Polvo de espectro por todas partes:

en mi ropa, en mi risa, en mi cama,

en el táctil destruido de mi celular,

en mis lágrimas diluidas por la vergüenza,

en el dildo que dejé en la mesita de luz,

en las palabras precipitadas que aún flotan en el aire,

en el matecito que no me tomé esta mañana,

en la seguidilla de plazas y parques

 y lugares con pasto que existen en esta puta ciudad.

  

Encuentro hilos fantasmagóricos por todas partes

y no es porque se acerque Halloween

-que excusa la de la profe de inglés–.

Está pegoteado en mis redes sociales,

en conversaciones inconclusas con seres a medio hacer,

en mensajes pensados e improvisados por igual,

en las fotos borrosas de personas sin nombre,

en la cantidad de horas de charla con amigas,

en reels sin sentido que nos reenviamos por Instagram.

  

¿Cuántos Juanes y Francos y Nicolases hay en el mundo

-porque si vamos a decirlo, lo vamos a decir bien-?

¿Cuántos proyectos a medio hacer me voy a encontrar en la calle

y voy a querer terminar de elaborar -I can fix him-?

¿Cuántos yvosquehacésdetuvida voy a tener que decir

para dejar de dar paseos en el limbo

y empezar a conocer personas de carne y hueso?

Porque cuando ya estás llegando a los 30

el ectoplasma y la salsa te empiezan a dar acidez.