Cada dos por tres se me cruza ese texto de las ranas. Aparece de pronto, sin aviso. Estoy lo más tranquila y alguien en la tele, en la radio o en la vida dice: voy a leer un cuento.
Me acomodo con las ganas que siempre le tengo a las historias. Enseguida la desilusión: ¿otra vez con “esas” ranitas? Conste que no tengo nada en contra de ningún batracio y que me encantan las historias de sapos (¡los cuentos de Gustavo Roldán, por ejemplo!) o de ranas (¡ay, es tan bonita la rana Juana!), pero este de las dos que se caen en la leche ya me cansó de tal manera que no puedo evitar decir algo al respecto.
Todos lo conocen o la mayoría. Es un cuento recolectado, adaptado, vuelto a rodar por varios autores.
A ver: la historia en cuestión habla de dos pequeñas ranas que se meten a husmear (¡ay, la curiosidad, madre de tantos “males”!) en una quesería y se caen en un recipiente lleno de lecho o crema de leche o algo de eso.
En síntesis: las dos patalean y tratan de nadar pero el medio es hostil y no avanzan. Una se rinde y muere. La otra en cambio, no abandona la lucha: patalea y patalea tanto que la nata se solidifica, se convierte en manteca. De esta manera el valiente animalito logra salir airoso gracias a su esfuerzo, su tesón y todas esas condiciones preciosas que enarbolan los triunfadores.
A ver: ¿el esfuerzo siempre asegura el éxito?
¿Y si resulta que la rana que se rinde tiene un problema de salud, una incubación de algún virus de esos que nunca faltan en los charcos y que le impide moverse lo suficiente? O atraviesa una depresión que la arrastra a quedarse quieta: capaz le pasó algo horrible, recién. ¿Qué sabemos? Dejó de patalear. ¿Y si no podía? ¿Y si no tenía ganas? ¿Y si estaba débil porque en su laguna hay demasiada basura y la contaminación hace que no se alimente bien? Tal vez ni había comido.
¿Y si los insecticidas invadieron su cuevita y el aire que respira es una porquería que le quita movilidad a sus músculos? ¿Y si nunca nadie le enseñó técnicas de pataleo? O resulta que cayó en el charco público y aprendió tan poco que las posibilidades de aprendizaje se redujeron al mínimo… ¿Y si prefirió quedarse quieta, rana mártir, para que un autor mediocre pudiese encontrar la moraleja?
No señores.
El esfuerzo es importante pero no es la única variable que juega. Hay otras: el entorno geográfico, cultural, histórico; la historia personal, la lucidez del momento, la salud, la posibilidad de elegir… ¡El azar! ¡Claro que sí! El azar suele jugar fuerte para todos los bandos.
El esfuerzo no es lo único que asegura el éxito.
Pasan y pesan otras cuestiones.
Ya se sabe que hay batracios que nacen en lagos preciosos, donde todo está resuelto desde el vamos. Y otros que asoman su mundo en una ciénaga.
Pero lo peor, lo que más me embola del cuento de las ranitas, es que (según la versión que leí, recolectada por un autor que se enriqueció vendiendo millones de ejemplares donde abundan historias de este tipo)… Lo que más me indigna, decía: la que se salvó se va lo más contenta.
¡Contenta! Se muere su compañerita y ella campante. ¡Linda resultó la esforzada!
¡Qué éxito! Individual, por supuesto. El de al lado, que se hunda.
Y que el cadáver se pudra tranquilo.
Algo huele mal en esta manteca, ¿no?