Lo despertaron las campanas de la Iglesia.
Se salvó de un sueño desorbitado.
Una extraña sensación punzante lo elevó del lecho.
Mientras caminaba con dificultad hacia la iglesia, transpiraba brea.
Y el alba desterró a la noche.
Cruzó entre las hojas, los caminos de piedra, las gentes que hablan y recitan.
Llegó a las puertas ya a oscuras; comenzó a subir las escaleras entre temblores abismales.
Las campanas de la cima irrumpieron en sus tímpanos de forma sorpresiva.
Miró hacia arriba, hacia el sonido elástico.
Encontró la luna pálida y brillante.
Y el esqueleto de brea se convirtió en lobo.
Se amplió la imagen en su pupila reticente.
Y devoró la luna.
Y desde entonces merodea las ostias, porque se le parecen.