Anoche fuimos al teatro Astros a despuntar un vicio nacido en 2021. Porque, en materia de obras de teatro sobre Sade en Argentina, los precedentes son pocos (se me ocurre únicamente Marat-Sade, presentada en el Teatro San Martín en 2009). Es mejor ir corriendo, lo más rápido posible, antes de que termine la temporada.
Nos recibieron al entrar los personajes. A los gritos, a los golpes, a los besos, a las caricias y los cuchillazos. Algunos nos acechan desde atrás de los asientos, nos soplan la nuca y sueltan una risita. Al haber ido sin leer mucho sobre la obra, pensaba en que entre ellos estarían tal vez los personajes de Justine, Juliette, La filosofía en el tocador, Los 120 días de Sodoma, el Diálogo entre un sacerdote y un moribundo… pero no, para mi sorpresa las obras fueron nombradas poco y nada, por arriba, y toda esa gente vestida de blanco eran, además de reminiscencias, pacientes del Hospital Saint-Maurice.
Habla Sade y nos recuerda los primeros pasajes de Los 120 días de Sodoma:
“Ahora, lector amigo, tienes que disponer tu corazón y tu espíritu para el relato más impuro que jamás se haya contado desde que el mundo existe, no encontrándose un libro semejante ni entre los antiguos ni entre los modernos. Imagínate que todo goce honesto o prescripto o por ese animal del del cual no dejas de hablar sin conocerlo y al que llamas naturaleza, que esos goces, repito, serán expresamente excluidos de este compendio y que cuando por casualidad los encuentres, nunca será sino en la medida e que estén acompañados por algún crimen o manchados por alguna infamia.”
Y quizás hubiera querido que se actúe en consecuencia pero, porque es una obra biográfica, no es necesario que los personajes se suscriban a la ideología del protagonista. Entiendo que deben repudiarlo, que a pesar de su título de noble Sade no deja de ser un marginado, un viejo verde muy verde digno del asco y del horror ajenos. Pero ese viejo verde no es una anomalía, sino que escribe sobre la hipocresía de las clases altas de la forma más incómoda que la pluma le ha permitido. En Cómo escribir novelas profiere: “Nunca, en fin, nunca, lo repito, voy a pintar el crimen con otros colores que no sean los del infierno. Quiero que lo vean al desnudo, que lo teman, que lo detesten, y no conozco en absoluto otra manera de lograrlo, que mostrarlo con todo el horror que lo caracteriza. ¡Que la desgracia caiga sobre aquellos que lo cubren de rosas! Sus puntos de vista no son tan puros y no los copiaré nunca.”
No tengan vergüenza de horrorizarnos, que a eso mismo vinimos.
(Entre paréntesis, la función del próximo martes será la última de la temporada. Pasen y vean mientras sea posible).