Los cafés de mis mañanas comienzan a parecer dulces, comparados a la amargura producto de (des)gastar tantos anhelos buscando(te) en vos, algo que quizás jamás existió.

Pesan más los días ya vividos que los que están por vivirse cuando la razón toma malos hábitos, llenándose de lujaría sádica, gozando de reproches que tachan del calendario fechas mal obradas.

Al terminar el desayuno empieza a sonar esa melodía donde casa y taza se vuelven asonantes, acentuándose en lo vacía que se encuentran ambas desde que ya no frecuentas en otro lugar que no sea en mis torturas matutinas.