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Tardes de sol

La cuantía es un asunto de perspectiva, hay demasiado espacio vacío. Si los tanos leyeran correctamente otra sería la historia, por ejemplo no apoyarían las medidas del cardenal y el sillón de mi living no sería un montón desvencijado.

Pero la realidad manda y nos pasamos los domingos encerrados frente a la tele. Hace rato ya que nadie nos escucha. Sí parecemos idiotas con nostalgia, instrumentos desafinados que suenan a cualquier cosa.

La patria vive adentro de cada uno de la manera que se le da la gana, es un monstruo incontrolable que come adrenalina, se la come toda. Y manifestamos en voz baja, somos puro plebiscito contrariado, adornos a la hora de tomar el té.

La abuela sufre como un condenado, debe ser el coágulo que la hizo viajar pa´atrás. Se cree que está en la primera guerra, se atrinchera en el sillón, se tapa los oídos. Hay días, en casa, en que todos escuchamos los bombardeos.

A papá le pega distinto, mira a la vieja y la putea “Que guerra ni guerra, están bombardeando la plaza” y despotrica desmesuradamente contra la contra. El también viajó al pasado, ya ni se acuerda que se hizo gorila hace rato.

Así pasan los días en el departamento, todos al pedo y en su historia, nadie hace nada. Estoy pensando seriamente en dedicarme al rocanrol.

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Nuestras damas

Salvaron las tertulias de la represión estatal. Festejan con razón la recuperación de su espacio y comen truchas como si fueran bizcochitos, las mojan en el té.

Van a dar las gracias a los funcionarios. Los lamerán como hembras panda, les untarán el cuerpo con aceite y alguna que otra cosita. Son señoras y saben como agradecer.

Y quién sabe qué pedirán la próxima vez, tal vez la anulación total de la imagen de esa mujer o ropa de diseño para las mucamas.

Ellas son así: nobles, pujantes, medidas… Y alguna vez cosieron banderas.

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Los afiladores

Solamente ellos pueden entender lo que les pasa cuando se queman con leche, no hay vacas por ahí, no hay excusas para llorar. No lloran cuando se queman, no lloran cuando se lastiman, no lloran nunca. Sufren, sufren como locos porque nunca sufren. Lo único que saben es hacer la colimba, ordeñar animales sin tetas y comprar chucherías.

También son excelentes afiladores de cuchillos, les encanta afilar, afilan todo, pero solo se matan a balazos. Matar con arma blanca está prohibido para no desprestigiar el oficio de afilador. Ahora ya es folklore, puro hobby, todo el mundo trabaja de otra cosa.

Dicen que hay tres que matan con cuchillo pero nadie los conoce, nunca dejan heridos. Solo una vez pasó y alcanzó a decir “eran tres”, después palmó.

Se tejen mil historias sobre los tres. Es una leyenda. Sin embargo, todos los días, justo al mediodía, sale un pelotón a rastrearlos por el monte.

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Astuz

Los cardos están duros y fibrosos, la cena está arruinada. Millones de datos avanzan sobre el mantel y desplazan a las migas. Los comensales se miran. Hay partículas que interrumpen la imagen. Nadie sabe nada sobre nadie. Las sospechas son fortuitas.

Calamidad es la palabra. Respiran, sienten detalladamente todos sus órganos. Las achuras apabullan el diálogo. Palabras deformadas chupan aire despacito, se inflan, se les caga la cabeza.