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Usufructo

Como ley no se discute en estos lares, la parca se excede. De a cien los voltea con peste y sopapo mientras los de blanco llenan almanaques. Trosquistas se quejan de generalidades y amamantan nenas de la hambruna, nenas que van a criar bestias que se tragan soldaditos. En una oficina de Villa Domínico dos flirtean tapando amargura, y mientras se miran abajo ponen sello en todas partes. Pueblo chico, infierno chico, todos apretados y no entra más nadie. Cuando llegan desde el campo pernoctan en la cochería, venden lo que traen y de nuevo emprenden viaje.

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Todos

Cargan con una culpa y una obligación eterna, se la tienen que mostrar a todo el mundo. Con una caja abollada no se puede presentar un buen regalo, sin embargo Cafí sigue siendo un buen tipo y la intención es lo que cuenta, mete las patas en agua y sal y agradece como un animalito.

La fábula empieza al revés: una ardilla acaba sobre la pulcra túnica de Esopo y el viejo sale corriendo desesperado en busca de un buen quitamanchas.

En el salón andan atigrados, con la voluntad quebrada y marcas en la espalda. Las nenas nunca están conformes y quieren seguir, por supuesto que los señores se dejan. Los demás se alimentan a pura verga y miran conchitas de lejos ¡Qué fiestón!

Unos anuncian al generalato y reparten medallas. Hasta los jerarcas obedecen, parece que la cosa pasa por otro lado. No son tierras donde se sepa, hay órdenes poco claras pero todo funciona como dios manda, nadie pudo todavía resolver el misterio ni averiguar el nombre.

Cuando entra la banda todos se zarandean desaforados alrededor de los empalados, ellos sabían. “El equívoco es divino” cantan con una melodía muy dulce, y nadie supone que vale desafinar. El arte por estos lares no sufre la debacle.

Aparece la anciana y los bronces dejan automáticamente de tocar, el mundo se para, queda congelado y se saluda con una coordinada y elegante genuflexión. No todo está perdido, todavía se respeta la sabiduría de otras épocas.

“Chau, chau” dicen las bailarinas, y amanece, y contentos a casa.

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Capote sufre

Le corre las medias a la rubia despampanante. Se corre sobre las medias de la rubia. Él también se pone rubio y bizquea un poquito, después se pone la ropa de la rubia. Es más bajo. La mira desde abajo. Se esconde bajo las sábanas. Se arrepiente (como siempre). Le regala un cazabombardero con una boca abierta pintada en la trompa. Vuelan bajo el agua. Ahora se arrepienten juntos, prefieren un submarino.

El regalo no le cuadra. La rubia se lo dice y él llora (finge que llora). Ella se conmueve («te quiero más que a J.F.» le dice).

Juntos se toman un frasco entero de Channel Nº 5.

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Paren la moto

No pueden solventar los gastos y las barricadas quedan truncas, ya todo el mundo circula con tranquilidad. Se retiraron a terrenos reales hasta que alguien se avive, después se tirarán al pozo.

Usan las multas para avivar el fuego y descubren que la burocracia resulta útil en invierno. Mientras se calientan las manos, reflexionan sobre tanta rebeldía al pedo y se sienten un poco parte de la cosa.

Pedirán disculpas, agacharán las cabezas y darán la bienvenida al verdugo. No los decapitará, sólo un tajito y una pequeña sangría para aminorar el retobe. Nunca por la fuerza, los muchachos ya están arrepentidos y necesitan ayuda, condena placentera que amaina la culpa. ¡Basta ya de ambiciones desmedidas! ¡Basta ya de reclamos insalubres!

La naturaleza es sabia y no abandona a sus hijos, nadie debe preocuparse.