Me prometiste una película de amor
aquella primera noche
en la que me desaté sin escrúpulos
guiada por tu ternura
desconocida, pero abrigadora.
Sabías que adoraba el romance
y me permitiste protagonizarlo
cuando me sentía indigna de hacerlo
cuando mis propios dedos arañaban mi piel
en búsqueda del más mínimo sentimiento.
A veces me animo a revisitar las cintas
es mucho más fácil enrollarlas
y patearlas hacia un rincón,
pero tarde o temprano
mi mirada se dirige hacia esos recovecos de memorias
y antes de siquiera darme cuenta
estoy acomodando el proyector
sentada, mirando a la pantalla que
refleja tu sonrisa,
tus dedos entrelazando los míos,
mis huellas por aquel viaje a Buenos Aires en el que me cuestioné si iba a dejarte entrar a mi vida,
esa primera tarde juntos en la que olvidamos donde quedaba un bar,
la noche en la que me animé a besarte y no lo podías creer,
la cámara desconocida que nos capturó caminando.
Las escenas salpican sin un orden cronológico
y la herida en mi pecho se reabre,
solo un poco,
pero lo suficiente para derramar lágrimas,
las mismas lágrimas que juraba no volver a provocar.
Y pienso en como solía recordarlo todo con enorme exactitud
distinguiendo fechas, prendas de ropa y pequeños detalles
que me permití a mí misma borronear de mi mente.
Quisiste ser un huésped pasajero en mi corazón
y yo
erróneamente
hice los preparativos para una estadía prolongada.
¿Me perdonás si te confieso
que una parte tuya siempre va a permanecer en él?
Podés irte, no te voy a retener
solo me reservo el derecho a conservar lo que no te pudiste llevar.
Te invitaría a pasar a mi habitación,
siempre quise que la conocieras
te podrías encontrar el regalo que me hiciste la vez que pactamos un adiós
también el peluche que cosí y rellené con algodón,
originalmente destinado a residir en la tuya.
Tiene ojitos de botón y los bordes un poco deshilachados:
creo haberte mencionado que las manualidades no son mi especialidad.
Podrías ver mis libros, te los mostraría uno por uno
hasta te leería un cuento,
si aún lo deseás como me confesaste meses atrás.
No sé si me animaría a leerte mis poemas
pero podríamos escribir juntos un nuevo guión
eliminar las partes que no nos gustan
y volver a actuar cada beso
hasta recordarnos a nosotros mismos
que fueron reales.
Supongo que no puedo reprocharte
por no cumplir tu promesa,
pues toda película tiene un final.
Sólo me permito un único reproche, quizás un poco egoísta:
me dejaste sola en la sala de cine.