos de las luchas colectivas no lleguemos a verlos nosotrxs mismxs, por eso es fundamental encontrar en el amor por lxs otrxs presentes y lxs otrxs que vendrán la fuerza para transformar la realidad más allá de nosotrxs mismxs.