Desde principios de enero del 2020 fue que el COVID 19 empezó de a poco a ser noticia. Estábamos en pleno verano en el hemisferio sur, y muchos (yo incluida) pensábamos que se trataría de algún virus lejano como otros que cada tanto eran noticia. En nuestro país, tan lejano de aquella China que le había dado origen, varios médicos hacían videos diciendo que era poco probable que el virus llegase, pero aun así daban alguna que otra medida de precaución.
La situación que nadie quería que sucediera, fue la que terminó pasando, y aquel 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud decretó oficialmente la pandemia por el COVID-19. Unos pocos días después, y por decreto presidencial fue que se declaró oficialmente el aislamiento preventivo, que, con sus modificaciones más o menos laxas según la región del país, sigue vigente a la fecha de esta nota (26 de noviembre). Y ahí fue que todo cambió para la vida de todos los que habitábamos el país en ese momento.
Los “afortunados” fuimos los que pertenecemos a algunos de los sectores esenciales de la sociedad, yo personalmente trabajo en el ámbito de la salud, pero también los ámbitos importantes se constituyeron en el de los alimentos, seguridad y demás, y esto fue lo que vino a cambiar todo.
Honestamente me siento afortunada hasta cierto punto, ya que el sector salud se ha constituido como la primera línea de defensa en pandemia y dejado a todos los que pertenecemos a él, agotados hasta más no poder sin tener idea de cuando todo volverá a la normalidad, o al menos, a una normalidad no tan caótica como la actual.
La pandemia nos golpeó más a nosotros, siendo mucho más propensos a enfermarnos, y dejarnos (en el mejor de los casos) sin trabajar por semanas mientras que estamos aislados. A mi me tocó, y fue horrible, estar casi un mes en aislamiento estricto, pero bueno, ahora puedo contarlo, a diferencia de millones de personas que lamentablemente no.
Para entrar en el asunto de la economía y de cómo las decisiones políticas afectan a la forma de vivir que tenemos, sabemos que en el país más del 60% de las personas son trabajadores autónomos, y de ellos es muy poco el porcentaje real que se dedica a alguno de los sectores esenciales entonces, realmente el aislamiento, y no tanto la pandemia trajo consigo una problemática económica muy grande en donde muchas personas perdieron su sustento, y es ahí donde cambiaron (más aún) las cosas.
Mi peluquera, afectada por las restricciones de no poder trabajar durante el primer mes del decreto del aislamiento empezó a fabricar panificados artesanales, y como ella muchos más se volcaron a otras actividades para poder subsistir. Hay que comer, es la verdad, hay que comer.
Salió una nota en un conocido medio de Mendoza (de donde soy oriunda) en donde se exponía el hecho de que creció el número de cartoneros en las calles. Y eso también constituye una problemática. La gente necesita comer y ni el COVID puede evitarlo. Acá es en donde debe estar la ayuda. La gente debe seguir viviendo.
La cultura es uno de los ámbitos que ha tenido que modificarse en épocas de pandemia. Y yo que soy fanática de las actividades culturales, cine, teatro y música principalmente, me vi en la cuenta de que no iba a poder ver un espectáculo en vivo durante mucho tiempo, pero, así como los argentinos tenemos eso de “rebuscárnosla” fue que uno de mis músicos favoritos, Pedro Aznar, empezó a hacer conciertos por streaming y, si bien no es lo mismo que verlo en persona, si voy a reconocer que de esa forma, sentía su música cerca, casi íntima.
Como él fueron muchos los demás artistas que transformaron el escenario real por uno virtual, y si hay algo que esta pandemia nos ha traído es la inauguración de la “era streaming”, en donde los artistas pueden seguir viviendo de su arte y sus fanáticos podemos seguir disfrutándola.
Conciertos, series, películas y hasta obras de teatro se han mudado al ambiente virtual como nuevo modo de supervivencia. Y si bien las plataformas virtuales iban ganando en popularidad, esta se vio más incrementada cuando las personas debieron quedarse, obligatoriamente en sus casas.
Otra cosa que me cobró mayor relevancia ha sido la importancia de la interconectividad por internet. Es la forma que tenemos, al menos, de poder estar en contacto con los demás, ya que el ser humano es un ser netamente social y si o si necesita el contacto. No somos huraños, y es por esta razón que muchas personas hacen fiestas ilegales o reuniones ilegales sabiendo que no pueden hacerlo. Con o sin COVID la gente necesita contacto con otros. Es inevitable.
Mi mejor amiga que vive en Buenos Aires tenía previsto viajar para las vacaciones de invierno a Mendoza, provincia en la cual yo vivo, y no se ha podido. Y como ella muchísimas personas se han visto en la imposibilidad de movilizarse. Tenemos que recurrir a la tecnología para poder vernos, pero si hay algo que la tecnología jamás podrá reemplazar es la calidez de un abrazo en persona, una caricia, en fin, en esta época, se hace lo que se puede.
Han cambiado, y siguen cambiando muchísimas cosas. Cuando recién se decretó el aislamiento muchas personas, presas del pánico del momento se agolparon en los supermercados mayoristas y agotaron en pocos días todas las existencias de papel higiénico, lavandina, y alcohol en gel. Incluso en páginas de compra venta gente ofrecía alcohol en gel de dudosa procedencia, con tal de sacar algo de ganancia de una situación que era caótica de por sí. Ahí fue que en mi mente se planteó “¿Qué tan difícil es ser solidario en tiempos de pandemia?” pues creo que, al menos para la persona promedio, lo es bastante. Nadie necesita veinte rollos de papel higiénico, pero si todos lo necesitamos, ¿Por qué no pensar en el otro cuando se va a comprar?
He visto en carne propia a personas que perdieron todo por la pandemia. A mediados de julio llorando me llamó A un día y me dijo “Ya no sé qué hacer. El papá de mis hijos no me pasa la manutención y mis jefes me echaron por la pandemia, ayer les dije a mis hijos que ya no tenía más nada que darles de comer” y escuchar eso en primera persona te afecta muchísimo. Recuerdo que fui a las horas a llevarle una bolsa con mercadería variada y jamás olvidaré la cara de agradecimiento que me dio. Para darle un final un poco mejor, a la semana de haberla ayudado el padre de sus hijos le dio dinero y, al gobierno flexibilizar un poco el aislamiento, ella pudo volver a trabajar.
Me he dado cuenta lo importante que es ser solidarios, y particularmente en esta época mucho más. No hay que ser millonario para dar ayuda a quien lo necesita. Todos estamos en el mismo barco, y si no nos ayudamos, el barco termina naufragando.
Esta época en pandemia, compleja por donde se la vea, ha sacado a la luz las cosas importantes, verdaderamente importantes. Esta nueva normalidad nos ha obligado a cambiar hábitos, modificar los que teníamos e incorporar nuevos. A llorar a los que se han ido por la pandemia, a cuidar a los afectos, a cuidarnos entre nosotros. Esta nueva normalidad trae consigo tapabocas y alcohol en gel. Y nos hemos tenido que adaptar, queramos o no.
Yo tengo la esperanza que cuando todo esto se haya ido recordemos al COVID como un agente de cambio, que nos obligó a modificar nuestras vidas. Aún no sabemos hasta cuándo.
Y si hay algo de lo que estoy convencida es que el COVID se irá, podremos abrazar a quienes están lejos, besar más intensamente, amar más intensamente. Vendrán tiempos mejores.
FIN