Tachando los días del calendario, chocándome con los sueños de enero, añejos y pasajeros, que quisieron y jamás fueron, reiterándome las falacias que aseguran que esta vez si serán.
Así llegó el amargo agosto, donde nuestras oportunidades imitan a las delirantes hojas en su penumbra, marchitas rogando por no caer, aferradas a lo que ya se secó hace tiempo.
Frotamos la lampara polvorienta, suplicando por divinidad, o supervivencia, desesperados por la venida de ese prometedor septiembre, donde tal vez, y solo, tal vez, podremos reavivarnos como aquella belleza natural, que, por hoy, yace muerta.
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