Desayuno con las llaves puestas en la puerta, con las valijas armadas, mirando borroso un punto fijo, caigo de nuevo en el ciclo:
Te escribo una carta desesperada, no es la primera ni es la ultima -pero me gustaría-, digo “te” pero no se en quien estoy pensando. Me queman los dedos, no quiero sentir por computadora; quiero agarrar mis palabras y tirarlas, tirarlas con tanta fuerza que crucen en mar y lleguen hasta el rincón favorito de mi casa, donde duerme el gato y se acumulan libros. Estoy balbuceando, necesito hablar una lengua propia, necesito tocar algo que sea mío, me encuentro llorando sola de nuevo, oliendo hojas de coca, fingiendo que hablo con mi mamá.
Ya no existen tus dedos caminando mi espina y no existe la calma al pasar escuchando conversaciones ajenas en el café, ni las miradas cómplices entre desconocidos.
Me deje absorber por la ciudad, esperando que sea reciproco, que me absorba, no me anime a pedirle que me acune. Me deje guiar por las luces de los edificios, por los ruidos de los flashes, por las fotos de revista. No me llenan los museos, ni las caras, la ciudad parece no recibirme y yo estoy aprendiendo a no amarla. Por primera vez la belleza no me alcanza, me siento a ver los barcos, los autos, los zapatos altos de las mujeres apuradas, las cenizas de los cigarrillos de los hombres enojados, la gente que no se besa; en ningún lado puedo encontrar asilo, un lugar de descanso.
Intente encontrarte en gente, dormir en lenguas, ser turista y camuflarme; no soy turista ni me camuflo. Soy un alma aparente y borrosa, un intruso, no puedo caminar tan rápido.
Ojala entre todas estas voces alguna que me hable con ternura, ojalá oír la voz humana de alguien.
Es imposible no sentirse observada y perseguida, me gustaría creer que es parte de mi paranoia; hablan entre ellos y me miran de nuevo, saben que yo se algo, saben que tengo miedo.
Las estaciones de los subtes amarillas opulentas, llenas de soñadores, camino en el ellas como si fuese una oficina y nunca atino a dormirme, ni dejarme llevar.
Ya ni se porque te escribo y la estación me lo recuerda, hoy vine vestida como una más: colores sobrios, zapatos altos y la mirada fría como disfraz.
Volver se desdibuja como opción, pero acá no existen tus dedos caminando mi espina y no existe la calma al pasar escuchando conversaciones ajenas en el café, ni las miradas cómplices entre desconocidos.
Hoy decidí armar las valijas de nuevo, bandera blanca indecible, no me ganó el ruido ni la velocidad, me dejé vencer por la falta de amor, la ausencia de las estaciones: de un verano asesino, un invierno incaminable, una primavera enamorada.
Hoy vi las vías del subte con otro amor, e ignore los acentos y los gritos de la ciudad.
Hoy mire las vías del subte con amor, me devolvió la mirada.
Hoy mire las vías del subte con tristeza, me devolvió la mirada.
Esta ciudad se vuelve un espejo si andas despacio.
Tengo que dejar de huir de lugares por más que no me pertenezcan, pienso en el salto y pienso en la gravedad.
En ningun lugar de este mundo se habla mi lengua, ni existen:
tus dedos caminando por mi espina,
el té con hojas de coca,
un lenguaje pulsante.
Guardo otra carta, no me despido, intento de nuevo abrazarme a otra identidad.
Desayuno con las llaves puestas en la puerta, con las valijas armadas, mirando borroso un punto fijo, caigo de nuevo en el ciclo.
Mi primer viaje y sus testigos inadecuados, cuantas manos se necesitan para callarme.
La belleza no me alcanza.
Lo imprescindible era otra cosa.