Tuve un sueño con alguien que creo que conozco pero que a la vez no reconozco en absoluto. Ahora que lo pienso tal vez se debe a que todavía no lo he conocido. En el sueño me da la impresión que estábamos juntos (está todo muy difuso). Él me conduce a una especie de sótano que en verdad no es un sótano sino una escalera enorme, que llega hasta el cielo. Me recuerda a las estaciones de trenes magnificas, enormes, que siempre tienen gente que suben y bajan por sus escaleras y pisan cada uno de sus escalones. En un momento dado yo lo pierdo de vista. Quiero buscarlo pero me da vergüenza y además estoy descalza. Esto no parece importante pero para mí es enorme: estoy descalza y pienso que me puedo pinchar si me sumerjo en las escaleras y doy un paso en falso. Mi mamá está en esa estación o en ese sótano. La veo a lo lejos pero no pregunto qué hace ahí. Mis amigas también aparecen. Ellas, como yo, suben y bajan las escaleras, pero no estoy segura que estamos buscando a la misma persona. Tal vez ellas no buscan a nadie en absoluto. Yo sigo subiendo y bajando las escaleras, con miedo a pincharme, buscándolo pero teniendo miedo también de lo que podría ocurrir si llegara a encontrarlo. Un poco esto parece representar el bloqueo que a veces siento dentro de mi corazón: quiero adentrarme a algo nuevo pero también me gustaría poner mi vida en pequeñas cajitas así yo sé qué, cómo y cuándo va a pasar. La vida no sucede así, claro, pero esto es un sueño así que debería torcerse a mi favor. 

No lo hace. No lo encuentro. Al final, cansada y no queriendo pincharme los pies, voy a la puerta. El corazón me quema en el pecho, siento esa misma presión angustiosa que uno siente cuando ve a alguien que le gusta en una fiesta y sabe que algo tiene que pasar pero no sabe qué, cómo o cuándo. Me detengo en la puerta. La mano en la manija. Mamá, a lo lejos, pregunta: ¿Te vas?. No sé qué hace allí. Pienso en irme y dejar la sensación de quemazón angustiosa detrás, ponerme de nuevo a salvo y encontrar mis zapatillas, pero aunque es un sueño siento que no debo irme. Tengo que volver a las escaleras y probarme a mi misma que no me da miedo pincharme ni encontrármelo en la punta y decirle: hola, qué tal, cómo estás. Así que vuelvo a las escaleras. No sé si lo encontré. Me gusta pensar que sí. Después me desperté. Descalza, claro.