Ontología del acontecimiento: Viggo Mortensen y una ecobolsa
Heidegger y la pregunta por el Ser
Superación de la metafísica y La pregunta por la técnica son textos que, a pesar de estar distanciados por unos veinte años, permiten vislumbrar con claridad el compromiso de Heidegger con la pregunta que atraviesa toda su obra: la pregunta por el Ser y nuestra relación con él. En ambos textos hay un diagnóstico de época común que sostiene que el ser humano desde el apogeo griego poco a poco ha ido confundiendo al Ser con lo ente1, y este es el eje central del problema: confusión entre el ser [Sein] y los entes [Seiende]. A diferencia de la metafísica tradicional, que ha privilegiado el estudio de los entes y ha olvidado el Ser, Heidegger en su primer período propone una ontología fundamental, una ontología que se ocupe del Ser en su totalidad y, si bien este término es abandonado, la importancia de la pregunta por el Ser más allá de los entes con que lo encubrimos se mantiene central.
La crítica heideggeriana a la ontología tradicional denuncia que se ha identificado al Ser con lo que es, o está siendo. Esta reducción del Ser a lo ente culminó en una metafísica violenta que se relaciona con el Ser en términos de control y dominio, pretendiendo subordinarlo a los entes y concibiéndolo de modo estático. La propuesta de Heidegger es una suerte de regreso a un momento anterior del pensamiento, antes de que Ser y ente se confundieran, para volver a preguntarnos por el Ser. Ese volver del pensamiento es llamado torsión [Verwindung] en Superación de la metafísica y pensar rememorante [Andenken]2. La metafísica al olvidar la dimensión no-óntica del Ser, es decir, al olvidar la Nada en su sentido positivo, y obsesionarse con los entes y, eventualmente, con su intento por someterlos, la metafísica no solo olvida al Ser, sino que lo abandona. En este sentido es que Heidegger hablará sobre un nihilismo de la metafísica, porque la fijación con el ente y la negación de la Nada -esto segundo en lo personal siempre me resultó un tanto contraintuitivo: nihilismo- son síntoma del olvido del Ser.
El nihilismo metafísico se consuma inevitablemente en la época de la técnica moderna [Gestell], en la época del nihilismo de la técnica, que lo único que hace es reducir todo a recursos para producir y consumir. Sin embargo, se trata del destino del acontecimiento del Ser [Geschichte] ocultarse y desocultarse [ἀλήθεια] de distintos modos y en la época del nihilismo de la técnica solo se revela en su aspecto óntico. Se trata de un destino poiético, no determinista, un destino que brota y en el que el ser humano juega un rol activo según se abra o cierre al Ser. La técnica moderna es peligrosa pero no porque los entes que produce puedan ser fatales para la humanidad, sino por el modo de aprehender la realidad que esta representa. Es decir, el verdadero peligro de la técnica en tanto metafísica consumada es que en ella el hombre mismo no se piensa más que como un mero ente. Afortunadamente, nos dice Heidegger, la superación de este nihilismo se halla en germen en él mismo.
El Ser se dona y se retrae pero no por ello somos sujetos pasivos. Ya estamos transitando la superación de la metafísica, pero no se trata de un proceso acabado. Debemos repensar nuestra relación con la técnica y con el Ser, entender que no se trata de rechazarla sino, por el contrario, de indagarla, de preguntarnos por su esencia, por eso que va más allá de su aspecto óntico. Este es el pensamiento rememorante, un pensamiento genealógico que nos predispone a la apertura del Ser al volver a un momento originario donde el ente no le ocultaba. El camino que sugiere Heidegger, un camino que se refleja en lo filológico, nos lleva a la τέχνη, a la técnica entendida como “todo desocultar que pro-duce la verdad en el brillo de lo que aparece” (Heidegger, 1994, p. 146). En este sentido primigenio la técnica es ποίησις y, a diferencia de lo que ocurre en la técnica moderna, la τέχνη encuentra su grado más alto en las bellas artes, que en lugar de ocultar al Ser lo traen a presencia de manera hermosa. El planteo heideggeriano, en el fondo, es una invitación a nuestra propia apertura, a preguntar nuevamente por lo olvidado y por aquello que tenemos delante.
De la ontología fundamental a las ontologías relacionales
Las ontologías relacionales, como su nombre lo indica, van a partir de las relaciones que establecen y al mismo tiempo dan lugar a los entes o individuos. Van a continuar a su propia manera el camino que podemos hallar trazado en Heidegger. El apartado anterior es un tanto más extenso de lo que hubiese querido, pero no podía dejar de mencionar la cuestión de la técnica, porque además de la importancia para comprender la crítica heideggeriana, si enmarcamos a autores como Simondon, Deleuze y Guattari en la pregunta por el Ser, considero especialmente significativa la relación que estos mantienen con la ciencia de su época. El lenguaje, como nos muestra Heidegger, es fundamental y, en ese sentido, las ontologías relacionales de estos autores atraviesan completamente la técnica, la hacen propia, la utilizan como herramienta para responder la pregunta por el Ser.
Simondon
La ontología relacional en Simondon surge en consecuencia a la pregunta por la individuación, es decir, por la pregunta por cómo algo se convierte en un individuo (ontogénesis), rechazando las explicaciones tradicionales tanto sustancialistas como hilemórficas: el individuo no es una sustancia dada de manera previa ni el resultado de un principio externo que lo conforma, sino un proceso en constante devenir que nunca se finaliza completamente y que siempre es con otros y en apertura. Para comprender el planteo simondoniano es fundamental entender que jamás se acaba, sino que el individuo emerge constantemente como resolución parcial de tensiones (metaestabilidad) que se dan entre dicho individuo que efectivamente se actualiza, su medio y su propia realidad individual. Cabe aclarar que cuando hablamos de medio en este contexto nos referimos a todo aquello con lo que el individuo se vincula y es limitado, otros individuos o fuerzas, su condición de posibilidad y el devenir de su realidad misma. El medio no es simplemente un contexto externo, sino algo que también se está individuando y que define al individuo tanto como el individuo lo define a él.
En términos heideggerianos -porque de algún modo es la forma en que me resulta más sencillo expresarlo-, podríamos decir que la individuación es el proceso de surgimiento del ente y que dicho surgimiento se da tanto por las relaciones de los entes entre sí como por la Nada entendida en sentido positivo: la individuación es el proceso de surgimiento, de brotar, del ente, es un modo de actualización del Ser. Se trata de una ontología relacional porque Simondon está pensando que aquello que acontece entre los individuos e incluso las relaciones previas al momento de consumación del proceso son fundamentales para la gestación de cada individuo. A esto se refiere al decir que “el único principio por el que uno puede guiarse es el de la conservación del ser a través del devenir” (Simondon, 2009, p.27).
El Ser se constituye por tres fases interrelacionadas entre sí, fases que al entrecruzarse constantemente alumbran individuos: la realidad preindividual, las potencialidades que no se han individuado; el individuo, el resultado provisorio del proceso que no está clausurado y contiene un vestigios de la realidad preindividual; lo transindividual, las relaciones entre individuos donde las tensiones preindividuales se actualizan conjuntamente. Lo fundamental aquí no va a ser la sustancia sino, justamente, las relaciones que constantemente se establecen en los procesos de individuación, el aspecto transindividual. Este proceso perenne en el que surgen los individuos, se desarrollan las relaciones, mueren y se actualizan las potencias es llamado transducción. En este sentido, la identidad que surge de este “juego” es siempre provisoria y pierde el privilegio ontológico que la tradición le otorgó. En pocas palabras, los individuos son en pluralidad, nunca de forma aislada.
Deleuze y Guattari
Si nos trasladamos a Deleuze y Guattari resuena fuertemente Simondon puesto que ambos autores pensarán en una ontología basada en la multiplicidad, donde lo relacional y lo dinámico son fundamentales. En el caso de estos autores, gran parte de la crítica a las ontologías tradicionales girará en torno a la identidad y la representación. En ¿Qué es la filosofía? encontramos que “todo resuena, en vez de sucederse o corresponderse” (Deleuze-Guattari, 2001, §27) en relación a los conceptos, y la imagen nos sirve para pensar la concepción de estos autores del Ser en general: no hay escisión ni hay copia, lo que hay es un continuo flujo donde todo se entrelaza gestando la trama de lo real.
Al igual que en Heidegger, al igual que en Simondon, estos autores están señalando la imposibilidad de comprender verdaderamente al Ser e incluso a los entes particulares a partir del supuesto de que para lograrlo debemos hallar una unidad mínima de identidad. La confusión entre los entes, individuos, sujetos, sistemas, con el Ser es doblemente errónea, como venimos viendo desde Heidegger, porque, por un lado, hay un aspecto de la realidad que queda completamente arrumbado (el Ser en su totalidad), y, por el otro, porque esos individuos con los que es confundido son pensados inertes, clausurados. Así como Heidegger denuncia el privilegio ontológico, Deleuze y Guattari precisarán más aún y denunciarán el privilegio de lo idéntico y lo representado en los sistemas.
Ambas categorías -la de identidad y la de representación- entorpecen la reflexión acerca del Ser. El Ser en su totalidad es devenir, es pulsión poiética que constantemente nace y perece en la multiplicidad de individuos que habitualmente consideramos como lo real. Todo lo que es no puede ser entendido sin las relaciones que lo gestan y en las que está inmerso. Siempre se trata de un proceso inacabado en el que la identidad es aparente y la diferencia es lo que realmente configura lo que emerge frente a nosotros como individuo. El devenir es creación y en tanto creación es que debemos comprenderlo, porque lo acabado es rígido, pero los sistemas son abiertos para tolerar lo dinámico de la existencia. Pensar al Ser estanco, a los individuos fijos, es como intentar ver una película diseccionándola en sus fotogramas.
Los sistemas que pensamos cerrados en realidad se hallan en constante producción, produciéndose a sí mismos y a otros. El trasfondo del devenir de la existencia, ese eterno pasaje de lo molar a lo molecular y a lo molar nuevamente, da cuenta de la vitalidad del Ser. Lo idéntico y lo representado son categorías que nos sirven para muchas cosas, el problema está en creerlas absolutas.
Con todo lo expuesto en el punto anterior pienso en cuando conocí a Viggo Mortensen. Pensé también en los disparos que no recibió Cristina Fernández de Kirchner, en el temporal del 16 de diciembre y otras cuestiones más, sin embargo ninguno de esos acontecimientos, para mí, se comparan a conocer a Viggo Mortensen en Bahía Blanca. ¿Qué tiene que ver Viggo Mortensen con Simondon? Todo.
Hubo un 6 de julio en que Bahía Blanca recibió a Viggo Mortensen y eso, para mí, significó una ruptura radical del estado de cosas existente. Y es que en el día a día me pierdo en lo individual, me creo el velo apolíneo de la identidad y no espero la creación, lo novedoso. Lo cierto es que no estoy segura de estar abierta al Ser en mi vida cotidiana, sin embargo ese día toda una ciudad fue testigo de un acontecimiento que tal vez no tenga consecuencias globales como otros, pero que sin duda nos descolocó a todos y sé que ni una sola persona que supiese quién es él no se preguntó qué estaba haciendo acá. Si hay algo que caracteriza al acontecimiento es el traer a presencia la certeza de que el mundo que transitamos no es estático y que su devenir está lleno de sorpresas y, para mí, ese 6 de julio eso fue exactamente lo que pasó. Podemos esforzarnos en establecer cadenas causales y, sin embargo, al menos a mí, eso no me satisface: vi a Viggo Mortensen en el Centro Cultural de la Cooperativa Obrera, lo vi guardar sus libros en una ecobolsa beige, la que dice “EQUIDAD” ¿Cómo hubiese podido anticipar esa escena? Lo que quiero decir es que para mí ese fue un evento casi del orden de lo fantástico.
El Ser es polifásico y el Ser es relacional. El Ser es potencia.
Vayamos más atrás en el tiempo, a momentos de mi individuación con los que probablemente cada vez comparta menos realidad preindividual ¿o será que más? Desde chiquita sabía que virtualmente existía la posibilidad de conocer a Viggo, tal era la certeza de esa posibilidad que le había hecho una pulsera de mostacillas de San Lorenzo. La realidad preindividual de esto que entiendo, que llamo, “mí misma” dentro de la infinita multiplicidad de posibilidades siempre contuvo la de conocer a Viggo Mortensen. Una y otra vez devine, individué, ¿o fui devenida, individuada? Y una de esas veces comencé a actualizar virtualidad en el mismo espacio y tiempo que Viggo, mi individuación aconteció en el mismo lugar que él. Y no fue para nada lo que imaginé. De nuevo: ¿cómo podría yo a los 12 años, haciendo una pulserita, anticipar que efectivamente iba a ver a quien le dio vida en el cine a Aragorn con la ecobolsa beige colgando del brazo? Y sin embargo esa potencia siempre estuvo en mí. Y pienso ¿qué más habrá latente en mí? Pienso, también, que en la realidad preindividual de Viggo estaba contenida esa potencia, la potencia de estar un 6 de julio en el Centro Cultural de la Coope con una ecobolsa.
La presencia de Viggo en nuestra ciudad nos desencajó, fue disruptiva. El acontecimiento nos sacudió colectivamente, revelando cómo nuestras individualidades y nuestras realidades se entrelazan en un constante proceso de actualización. Fans de Viggo, de J.R.R. Tolkien y de Fabián Casas, gente que quería ver qué pasaba, hinchas de San Lorenzo, móviles de los canales de televisión y al menos una señora que pensaba que había un político, todos confluimos en Zelarrayán 560, con entrada o, como yo, sin. Tantos puntos de fuga surgieron que una chica a la que no conocía me dio una entrada extra que tenía y hace unas semanas, en mi nuevo trabajo, descubrí que es una de mis compañeras de oficina. Transducción total.
Y ahora, cada vez que veo la ecobolsa de “EQUIDAD”, recuerdo que nunca sé qué va a pasar, que incluso en lo más monótono de mi vida cotidiana hay un sinfín de fuerzas y potencias actuando sin que yo me entere. Recuerdo que el mundo no es idéntico, no es representación, que incluso en la ciudad donde viví toda la vida y sobre la cual usualmente ni siquiera me paro a pensar es el escenario de devenires y azares, que hay vida brotando a cada instante. Algo tan mundano como lo es la ecobolsa se transformó completamente, y yo me transformé con ella.
- Pienso en textos como La pregunta fundamental de la metafísica o El origen de la obra de arte, donde
Heidegger expone a través del análisis del devenir del lenguaje -del griego al latín y del latín al alemán (o al castellano, en nuestro caso)- cómo el pensamiento Occidental ha ido endureciendo, estatizando –standizando-, su visión del mundo. La petrificación de la φύσις vuelta natura da cuenta del olvido del Ser, o, mejor dicho, es síntoma de él: reducir el Ser al ente es también desconocer parte del modo de ser del segundo, puesto que, así como la Nada positiva es negada, también lo es la potencialidad que radica en lo ente. En La pregunta por la técnica nos encontramos nuevamente con esta idea en la página 120, donde se menciona el brotar poiético de la naturaleza, esa existencia pro-ductiva que coquetea con la potencia de la Nada. ↩︎ - “Todo estriba en que meditemos el surgimiento y lo custodiemos conmemoradoramente”(1994, p.144), dice Heidegger sobre el final de La pregunta por la técnica en relación al componente salvador que reside en la técnica. Liberarnos del ocultamiento producto de la metafísica y que se manifiesta en la técnica moderna requiere preguntarnos por la esencia de la técnica, preguntarnos por algo que va más allá de lo ente y que “custodiemos conmemoradoramente” [andenkend hüten] el renacimiento de ese modo de pensar que estaba olvidado. ↩︎

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