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Etruscos

Si pudiera hablar todo el día. Si tuviera un auditorio propio como el de Hextor Paz. Una multitud deseosa de ser refrescada, horadada, insinuada, acariciada: cada palabra, cada afirmación, sería como un remache en la frente. Y hablaría de Hextor (y su Etruscos) como de un hermano. Diría que los que no, se quedaron afuera por los siglos de los siglos. Porque él también estuvo a punto, pero la curiosidad pudo. Quiso chusmear, reprobar y criticar con asco en la punta de la lengua, pero.

«Etruscos» dignifica el área chica y el tufo de los vestuarios. Porque la autopunitiva se hace hincha para hablar de porongas: fue al vestuario sólo a ver al goleador.

¿Qué es eso de apodarlos Etruscos? Hablar de charla técnica y pronunciar con el filo mojado de la lengua, reflexionar para poder mirar para abajo cosas que caen con poca tersura. El hincha quiere que lo fajen:

1- que se la den

2- que le pongan fajas, lo formateen, le marquen las caderas, le achiquen la cintura y le inventen un par de tetas con un par de medias usadas, lamer una canillera y respirarse todo el vapor.

¡Qué chanta! ¡Qué choto! Sí, el viejo Hextor escribiendo poemas para los once. Ni siquiera reconoce a los suplentes. Apocopa el equipo en diez, también detesta a los arqueros. Y se imagina de negro, de árbitro, rodeado y que le discuten un fallo demasiado cerca. Siente el aliento de las puteadas y los empuja despacito.

No hacía falta un libro de poemas, Don Hextor. Hágase amar y chau pinela.

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Los derechos

Cuando estalló el cintazo, justo abajo de la oreja de Gordín, ella se alegró de tal manera. Eso le alivianó el tajo, cerró los ojos y se acordó del capitán, se le arrancó una sonrisa. Nadie es lerdo en estos casos cuando de los derechos se trata. Lacerados de tajos sonrientes se manotean las pancartas y ahí nomás se manifiesta, se manotea una musiquita pelotuda y dale que va. ¡Lalá lalá lalá!

Los menos siempre son menos y su costumbre es que no les rompan nada de nada. A los bigotudos los dejan de lado pero a las otras. Ostras se quiere siempre. Y lo digo yo, ferviente cronista volante de cuanta manifestación de los recontra autopunitivos anda dando vuelta por la degenerada capital. Y los bufarrones mayoritarios se acuerdan del primer día. ¡Mamaaagrrr! se confunden, se engañan y entran en rápido proceso de maricona melancolía.

Agarran de a muchos a los menos fibrosos y más inocentes, los que se creían colegas. Los emporronan como nunca soñaron las pobres criaturas que creyeron en un eterno gustito a menta en la boca. Nadie les habló del derecho de piso que se paga contra el piso y rayándolo de baba, pre, durante y post militancia por los derechos de lo que sólo se quiere.

¡Pobrecitos! La pampa es larga… Te pueden arrastrar durante kilómetros haciendo la carretilla, sin accidente geográfico posible. No son tierras, éstas, de militancia, de invertidos, de derechos. La llanura no está hecha para degenerados.

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Carta

Todos odian a Garcilazo con un ímpetu sospechoso. Redundan en su encono sobre sanas costumbres curativas: los ojos de ciervo son un ejemplo contra el miedo, sobre la marcha dejarse violar. La impudicia recrudece tarde a tarde, mientras la seguridad desactiva todo intento tonificante.

Ya no permiten tomar desinfectante ni saborear los vértices de la almohada: «Yo no me los como, los chupo y endurezco con baba su blanda vergüenza. Les evito la innoble tradición de cosa fofa, les saco la forma de caldo».

La militancia se puso jodida, requisaron todos mis panfletos sobre el agua: mi teoría náutica resultó subversiva. Y yo que quería congraciarme con el generalato para que no me manden a cubrir la frontera. Al final lo logré: no dejarán la raya a mi cuidado a cambio de algunos latigazos. Además, ya no me entregarán a la india. Meta fierro contra el loco nomás, contra el de la celda de al lado. Ahí todo es más suave y esponjoso, le tienen las paredes con espuma que parece un bizcochuelo. De pan casero ni hablar, si ya no ando por los patios sarandeando esta verguita filosa que Dios me dió. Me la dejó mocha la hija del patrón de tanto untarle. No me acuerdo qué mierda hacía antes de tanto serrucho.

Al jorobado lo mandaron a la cordillera, lo uniformaron y le llenaron la carpa de tehuelches. Está bien, sólo extraña los asados.

De mamá sé poco, dicen que se garcha a todos los guardias a cambio de visitas especiales. Pero acaba tanto que acaba por olvidarse de mí.

Acá dejo nomás. No me permiten más de cierta cantidad de palabras, lo que falte lo cortaron. «En la abundancia está el pecado», dicen.