Las hojas marchitas, con tonos ocres, que se cayeron de los árboles con ayuda del viento, e incluso por su propia abulia, reflejan mí propio declive.

Pero así es, no me detengo lo suficiente a pensar en el caer de las hojas, en el viento frío y la condensación de mi aire que lo vuelven vapor, que incluso eso logro: ir en contra de todo.

¿Somos así, no?

Entonces la abulia de las hojas no pareciera ser tan aparente, quieren caer, pues su ciclo está hecho.

Ya no quieren pertenecer al árbol que les dió una eternidad, que las ato a las lluvias y ráfagas más despiadadas, al frío y al calor más intensos, que las obligó a quedarse quietas mientras orugas se alimentaban de ellas, es un ciclo que no quieren repetir.

De eso estamos hechos nosotros también, de ciclos, ciclos que repetimos infinitamente incluso sin darnos cuenta, ciclos que queremos cortar muy en el fondo de nuestro ser.

Las hojas maduran, ya no brillan tanto como antes, se contraen, se secan, se salen de su eje para dejar su raíz.

¿Somos hojas?

¿Tenemos un árbol?

¿Estamos atados a algo sin remedio?

¿Así somos, no?

Tendemos a creer que el tronco es lo más importante del árbol, que su base es todo.

¿Pero acaso no hay nada más triste y desolador que un árbol sin hojas? Un árbol que no puede vestirse de ningún color también es muy humano.

¿Somos árboles?

¿Tenemos hojas?

¿Nos podemos quedar sin ellas?

¿Así son, no?

El día me devolvió la razón, las hojas se cayeron, el árbol quedó solo, y, como yo, tiene frío.

Mis hojas tambien cayeron, no tengo un color que ponerme hoy, debo salir solo ahí afuera y hace frío, demasiado frío.

El viento frío que hoy mueve mí ropa, que mueve mí pelo, que me hace mover mis músculos para luchar contra la frialdad del ambiente, es el mismo viento que las hojas quieren usar para ser libres.

Las hojas no son del árbol, porque las hojas son el árbol.

Entonces, ¿No son así?

El viento no es la vida de las hojas, las hojas son del viento: porque con ese mismo ellas bailan y se sienten más libres.

Hoy el árbol no tiene tanto color, yo tampoco.

Vi mis colores, mi «forma«, en el suelo: un suelo gris, con al menos más color que yo.

¿Definitivamente soy así, no?

Hoy pinché al árbol, resulta que si tenía color, su famosa «savia» salió a la luz.

No solo resulta que tiene color, tiene vida, aún cuando crei que sin hojas no tenía nada.

Me pinché sin querer con su corteza, y yo también ví mi color desplegado.

No solo resultó que yo también tenía color ese día, sino que tenía vida también.

El viento frio ayudo a qué mi herida se cicatrice más rápido, así como la savia también dejo de caer.

Y en el árbol ví más de un color: uno propio. Me dió alivio, pues significa que ninguno de los dos perdió el suyo.

Voy a esperar sentado frente al árbol a que su herida y la mía se curen, a que sus hojas y mis colores, ya dejados en ese camino pasado, se vayan naturalmente, a que nuestras formas vuelvan a nacer.

Si, así son.

Si, así somos.

– «Si, así soy».